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El nombre de las cosas

Antonio Elorza

En su comparecencia ante la comisión parlamentaria, el ministro Belloch mintió agresivamente. Si en su primera conferencia de prensa Roldán estaba circulando entre Vientian y Luang Prabang, ahora no se tenía constancia de nada; si entonces fue detenido en Bangkok, ahora lo ha sido en el avión de Roma. No ha existido pacto alguno para la entrega, pero los policías se han dado una vuelta por "una ciudad europea" (todos supieron pronto por otras vías, no por la debida, que por París) para hablar con alguien cuyo nombre no puede saberse en vez de volar directamente a la capital tailandesa. Eso sí podía hacerse, en tanto que resultaba inconveniente entrar en contacto directo con el Ministerio del Interior laosiano. Y si los documentos eran falsos, no importa para el procesamiento. Datos reales, para compensar la fabulación bizantina de la conferencia de prensa, ninguno. Darlos sería tanto como poner en peligro a personas, y eso él nunca lo hará. Léase: nunca dirá la verdad.Pero, eso sí, Belloch no se dirigía a los representantes de la soberanía nacional, sino a los ciudadanos de "buena fe". Dentro de la estrategia de su discurso, ésta fue la asociación fundamental., Un Gobierno que ha actuado "de buena fe" cuenta sus cosas a aquéllos que tienen "buena fe", es decir a quienes están dispuestos a creerle diga lo que diga del mismo modo que él, Belloch, creyó que los supuestos laosianos obraban "de buena fe". Fuera de este círculo de la- bondad política, los dos círculos de los malvados. El de los perversos con quienes hay que tratar en toda operación policial, no aptos para espíritus piadosos o algo así, que proporcionan la coartada a priori quizá de ellos viniera el engaño. Como ya sabemos, no pueden ser descubiertos por ese riesgo de la vida. Y los verdaderamente siniestros, que, ciegos ante tanta bondad y tanta eficacia, se atreven (me atrevo) a cuestionar la patraña y a poner en tela de juicio el éxito policial del Gobierno. Los representantes parlamentarios de los grupos políticos de la oposición entran en esta categoría.

Claro que, si la versión proporcionada sobre la supuesta detención en la conferencia de prensa inicial fue un cuento chino, Belloch no tiene derecho a reclamar para sí la más mínima credibilidad, de no aportar una información documentada -y autocrítica- del episodio. No lo ha hecho y, correlativamente, lo inverosímil de su versión es aún mayor. ¿Qué policía es tan maravillosa que no investiga directamente en Laos para saber si efectivamente está el delincuente en ese país? ¿Qué hacían, en cambio, en París? La única interpretación a que se prestan los datos de Belloch es que el único trato se llevó con intermediarios que acordaron de un modo u otro la entrega de Roldán, con un grado de responsabilidad del ministerio por todos y cada uno de los elementos del fraude que hoy es imposible conocer. Por eso resultaba inútil, y aun peligroso, entrar en contacto con el Gobierno laosiano.

Más allá del episodio, la intervención del ministro es una muestra de la incapacidad del discurso gubernamental para afrontar la realidad. Ésta resulta sustituida, incluso en los nombres de las cosas, por un mensaje cuyos puntos claves han sido establecidos a priori. Toda información debe ser previamente reelaborada, constituye un material para la propaganda. Nada es lo que es. Los delitos o infracciones propios son maquinaciones del adversario. La devaluación es realineamiento. La crisis, recuperación. La actuación desastrosa, un gran éxito. La designación de las cosas sufre una perversión sistemática. Y para que esto funcione, un discurso de violencia creciente, culminado en este caso con la descalificación de un diputado y portavoz parlamentario negándose a responderle e incluso a tomar nota de sus preguntas. Aunque sea doloroso, la designación adecuada es que Belloch no se comportó en esta ocasión como el ministro de un Gobierno democrático, sino como un político fascista.

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