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Tribuna
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Fiestas populares

El autor se refiere a la polémica suscitada por la reciente prohibición de que Izquierda Unida instalara una caseta en unas fiestas de barrio. La decisión del equipo municipal del PP es explicada aquí por uno de sus responsables.Sigfrido Herráez,

Durante las últimas semanas todos hemos sido testigos de una animada polémica sobre la presencia de partidos políticos en las fiestas populares del barrio. Antes de continuar, convendría matizar que nos estamos refiriendo no a la colaboración o participación en la organización y desarrollo de los festejos, sino a la presencia fisiea de los partidos en los recintos feriales a través de las tradicionales casetas o chiringuitos.La excesiva presencia de los partidos en todos los órdenes de la vida del país, además de ser un estado general de opinión, es una realidad empírica fácilmente constatable. Basten algunos ejemplos, como pueden ser la elección de los miem.bros del Tribunal Constitucional, o del Consejo General del Poder Judicial, la composición de los consejos de los medios de comunicación públicos (RTVE, Telemadrid, etcétera), de los consejos rectores de algunas entidades financieras (Cajas de Ahorros, banca pública, etcétera), para dar fe de todo ello.

Entiendo que los partidos políticos tienen suficientemente garantizada su participación a través de los órganos democráticos de representación. Los parlamentos nacional o autonómicos, los plenos municipales o de distrito son los foros genuinamente marcados por la Constitución y las leyes para el debate político. Las razones que históricamente llevaron a esta omnipresencia de los partidos en todos los ámbitos de la vida comunitaria carecen hoy de justificación. España es hoy una democracia madura y sólidamente asentada en los principios democráticos, y lo que en el pasado fue un medio de darse a conocer o de mejorar su implantación social, actualmente puede resultar hasta contraproducente.

Los partidos políticos constituyen un pilar indiscutible de un estado democrático. Pero, al mismo tiempo, una sociedad civil fuerte debe tener la capacidad de vertebrarse a través de otros cauces. Surgen así las entidades ciudadanas (asociaciones y fundaciones) que, dependiendo de la naturaleza de los fines que persigan, pueden calificarse de interés particular o general. En este último supuesto se engloban las asociaciones de vecinos que todos conocemos y que, por su carácter local e independencia política, deberían encarnar el primer estamento de la representación vecinal. Y digo deberían porque, desgraciadamente, muchas de estas asociaciones no son más que instrumentos de los partidos de izquierda, que en su enconado afán por controlar todos los estamentos sociales, se han encargado artificialmente de crear y manipular (por fortuna, sólo algunas, ya que muchas otras realizan una labor encomiable y totalmente independiente). Es ésta, sin duda, otra muestra de esa excesiva politización de la vida española, que por el bien de la participación ciudadana convendría ir erradicando.

Expresión popular

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Pero volviendo al tema de las fiestas, son éstas una expresión de la tradición y el sentir popular. Es justo que los vecinos participen en ellas, bien individualmente o a través de las asociaciones y demás entidades que legítimamente les representan. Pero no nos engañemos, la participación de los partidos políticos en las fiestas populares obedece no sólo a razones divulgativas, propagandísticas o de presencia institucional, sino fundamentalmente de carácter crematístico. Resulta triste reconocer que detrás de toda esta polémica suscitada no haya más que el negocio que para algunas asociaciones y partidos representan determinadas fiestas. Resulta curioso que este debate sólo se suscite en torno a las grandes fiestas que por su tradición, ubicación y afluencia de vecinos representan siempre para sus organizaciones y colaboradores un rotundo éxito, y no así en los cientos de pequeñas fiestas populares de barrio que a lo largo y ancho del municipio de Madrid se vienen celebrando todos los años y donde los partidos políticos no tienen el más mínimo interés en participar. A mí, personalmente, me parece legítimo que una asociación de vecinos instale un chiringuito y recaude unos fondos que teóricamente van a redundar en una labor reconocida de interés general. Pero los partidos tienen una ley de financiación que les asegura un nivel de recursos más que suficiente. Por otra parte, la instalación de este tipo de chiringul tos constituye una clara competencia desleal hacia los feriantes, que para instalarse deben abonar unas tasas municipales y contribuir económicamente a sufragar determinadas actividades de los que todos los vecinos se benefician.

En cualquier caso, no quisiera perder esta ocasión para entrar a valorar determinadas actitudes mentenidas por personas pertenecientes a la formación IU, que no dudo en calificar de impresentables (afortunadamente para el sistema democrático, otras muchas mantienen una actitud diferente). Todos hemos podido presenciar cómo un determinado concejal, amparado en un simple carné, se ha permitido insultar y empujar a funcionarios municipales, volcar contenedores de basura e incitar a vecinos al enfrentamiento con la policía. Estas actitudes descalifican por sí solas a las personas que las protagonizan y a la formación que las sustenta, pero en ningún modo benefician a la convivencia en paz y en libertad, que en toda democracia debería presidir la vida en comunidad. El Estado de derecho se fundamenta, por una parte, en el respeto a la ley y a la autoridad que legítimamente la representa y, por otra, en la facultad de cualquier ciudadano de hacer valer sus derechos ante los tribunales cuando crea que han sido vulnerados. Ningún partido democrático puede cambiar las instituciones por las calles para hacer valer unas pretensiones en principio legítimas, porque desde ese mismo instante dejan de serlo. Este tipo de individuos a quienes les gusta ponerse la etiqueta de "demócratas de toda la vida" olvidan con demasiada facilidad que las personas que gobiernan desde instituciones democráticas lo hacen por mandato expreso de los ciudadanos, que libre y mayoritariamente decidieron apoyarles en unas elecciones. Es una pena que los que representan un modo de hacer política decimonónico, tercermundista, caduco y trasnochado no se hayan dado todavía cuenta de que el pueblo español ya tiene sus ojos puestos en el siglo XXI. Afortunadamente, el tren de la historia no espera a aquellos que pretenden anclarse en un pasado felizmente olvidado.

concejal del PP, es presidente de la Junta de Latina.

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