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GUERRA EN LOS BALCANES

'Protegidos' por la ONU en la ratonera

Atrapados e indefensos en Sarajevo bajo la mirada de los 'cascos azules'

El estatuto de "ciudad protegida" que la ONU otorgó en mayo de 1993 a Sarajevo es un siniestro sarcasmo. La capital de Bosnia-Herzegovina es la mayor ratonera, sólo comparable a Mostar, de la antigua república yugoslava, en la que los civiles no tienen ninguna posibilidad de protección, defensa o escapatoria frente a los ataques indiscriminados de la artillería serbia. Su única capacidad es engrosar, día a día, la lista de muertos que, en los 22 meses que dura el ignominioso asedio, supera la cifra de 9.770.Desde la última cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN, el pasado 10 de enero, los dirigentes occidentales han esgrimido por enésima vez la amenaza de una intervención militar para doblegar el cerco serbio en la ciudad de Tuzla (al norte), que impide la reapertura del aeropuerto, y en la localidad de Srebrenica (al este), donde se halla bloqueada una compañía de cascos azules canadienses que debe ser relevada. Sólo el presidente estadounidense, Bill Clinton, mencionó la necesidad de pasar de las palabras a los hechos y de golpear también a los serbios que rodean Sarajevo. Nadie ha demostrado especial interés en recoger la sugerencia. La vida dé los soldados de la ONU desplegados en la ciudad, franceses en su mayoría, quedaría expuesta a la represalia serbia en caso de un eventual ataque de la OTAN, esgrimen las voces contrarias a la intervención.

Mientras en foros internacionales se eternizan las discusiones bizantinas sobre las ventajas e inconvenientes de una intervención militar, los habitantes de Sarajevo siguen muriendo en un goteo criminal, que en la última semana ha adquirido la dimensión de diluvio. Más de sesenta muertos en sólo dos días.

Sarajevo vuelve a ser el centro del horror, la ciudad más peligrosa. Nunca dejó de serlo. Desde hace 22 meses la vida de sus habitantes no vale un céntimo. Pero, a pesar del fatal destino al que se hallan condenadas, las gentes de Sarajevo tienen que sobrevivir y, para ello, ¡peligrosa decisión!, tienen que abandonar los refugios y salir a la calle. Y en la calle mueren, porque este es el único "objetivo militar" de los asesinos serbios que campan a sus anchas por las colinas cercanas. Una cola de mujeres y ancianos para conseguir una barra de pan o una ración ridícula de la llamada ayuda humanitaria, un entierro en un cementerio, un partido de fútbol o un grupo de niños deslizándose en trineo por la nieve una mañana soleada. Estos han sido los principales escenarios de las carnicerías más monstruosas.

Nadie, en las actuales circunstancias, tiene la más mínima capacidad de proteger la seguridad de los habitantes de Sarajevo. El Ejército bosnio, de mayoría musulmana, apenas puede mantener a raya a los sitiadores, frenando sus esporádicas incursiones terrestres. En realidad, los soldados de la Armija también se hallan dentro de la ratonera. Las armas que les llegan a Sarajevo, a través de un precario túnel construido bajo el aeropuerto, que une los barrios de Dobrinja con Butmir, poco pueden hacer para acallar las baterías serbias. Los cascos azules no tienen ni los medios ni el mandato de la ONU para dejar de ser meros espectadores ante cada matanza.

¿Qué hará tras el episodio de ayer el general británico Michael Rose, nuevo jefe de Unprofor en Bosnia, que ha asumido el cargo con una aureola de militar duro y que no ha dudado en acusar abiertamente a los serbios del ataque el- viernes a Dobrinja que costó nueve vidas? Puestos a abrigar un atisbo de esperanza, la actuación de los soldados franceses a las órdenes de aquel general, que anteayer abrieron fuego contra un supuesto francotirador que hirió a un civil cerca del hotel Holday Inn, podría interpretarse como un indicio de que Occidente se dispone a abandonar la pasividad vergonzante exhibida hasta ahora.

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