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Muere el director Ignacio F. Iquino, un estajanovista del cine

Ayer se supo que el director de cine Ignacio Ferrés Iquino, uno e los más prolíficos productores realizadores del cine español, falleció en Barcelona hace ahora dos meses, el 29 de abril, a los 83 años. El propio Iquino exigió, por decisión ante notario, que no se hiciera pública su muerte. Nacido en Valls en 1910, fundador e las productoras Emisora Films e IFISA, Iquino, I. F. I., que fue en vida todo un personaje, logró por sí solo, desde comienzos de los años cuarenta, mantener en pie lo más parecido una industria cinematográfica que haya existido jamás en el cine catalán.Hijo del compositor Ramón Ferrés y de la actriz Teresa Iquino, I. F. I. era un hombre de formación plural: fue dibujante, violinista, decorador teatral y fotógrafo antes de convertirse en cineasta. Pero todas estas actividades habrían de contribuir a cimentar el prestigio personal de que el director disfrutó entre sus iguales -no entre la crítica, por cierto-: con independencia de la realidad de sus películas, nadie discutía en la profesión que Iquino atesoraba uno de los bagajes técnicos más sólidos de todo el cine español. En todo caso, tuvo tiempo de hacerse ese bagaje: su carrera profesional abarca 50 años, los que median entre 1934, cuando creó la marca Emisora Films, y 1984, el año de su último y muy olvidable filme, Yo amo la danza.

Pero las historias del cine español tropezarán siempre con el mismo escollo: la desaparición de la mayor parte de sus filmes, el original de muchos de los cuales vendió el propio cineasta para que el celuloide sirviera como materia prima para la confección dé cuellos de camisa. Los historiadores valorarán la proverbial capacidad para producir y la legendaria tacañería de Iquino antes que el mérito artístico de sus películas. Estajanovista de la cámara, I. F. I. perseguía películas baratas y a tiempo. Un centenar largo de filmes, entre propios y ajenos, y casi todos por debajo del coste medio, avalan su candidatura al dudoso podio de profesional más prolífico del cine español.

Iquino se amoldó siempre a os aires reinantes. En plena guerra civil rodó un mediometraje cómico para la CNT, Paquete, el fotógrafo público número uno, y 10 años después, con la película El tambor del Bruch firmó un alegato de fervor nacional-españolista.

También explotó a su conveniencia la descarada adulación hacia los miembros de la Junta de Censura: en 1951, tres de sus producciones fueron adaptaciones de Wenceslao Fernández Flórez, de José Francés y de Concha Espina, que no estaba en la junta, pero cuyo hijo, Víctor de la Serna, era miembro de pleno derecho.

Pero no es menos cierto que sólo un año después, con El Judas, inocente filmación de la Pasión de Esparreguera, tuvo un incidente con la censura, que le prohibió tajantemente la distribución del que habría sido el primer filme en catalán de la posguerra. Y tampoco hay que olvidar que también rodó filmes aceptables, como Brigada criminal (1950), ejemplo de ese cine policiaco barcelonés, artesanal y bien rodado que está hoy ausente de la producción comercial catalana.

Por lo demás, Iquino fue un adelantado en el destape, que comenzó a practicar a mediados de los cincuenta. Ya en los sesenta, jugó al aperturismo de García Escudero produciendo los dos primeros filmes del novel Mario Camus, Los farsantes y Young Sánchez. Y nunca dudó en apuntarse a un filón productivo: en los cincuenta lo hizo con las películas folclóricas, y luego con el spaghetti-western y la casposa parodia jamesbondiana.

Para los cinéfilos más jóvenes, el nombre de Iquino se suele identificar con lo que constituye lo más deleznable de su producción: los filmes que, aprovechando las ventajas del destape sexual imperante desde 1973, advertían a la juventud despistada sobre los riesgos del sexo libre, desde un punto de vista reaccionario y oportunista: Aborto criminal o Fraude matrimonial son otras tantas perlas cultivadas que marcan el definitivo declive de la carrera de un productor decididamente sin complejos.

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