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El balneario

A mediados de los setenta, en respuesta a una pregunta de la revista Por Favor, Javier Pradera decía: "Europa es un balneario en el que nunca pasa nada". Pradera decía la verdad y nada más que la verdad, pero en cuanto se hicieron palpables los efectos de la crisis energética sobre las economías europeas más poderosas, ya empezó a olerse algo raro en Dinamarca; es un decir. No muchos años después traté de reflejar la superficialidad de la pax romana europea en una novela, El balneario, que fue leída demasiado al pie de la letra. Se la tomaron como una graciosa constatación de que Carvalho tenía cirrosis y se veía obligado a hacer régimen. "Ni siquiera hacer el amor", me reprochó un crítico.Pues bien, ya tenemos el balneario europeo descompuesto, en plena gastroenteritis física y espiritual, y ha bastado tener que elegir entre dos palabras, o no, para que se organice una Babel. Sí, pero no. No, pero sí. Sí ¿Sí? No ¿No? ¡No! ¡No, no y no! ¡Sí, sí y sí! ¡Pse! Tamaña confusión de lenguas basadas en tan escasos vocablos aparece como una provocación para los lingüistas, mientras la peseta, como las malas mujeres, se va con otro, y otras monedas se han refugiado en las cuevas de Altamira de la premodemidad.

Y se demuestra que tenemos tan gran conciencia de europeidad solidaría que Antonio Gala le ha dado a la magia de la greguería: "Queremos tanto a Alemania que añoramos aquellos tiempos en que había dos". Ojo con Córcega. No vaya a nacer allí otro Napoleón. Y si se tiene algo que vender hay que ir a Berlín. Desde Berlín se compran balnearios, gran liquidación fin de temporada. Balneario del Este y balnearios del Oeste. Cinco mil millones de dólares en armas para que se maten los ex yugoslavos. ¿Industrias? Ex soviéticas, norteamericanas... ¿Intermediarios? Europeos. Los mismos que luego montan reuniones pacificadoras.

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