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La música de Nietzsche

Vicente Molina Foix

Conmueve ver a Paul Bowles emprendiendo a sus 84 años y con una frágil salud el largo viaje a Nueva York para escuchar su música en el Lincon Center. El recluso de Tánger, el magnífico escritor tumbado, rehúsalas salidas sociales y los actos literarios, pero allí donde alguien muestre un interés por su faceta de compositor, allí está él, apoyado en el brazo de sus fieles acompañantes árabes y con la cabeza muy clara. Sucedió en Madrid en junio de 1993, cuando el grupo Círculo ofreció en el teatro María Guerrero un concierto de diversas piezas musicales por él compuestas en los años cuarenta, y en la cuarta fila estaba el autor de El cielo protector oyendo, como el viajero que pisa una tierra soñada y virgen, lo que sus propias manos habían puesto en el papel pautado y sus oidos no podían recordar. La intuición de que Bowles hace por su música lo, que nunca estaría dispuesto a sacrificar por la literatura, que es la que le ha dado celebridad y admiración, confirma el papel seminal, inefable, que la música desempeña en aquellos artistas que, sin lograr hacer de ella el centro de sus quehaceres reconocidos, la cultivan con una especial devoción y celo.Pocos de los que saben de memoria poemas de Lorca o leen los relatos fantásticos de E. T. A. Hoffmann tienen una palabra amable o un minuto para pararse a oír sus obras musicales. Si acaso se escuchan en una madrugada de las radios especializadas o en un concierto, perdido, se vera en esas piezas la rareza del amateur de genio, más cercana al hobby que al arte.

En los últimos tiempos, se recupera entre nosotros la obra narrativa de ese gran proteo que fue el hermano listo de Giorgio, De Chirico, Alberto, Savinio, de quien es conocida también su buena mano de pintor. Pero, ¿y la música de Savinio? Para los que admiren a este original creador de mundos paradójicos hay en el mercado un disco reciente de la casa Stradivarius que recoge en versiones de gran calidad sus Chants de la mim-ort y el asombroso Álbum 1914. Pero Savinio, como Bowles o Nietzsche, no vivió una relación fácil con la música. Cuando en 1915 abandonó por un largo tiempo la composición, él mismo confesaba que lo hacía "para no ceder totalmente a la voluntad de la música", que en su propia forma de expresión incognoscible, e inexplicable es conde el secreto de esa fascinación que nos arrastra a ella y entre sus alturas nos pierde; la música "atolondra y atonta".

Siguiendo la racha de, los desagravios empiezan a salir grabaciones del compositor Federico Nietzsche, de quien son muy sabidas sus aficiones musicales, su relación con Wagner y sus escritos sesgadamente musicológicos, pero es poco escuchada la música propia compuesta principalmente en su etapa juvenil aunque jamás abandonada ni relegada a la condición de pasatiempo ver gonzante (el mismo filósofo intentó infructuosamente la ejecución pública de sus obras).

La esencialidad de la, música en Nietische es indiscutible, y no sólo por su pasión y conocimiento de ella. En la obra filosófica de Nietzsche hay "música latente", como decía Mahler, advirtiéndose a menudo en el ritmo de la escritura, en el impulso" Cromático, en la estructura sinfónica o, por el contrario, liederista, de muchas páginas nietzscheanas, un pensamiento musical. Nietzsche había sentido inclinación por la música desde niño y cuando a los nueve años su madre le compró al fin un piano se tomó con gran empeño sus estudios. El grueso de las 74 composiciones que el estudioso Hanz publicó en 1976 pertenece al periodo anterior a su wagnerianismo, y sigue la estela romántica, nocturna y melancólica de Schubert o Bralims. El doble disco compacto que se publicó en Canadá hace unos meses, en una competente interpretación patrocinada por la Universidad de Concordia, recoge las piezas camerísticas y vocales dejando para una próxima entrega, las obras orquestales de gran formato, de las que sólo una, Himno a la vida, puede considerarse plenamente acabada por Nietzsche (se estrenó en España en 1990, en una buena versión que dirigió Arpad Joo en El,Escorial).

Sería un despropósito reclamar un nicho para Nietzsche en el altar de los genios muertos (aunque yo pondría la sonata Una noche de san Silvestre a la altura del mejor Schumann) pero tampoco es justo pensar en Nietzsche y no atender su musica. Si hay algo en fa tumultuosa vida del filósofo que da fijeza o rostro es la música; él mismo decía que en ella se revela la "invariabilidad del carácter", sosteniendo que "lo que un muchacho expresa a través de es la es tan claramente el lenguaje de su naturaleza esencial que el hombre, adulto no desea que seproduzca allí ningún cambio". En la, aspiración nietschiana de, que la música sea "el complemento de la palabra, que, como todo lo que se expresa por escrito, ha de permanecer ambigua" radica seguramente el origen del conflictivo pasmo que muchos escritores y pintores han sentido por la composición. En el caso de Nietzsche nunca se desvaneció; enfermo ya seriamente en enero de 1889, la última carta que envía, a su amigo el músico, Peter Gast, tiene, en medio de la locura, la melodía de un optimismo: "Cántame una canción. El mundo se ha transfigurado, y todos los cielos se alegran".

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