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Héroes y villanos

Pascale, mi nieta francesa de cuatro años, se enfurece cuando no puede salirse con la suya, y le grita a su madre "vilaine". Me parece que: también, hay algo infantil y arcaico a la vez en la palabra villano, aunque el epíteto inglés tiene un significado más fuerte. Más o menos caído en desuso, pertenece a melodramas desaparecidos y, de alguna forma, ha retornado a esa definición que el Diccionario de Oxford califica como término "ahora raro": alguien tosco, más bien patán que malvado. Pero si he de aceptar la palabra como el apelativo corriente para una persona malvada, no estoy segura de conocer personalmente a ningún villano. Y todos sabemos que, en lo que concierne a los personajes públicos, el que para un individuo es un villano, para el de al lado es un héroe. Muchos de nosotros vivimos, o hemos vivido, bajo regímenes cuya moralidad nadie ha descrito mejor que Chinua Achebe en su novela A man of the, people: "De la noche a la mañana, todo el mundo empezó a mover la cabeza con gesto de desaprobación ante los abusos del último régimen, los sobornos, la opresión y la corrupción del Gobierno... Todo el mundo se quejaba de tan terrible destino y, a la mañana siguiente, se convirtió en opinión pública. Y eran los mismos que sólo unos días antes recibían mil lisonjas, los mismos a quienes los aduladores seguían adondequiera que fuesen entre cantos y redoble de tambores. En un régimen así, me atrevo a decir, puedes morir tranquilo si tu vida ha inspirado a alguien para salir en tu defensa y dispararle en el pecho a tus asesinos, sin pedirte. nada a cambio".Sustituyan la portada y la CNN para esas sociedades sin cantos ni redobles de tambores y tendrán una descripción de extensa y oportuna aplicación, ¿o no?

En una novela que escribí en los años setenta (tiendo a encontrar lo, verdad en la ficción, en la de otros y en la mía, más que en la inhibida región de los hechos), hice que uno de mis personajes comentara que era extraño vivir en un país en el que todavía había héroes. Su país era el mío, y eso es algo de lo que yo también soy consciente. El estar recluido durante 27 años como presos de conciencia, como lo estuvieron mis héroes Mandela, Sisulu y otros cuyos nombres no les dirían nada, y salir de ello enteros, cuerdos, sabios, y con sentido del humor, es algo heroico sin ninguna duda. Soportar la amputación del exilio es heroico; yo lo veo en los hombres y mujeres que ahora están regresando a casa, a Suráfrica.

He conocido bastante bien a algunos de estos héroes; una experiencia maravillosa y saludable que considero una de las más importantes, comparada incluso con las más íntimas de mi vida. Esto se debe a que estas personas le bajan a uno los humos en términos del valor de cada uno y, a pesar de ello, afirman con autoridad, por el mero hecho de existir, que vivir la vida es algo que, decididamente, merece la pena. ¿Es aquí donde coinciden el heroísmo y la villanía, en este campo magnético de ávida energía? Lo miramos desde fuera, con espanto a veces, otras con admiración. La persistencia del mal horroriza, la resistencia del bien infunde temor.

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Pero algunos héroes representan un completo enigma. Empezaron en las filas del mal, en lo que respecta a la opinión de la gente que rechaza cualquier práctica racista, y después repudiaron y se rebelaron contra las convicciones de esas filas. No se trataba de algo tan fácil como hacer declaraciones, o dimitir de alguna formación política; a menudo implicó perder la posición profesional, el sustento, y tener que estar preparado para ser puesto a prueba como sospechoso dentro de las filas de oposición al racismo.

En una casa no lejana a la mía está uno de mis héroes, que vivió durante unos años como lo que, en mi código, yo llamo un villano. Beyers Naude es un afrikáner que creció en la época en la que el Partido Nacional todavía vengaba la derrota en la guerra bóer y buscaba restaurar, mediante esa villanía piadosa -el nacionalismo extrae su autoridad de la religión- su dignidad, accediendo al poder. Se convirtió en ministro de la Iglesia holandesa reformada y en miembro de la Broederbond, la banda de hermanos, una sociedad secreta de guerrillas ideológicas que dominó varios Gobiernos apartheid de primeros ministros que eran sus broeders. Cuando ya era un joven maduro, con esposa e hijos, cometió la herejía de declarar pecado el apartheid y le despojaron de su ministerio; abandonó la Broederbond y, en consecuencia, se le cerraron las puertas para cualquier puesto seglar en el Afrikanerdom.

Su aspecto era, y sigue siendo, el del prototipo del clérigo afrikáner, con el pelo engominado sobre su rostro de sonrisa franca, y el traje de safari, el atuendo seglar afrikáner, que es a todo lo que ha llegado su rebelión en el vestir. Pero de ésta encantadora imagen, créanme que, de alguna manera, demuestra inconscientemente su convicción de que, en el interior de los afrikáners convencionales a los que él se parece externamente, existe una luz como la suya esperando a realizarse-, ha surgido un valor sorprendente. Fue proscrito, vilipendiado y perseguido por Gobiernos sucesivos. No tenía ningún ministerio, pero todos éramos -todos los que estamos en la lucha contra el racismo- su congregación. Los enormes riesgos que ha corrido para defender la liberación de los negros no pueden saberse del todo aún, porque esa liberación aún no se ha conseguido del todo, ni mucho menos. Pero para el movimiento por la liberación de los negros se ha convertido en el hombre blanco más digno de confianza de Suráfrica.

¿Cómo puede ser que el héroe y el villano hayan existido en un mismo hombre a lo largo de su vida? Él atribuiría a Dios su conversión. Pero, como yo no tengo Dios, sigo buscando una explicación. ¿Conciencia? ¿No es eso un condicionante atávico que proviene de los mandatos divinos, incluso para los no creyentes? ¿Un sentido de la justicia, ese indicador del nivel de espíritu, de origen desconocido?

es escritora surafricana y premio Nobel de Literatura de 1991.

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