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Entrevista:

"La polémica sobre la Obra la promovió en España una minoría"

Javier Echevarría, nacido en Madrid el 14 de junio de 1932, hijo de ingeniero y nieto de un agente de Bolsa ya afincado en la capital procedente de Oñate (Guipúzcoa), es, desde el pasado 20 de abril, el nuevo prelado del Opus Dei, el número uno de una institución eclesiástica que orienta los destinos de unas 80.000 personas repartidas por todo el mundo.Más de 45 de sus 62 años de vida han estado plenamente dedicados a la Obra fundada por el beato Josemaría Escrivá de Balaguer, del que Echevarría es el se gundo sucesor tras el fallecimiento de monseñor Alvaro del Portillo. Miembro del Opus desde septiembre de 1948, licenciado en Derecho, sacerdote desde 1955, Javier Echevarría fue secretario de Escrivá entre 1957 y 1975, año en que murió el fundador del Opus, y luego de Álvaro del Portillo, que, señalándole como vicario general en 1982, al constituirse la prelatura personal le confirmó como número dos de la Obra.

A nadie sorprendió por ello que Juan Pablo II designara a Javier Echevarría como el prelado de Opus. El próximo 6 de enero, en la basílica de San Pedro, el Papa elevará a Echevarría al episcopado, asignándole el cargo de obispo de Cilibia.

Monseñor Echevarría recibió a este corresponsal durante unos 45 minutos el pasado 22 de diciembre para entregarle las respuestas escritas a un cuestionario previamente presentado, que a continuación se transcriben. "Hubiera querido hacer esta entrevista directamente, como usted también deseaba, pero, desgraciadamente, no tengo tiempo. Por ejemplo, acabo de regresar de Lituania", explicó.

Pregunta. ¿Qué servicio puede prestar una institución como el Opus Dei a la sociedad? ¿Cuál es su significado en la Iglesia?

Respuesta. En este fin de siglo se están produciendo cambios cada vez más acelerados y considero que ese es el contexto adecuado para entender y valorar el servicio específico que el Opus Dei desea prestar a la sociedad: ayudar a hombres y mujeres de nuestro tiempo a que reflexionen sobre el contenido y las consecuencias de su fe, sin abandonar sus obligaciones cotidianas; más aún, amándolas y, por eso, buscando a Dios en el trabajo bien hecho, en la familia, en las responsabilidades sociales.

P. En su reciente carta apostólica sobre el próximo jubileo el Papa ha hecho un fuerte llamamiento a la "penitencia y reconciliación", animando a todos a "un examen de conciencia". ¿Ve usted cosas que cambiar en el Opus Dei? ¿Líneas que corregir?

R. Sí, nos sabemos pecadores que aspiran a amar con locura a Jesucristo y a los que la certeza del amor misericordioso de Dios da fuerzas para acometer el trabajo de cada día.

Por lo que se refiere a cambios en el Opus Dei, le recordaré un dato que no se me va de la cabeza cuando yo nací ya había sido fundado el Opus Dei. Fundar le correspondió al fundador. A sus sucesores compete la responsabilidad de ser fieles a la misión originarla y de profundizar con iniciativa en el legado que nos ha sido encomendado. Porque la historia no se detiene. Debe haber, pues, creatividad.

P. El reciente sínodo sobre la vida consagrada puso de manifiesto que, en los institutos religiosos, existen crisis de identidad y un clima reivindicativo, especialmente de una mayor participación femenina. ¿Ocurre lo mismo en su prelatura? ¿Por qué sí, o no?

R. No comparto los juicios sobre la existencia de una crisis o un clima de reivindicación generalizados respecto a la vida consagrada. Permítame señalar, por otra parte, una aclaración previa: la prelatura del Opus Dei tiene, en la Iglesia, una naturaleza y una misión específicas, diferentes de las que son propias de las órdenes y congregaciones religiosas. Los fieles del Opus Dei son cristianos corrientes.

Una vez dicho eso, déjeme que me extienda hablando de la misión de la mujer, que considero crucial. El camino hacia el pleno reconocimiento de la igualdad de derechos y oportunidades de la mujer ha sido largo y a veces amargo. Aunque quedan injusticias, sobre todo en algunos países, se ha progresado mucho. Pero los logros conseguidos no pueden ocultar que, para defender la igualdad, en ocasiones se ha caído en actitudes agresivas contra la diferencia que existe entre el hombre y la mujer. Es preciso llegar a una nueva síntesis, donde tiene mucho que decir el sentido cristiano de la dignidad humana: nueva síntesis entre igualdad de derechos y reconocimiento de la diversidad en un contexto de respeto.

Las mujeres del Opus Dei procuran vivir el fondo su existencia cristiana, tanto las madres de familia que gastan su vida en el hogar como las que descuellan en otras tareas. Es preciso que la mujer, sin complejos, pero también sin falsas retóricas, asuma a fondo el papel que hoy y ahora, en la sociedad de nuestros días, está llamada a desempeñar. La Iglesia, el mundo del trabajo, el hogar, la cultura, la política, necesitan de ella.

P. La Obra, como la Iglesia, se ha expandido recientemente más por el Tercer Mundo que por las regiones desarrolladas. ¿A qué se debe ese fenómeno?

R. ¿Considera, de verdad, que la Iglesia se ha extendido "recientemente" sobre todo por el Tercer Mundo? Por mi parte pienso que la expansión en esas áreas es el reflejo y la consecuencia del impulso evangelizador que comenzó hace siglos. Y, de otra parte, en el primer y en el segundo mundo hay también, en este momento, muchos fermentos de vida cristiana profunda y renovada.

La realidad sigue siendo que el Espíritu sopla donde quiere. ¿Cuáles serán los nuevos ámbitos de la evangelización? A mí me gusta pensar que la historia tiene reservada, también para nosotros, la sorpresa de conocer aventuras y horizontes nuevos. Tal vez la sorpresa de descubrir el valor de lo que está cerca y no somos capaces de ver. Quizá especialmente -y sin quizá- en esta vieja Europa.

P. En España, las polémicas encendidas sobre el Opus Dei renacieron hace dos años, con motivo de la beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer. ¿Cómo explica la persistencia de esas disputas?

R. Por mi parte, considero superadas esas polémicas, también porque fueron promovidas por una minoría. Pienso que supusieron el último capítulo de una etapa que terminó el 17 de mayo de 1992, en la plaza de San Pedro, un día que recuerdo siempre con emoción. Lo he comprobado, por ejemplo, con ocasión del fallecimiento de monseñor Álvaro del Portillo y de mi posterior nombramiento como prelado: hemos recibido una cantidad abrumadora de muestras de aprecio hacia la Obra y hacia nuestro fundador.

Hay, sin duda, algunas excepciones. Tal vez inevitables, pues es lógico que se produzcan reacciones ante una presencia cristiana como la que los fieles del Opus Dei aspiran a promover, es decir, una presencia viva, que no se deje homologar por los rasgos agnósticos de la cultura hoy dominante en algunos ambientes: la historia de los primeros siglos del cristianismo me confirma en esa convicción.

P. ¿Cómo valora la evolución de España en esta última década?

R. Me trasladé a Roma en 1950. Desde aquí, mi impresión es que España se ha integrado en las estructuras políticas y económicas de un mundo, el occidental, del que siempre formó parte cultural e históricamente. Un país también que comparte los problemas y las esperanzas de los países más avanzados. En España, como en el resto de Europa y Norteamérica, aparecen múltiples contrastes: un gran desarrollo tecnológico y económico con un alarmante aumento del desempleo y de la marginación, una amplia referencia al discurso ético acompañada por no pocas actitudes amorales, una mayor disponibilidad para convivir junto a una proliferación de intolerancias y fundamentalismos.

Desde un punto de vista religioso, comparto enteramente los diagnósticos publicados por la Conferencia Episcopal española: nuestro país es un gran campo para la acción apostólica y evangelizadora dentro de un clima de respeto, sosiego y concordia que puede y debe continuar sintiendo su responsabilidad respecto a otras naciones y prestar especial atención a los más desfavorecidos.

P. En este periodo de cambios, no sólo de siglos, sino de fronteras, de ideas y de liderazgos bajo los que se ha desarrollado y consolidado la Obra, ¿ve aspectos preocupantes para el futuro del Opus Dei y, en general, para la Iglesia?

R. Desde luego, me duelen los signos de descristianización o de increencia y me inquietan la violencia y la pasividad ante la pobreza. No es posible no sentirse profundamente herido ante la multiplicación de conflictos y ante la miseria doliente que los medios de comunicación nos dan a conocer, al menos en parte, llamando así a nuestra conciencia. Esas personas que sufren son imagen de Cristo, portadoras de dignidad y merecedoras de respeto. Existen muchas realidades que se clavan en el alma y hacen daño.

Pero son más los motivos de esperanza, como nos ha invitado a considerar Juan Pablo II en su carta sobre el tercer milenio.

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