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Seguridad europea: la etapa de Sevilla

En la actualidad, la seguridad europea se encuentra en una encrucijada. Ahora, todos perciben mejor los nuevos riesgos para la estabilidad y la paz en el continente. Todos buscan simultáneamente las mejores vías para definir los instrumentos de seguridad colectiva que respondan mejor a estos nuevos desafíos.La obsesión por el enfrentamiento Este / Oeste ha desaparecido, pero desde hace tres años hemos asistido al regreso de las guerras a Europa. En los Balcanes, a las puertas de Rusia, ha vuelto el espectáculo de las ciudades devastadas, han regresado las ideologías superadas y los enfrentamientos militares que sufren las poblaciones civiles.

A largo plazo, tenemos que movilizar a los países europeos para que sepan enfrentarse por su cuenta a las crisis que puedan sacudir el continente europeo. Tenemos que construir una nueva relación de cooperación y colaboración con Rusia, que en el horizonte previsible seguirá siendo esa gran potencia militar, económica, cultural y política que siempre fue importante para el destino de Europa.

En el terreno militar, se presenta otro desafío importante para los europeos, y de forma más general para los aliados: el de la proliferación de las armas de destrucción masiva. Este fenómeno no es nuevo, pero amenaza con adquirir unas dimensiones diferentes a las de antes. La difusión de los conocimientos y tecnologías, los riesgos de diseminación de los materiales más cruciales para la fabricación de armas -especialmente gracias a los desórdenes que agitan el antiguo territorio soviético- crean unas condiciones desgraciadamente favorables para la proliferación. Varias potencias regionales siguen tratando de adquirir arsenales que, en su opinión, les asegurarán la dominación de su parte del mundo.

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Por último, ¿cómo no subrayar que los países europeos y la Alianza deben prestar especial atención a la cuenca mediterránea? Los desequilibrios cada vez mayores que separan a los países de las orillas norte y sur del Mediterráneo y la explotación abusiva de los principios del fundamentalismo islámico por parte de algunos movimientos son fuentes de tensión a las que Europa debe plantar cara y aportar soluciones. Puede hacerlo apoyándose en sus valores propios y en la calidad de su sistema democrático. Debe desarrollar una política económica ambiciosa. Debe estar dispuesta a garantizar su seguridad, en particular contra las amenazas que pudieran nacer en su propio suelo. Por supuesto, estoy pensando en el terrorismo.

En este entorno radicalmente distinto del que conocimos durante 40 años, las estructuras encargadas de nuestra seguridad colectiva están, como se sabe, en pleno proceso de recomposición. Basta referirse al número de Estados que en la actualidad participan plenamente o como asociados en la Unión Europea Occidental, la OTAN, la CSCE, la Unión Europea o el Consejo de Europa. La geometría variable que caracteriza el funcionamiento actual de numerosas instituciones es el signo de una fase de transición inevitable hacia un nuevo orden europeo.

Francia, por su parte ha definido unas orientaciones políticas claras. Nuestra prioridad es la afirmación resuelta de una identidad europea en el terreno político y en el de la defensa, que son inseparables. Todo -la puesta en práctica del Tratado de la Unión Europea; las perspectivas que abre a los 12 Estados miembros, que pronto serán 16; el reforzamiento del papel operativo de la UEO; la creación y el desarrollo del Cuerpo de Ejército Europeo y otros conjuntos europeos multinacionales- se dirige en la misma dirección, y se verá acentuado en los próximos años. Entonces deberemos responder a los desafíos de la integración de las nuevas democracias de Europa Central y del Este. El objetivo es construir en el Este del continente un conjunto seguro y estable, esencial para la estabilidad mundial.

El énfasis en la identidad europea corre paralelo a la participación de Francia en la renovación de la Alianza Atlántica. Iniciado en 1991 en la cumbre de Roma, ese movimiento de adaptación de la OTAN al nuevo entorno se intensificó considerablemente con la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno del 10 de enero de 1994. Francia suscribió los puntos básicos del nuevo concepto estratégico adoptado en noviembre de 1991, pero siempre consideró que se trataba de un comienzo. Era inevitable que el inmenso aparato militar construido para resistir al Pacto de Varsovia sufriera transformaciones más profundas. La naturaleza de las crisis modernas y los conflictos previsibles piden respuestas muy diferentes. Por otra parte, el interés de los países de la Alianza por las distintas cuestiones en Europa o fuera de ella puede variar considerablemente.

En resumen, también la Alianza Atlántica debe evolucionar. Francia participa en esa evolución siempre que se reúnan dos condiciones: por una parte, que la identidad europea en materia de defensa sea afirmada claramente y pueda manifestarse progresivamente en el seno de la Alianza; por otra parte, que se inicie efectivamente una renovación de las estructuras militares de la Alianza, adaptada a las nuevas misiones de mantenimiento de la paz y gestión de crisis. Estas misiones exigen flexibilidad en cuanto a los medios y vigilancia en cuanto al control de la adecuación entre la acción militar y, los objetivos políticos.

Estos principios constituyeron la base del consenso de los jefes de Estado y de Gobierno en la cumbre de enero de 1994. Su puesta en práctica permitirá reforzar el papel insustituible de la Alianza Atlántica como foro de concertación entre europeos y norteamericanos en las grandes cuestiones que afectan a su seguridad. En particular, una relación transatlántica consolidada es indispensable para el mantenimiento de la presencia de fuerzas norteamericanas en Europa, que consideramos forman parte integrante de la seguridad europea.

Igualmente, hemos aprobado el empleo de medios de la OTAN en operaciones de mantenimiento de la paz, como en Bosnia y Croacia. Todos saben que contribuimos activamente al dispositivo aéreo de la Alianza desplegado en la ex Yugoslavia.

Creo que este conjunto de consideraciones explica de forma sencilla la presencia del ministro de Defensa francés en una reunión de los' 16 países de la OTAN en Sevilla. Por un lado, porque nuestras Fuerzas Armadas están directamente afectadas por estos debates entre los responsables políticos de la defensa, y por otro, porque, una vez iniciado el movimiento de reforma que he descrito, esa presencia se hace natural. El principio y la modalidad de una participación francesa en las deliberaciones de este nivel fueron descritos en el reciente Libro Blanco sobre defensa, aprobado por el presidente de la República y el primer ministro de Francia.

Ese documento no pone en duda los principios establecidos en 1966 de no participación en la estructura militar integrada, libre disposición de nuestras fuerzas y nuestro territorio, independencia nuclear y libertad de apreciación, y elección de nuestros medios en caso de acción.

El hecho de que la primera puesta en práctica de las orientaciones expuestas en el Libro Blanco publicado el pasado febrero tenga lugar en España, por invitación de mi homólogo García Vargas, ¿no es acaso un guiño amistoso del destino? Tanto España como Francia ocupan posiciones singulares en la OTAN, y sé hasta qué punto el pueblo español y su Gobierno comparten muchas de las ideas que he expresado aquí. Nuestros objetivos son idénticos. Estamos juntos en Bosnia. No deja de crecer nuestra cooperación para construir la Europa de la defensa y adaptar la Alianza. El encuentro informal de Sevilla, el primero de ese tipo para un ministro de Defensa francés, será, pues, una nueva etapa en la realización de esos proyectos comunes.

François Leotard es ministro de Defensa de Francia.

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