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La mantequilla y las ideas

En los periodos de crisis es cuando el papel de las Administraciones adquiere gran importancia en todos los campos. La cultura no es una excepción. De aquí que considere básico no reducir los recursos públicos destinados a tal fin, que han de sumarse a la importante labor que se realiza desde el sector privado. Es una apuesta, por tanto, de progreso, que se orienta en un sentido distinto al de las fuerzas conservadoras, que tienden al recorte sin más -llegando incluso a la privatización de servicios-, reduciendo a la mínima expresión el papel de lo público, elemento esencial para garantizar, sin dirigismos, la pluralidad y la plena libertad artística.Madrid es el centro de producción de cultura más importante de España y, más allá, uno de los centros de obligada referencia en el ámbito europeo y en el vasto universo hispanohablante.

Esos factores, entre otros, nos obligan a repensar la política cultural en Madrid y a intentar establecer una línea de actuación novedosa. Es una tarea compleja que requiere imaginación, decisión política y, sobre todo, talante y voluntad negociadora.

¿Por qué dialogar por la cultura?: por la complejidad de su producción, por las dificultades que el desarrollo de las industrias culturales halla en una sociedad en crisis y por ser un producto cuya difusión depende en gran medida del apoyo del sector público.

En Madrid, esa necesidad se hace patente también por su cierta función de escaparate a escala nacional. Nuestra región, en el próximo futuro, no puede perder empresarios y obras cinematográficas, espacios escénicos y actores, editores o periódicos diarios. Evitarlo debe ser un compromiso de las tres Administraciones que actúan sobre su realidad.

Dialogar por la cultura significa, en primer término, impulsar la participación de los protagonistas del hecho cultural en el diagnóstico de la situación, primero, y en el diseño de un programa de actuación, después. Significa también contemplar, en ese proyecto, todas las vertientes del hecho cultural, desde las manifestaciones más vanguardistas hasta la llamada cultura popular. Y significa dar especial relieve a aquellas disciplinas que, en no pocos casos, y pese a tener una importancia de primer orden (pienso en el teatro, el cine, la danza), encuentran, por razones económicas, serias dificultades para su realización, mediante una equilibrada y decidida actuación del sector público y mediante el apoyo al sector privado a través de iniciativas que lo incentiven -Ley de Fundaciones, regulación del mecenazgo, etcétera-.

Desde ese enfoque, el Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid está elaborando, de modo participativo, el Libro Blanco de la Cultura como documento diagnóstico y, a partir de sus conclusiones, procederá al diseño de un programa de actuación.

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Creo que no podemos limitamos a establecer los puntos de confluencia de los intereses de la Administración con los de los agentes culturales, sino intentar poner en marcha una política de fondo que, salvaguardando la libertad creativa, actúe sobre la raíz del hecho cultural. A mi juicio, es necesario actuar en tres direcciones: ampliar la infraestructura cultural, incrementando los usos de la ya existente en nuestra región; desarrollar una política de formación que racionalice las enseñanzas artísticas, abriendo nuevos campos; promover la creación de nuevos públicos, base de todo futuro avance en este terreno.

Si respecto a lo primero tiene una importancia capital una red de instalaciones culturales descentralizadas, que permita llevar la cultura -y recoger iniciativas culturales- al último pueblo de la región, parece imprescindible que Madrid cuente con un gran centro cultural polivalente, similar a los existentes en otras capitales de Europa (Lisboa, París, Londres) o Norteamérica (Nueva York). El centro proyectado por la Comunidad de Madrid en la antigua fábrica de cervezas El Águila puede cubrir sobradamente esa expectativa.

En cuanto a la formación, considero necesarias, en colaboración con las asociaciones del sector, iniciativas que contribuyan a la impartición de una enseñanza de calidad en campos tan específicos como el arte dramático y las artes audiovisuales, mediante la creación, desde las instituciones, de centros específicos, con planes rigurosos, elaborados de acuerdo con las necesidades de nuestra región.

Y en lo que se refiere a la generación de nuevos públicos, el esfuerzo no sólo debe orientarse hacia la promoción cultural descentralizada (municipios, barrios, etcétera), sino, de un modo especial, a la juventud y, en concreto, a la población escolar: centros de enseñanza y universidades. La informatización de los circuitos de acceso de los ciudadanos a los servicios culturales y a la información que éstos producen, el desarrollo de campañas en el medio audiovisual orientadas a potenciar el teatro, la lectura, la música, entre otras disciplinas, pueden también desempeñar un papel importante.

Sobre esas tres columnas debería sustentarse el programa de actuación derivado del diálogo por la cultura iniciado en la Comunidad de Madrid. Un diálogo con lo que podríamos llamar cultura organizada, pero también con personalidades de los distintos campos artísticos, con la industria, con los municipios, con los profesionales de la gestión cultural, con el mundo educativo.

Se trata, en definitiva, de un reto de primer orden para Madrid en su contribución a la política nacional y al proyecto europeo. Jean-Marie Domenach, profesor de L'Ecole Politechnique de Paris y ex director de la revista Esprit, afirmaba no hace mucho en Madrid: "Europa se encuentra en una situación de crisis toda ella. Ha amontonado toneladas de mantequilla, pero se encuentra sin ideas. Por eso, la cultura debe servir de recurso a la construcción europea". Desde las regiones nos corresponde un papel de suma importancia en ese proceso. Madrid estará a la altura de las circunstancias.

Jaime Lissavetzky es consejero de Educación y Cultura.

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