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El heredero de Japón se casa con una diplomática en el ministerio de la tradición sintoísta

Juan Jesús Aznárez

Diluvió la víspera y durante la vela nocturna, la madrugada de la despedida familiar y a lo largo de la mañana de ritos y liturgias antiguas. La lluvia amenazaba con anegar el templo sintoísta en que ayer contrajeron matrimonio los futuros emperadores de Japón con un ritual que permanece en el misterio. Pero las preces de los monárquicos fueron atendidas y escampó cuando el príncipe Naruhito, heredero del Trono del Crisantemo, y la princesa Masako, abordaban un descapotable negro para recorrer Tokio. La despedida de la madre reveló cuánto hay de oficio en el enlace: "Hija mía, cuídate y trabaja duro por tu país.

La celebración comenzó a las seis y veinte de la mañana (23,30 del martes, hora peninsular española), en el domicilio de una novia que la mayoría aplaude pero pocos envidian. Las dos hermanas menores de Masako, Owada lloraban en el portal cuando un enviado del príncipe recogió a la futura emperatriz para trasladarla al palacio imperial. Allí le esperaba todo el formalismo de un trono con 1.500 años de historia. En una de sus cámaras, la hasta entonces diplomática Owada fue purificada con un baño de agua tibia. Con el tiempo llegarán otras abluciones.Su madre lloró también en el vestíbulo del recinto sagrado designado para la boda y el padre, con más expresión de abatimiento que de felicidad, confesó sentir "una mezcla de emociones" en el desposorio de su primogenita, que renuncia a una prometedora carrera profesional en el mundo de la diplomacia. Hasta hace poco estaba destinada en el departamento de América del Norte del Ministerio de Asuntos Exteriores japonés.

"Pierde toda su libertad", comentaba una estudiante en el posterior cortejo, seguido por unas 200.000 personas. Hisashi Owada, viceministro de Asuntos Exteriores, reconoció que Masako, de 29 años, es una figura pública y como tal deberá cumplir con su deber. "Como padre, quiero que sea féliz".

Maquillada con harina de arroz, vestida con un quimono de casi 14 kilos de peso, 20 millones de pesetas en sedas y brocados, y peinada a la usanza del siglo VIII, Masako Owada penetró en el pequeño templo (le bambú levantado para venerar al dios del sol Amaterasu. Lo hizo primero el príncipe Naruhito, de 33 años, con un quimono color fuego que nadie sino él puede llevar. Cortesanos, siempre encorvados para mostrar sumisión y respeto, les sostuvieron la cola (de los trajes.

No fue posible observar el desarrollo de la ceremonia sintoísta porque los vigilantes de las tradiciones imperiales creen que el misterio preserva la fuerza de los ritos. Una cadena de televisión, en dibujos animados, reprodujo los quince minutos de una boda a la que únicamente asistieron siete oficiantes y una sacerdotisa doncella: el príncipe ofreció a los dioses la rama de un árbol sagrado, 30 tipos de comida diferentes y leyó su promesa nupcial; bebió después dos sorbos de sake (vino de arroz) y ofreció otro a Masako Owada, quien, sin pronunciar palabra, lo aceptó.

Así quedó formalizado el matrimonio, mientras el hermano del príncipe y su esposa; los padres y hermanas de la novia; primer ministro y representantes del mundo económico y académico, hasta un total de 8.00 personas, esperaron sentados, y siempre en silencio, en un templete próximo. Los príncipes posaron después sonrientes y, aparentemente, más relajados. No hubo invitados extranjeros pues nunca la casa nipona emparentó con la nobleza extranjera.

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Republicanos en retirada

Los republicanos en activo, pocos y en franca retirada, mejor hubieran hecho en abandonar Japón el día de los esponsales. Muchos de quienes, valientemente, se quedaron, optaron por alquilar una película de vídeo ante la imposibilidad de sintonizar un canal sin programación nupcial en sesión continua.Masako Owada, princesa Masako hasta su entronización como emperatriz, cambió de traje en cuatro ocasiones. La jornada no se agotó con el cuarto de hora en el templo de Amaterasu. Después se rezó a los antepasados y la pareja comunicó su nuevo estado a los actuales emperadores, ausentes en la boda porque una de las tradiciones prohibe su asistencia a ceremonias o casamientos con contrayentes de menor rango, aunque pertenezcan a la familia.

En el palacio de Akasaka, Akihito y Michiko, primera plebeya en la corte, acusaron solemne recibo y los príncipes, caminando siempre hacia atrás para no dar la espalda, se retiraron. En un Rolls Royce negro flanqueado por 18 motoristas y seis coches oficiales, el matrimonio cumplió los cuatro kilómetros de recorrido desde el palacio Imperial hasta su residencia provisional. Sonrientes y saludando con la mano, hablando a veces entre ellos, los futuros emperadores eran vitoreados por muchedumbres que en algunos tramos tumbaron las vallas de protección.

Cuatro bandas se ocuparon de la música de fondo durante un trayecto de 40 minutos de aplausos, banderitas y gritos en apoyo de Masako, gran heroina con diadema de brillantes para aquellos que saben de sus próximos rigores en palacio. Pero lo que más se escucho fue una palabra que parecía elevarse a las alturas con fervor: ibanzai! ¡banzai! (larga vida al emperador).

El ambiente fue definitivamente festivo y un policía cada dos metros se ocupó de que nadie pudiese mostrarse de otra manera. Las amenazas de la guerrilla izquierdista de sembrar de sangre tan memorable día quedaron en papel mojado. No hubo ningún incidente digno de mención aparte de la boda misma.

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