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Los mitos de Oriente Próximo

Después de que, hace un año, Sadam Husein invadiera Kuwait, también después del lanzamiento de la ofensiva de la coalición e incluso después del alto el fuego, muchas personas afirmaron que, como resultado de estos acontecimientos, Oriente Próximo había cambiado hasta el punto de lo irreconocible y que ya nada volvería a ser igual. Pero más tarde, cuando con el paso de los días, semanas e incluso meses este nuevo y diferente Oriente Próximo no llegó a materializarse, las mismas u otras voces se alzaron, asegurando que nada había cambiado en absoluto, y que todo volvía a ser igual que antes de la invasión.Aún no existe suficiente evidencia para probar la validez de la primera proposición. Posiblemente pasen años antes de que una nueva configuración política de ese nuevo orden llegue a asumirse o adopte una forma clara. Al ignominioso fracaso de los países árabes a la hora de estrangular a Israel en 1948, fecha de su nacimiento, le siguió, por una parte, el asesinato o la destitución de cada uno de los gobernantes árabes que tomaron parte en el fiasco y, por otra, el surgimiento de un nuevo orden político en el mundo árabe. Pero hasta 1958 no se logró derrocar al último de los participantes: la monarquía iraquí.

La segunda proposición, la que afirma que nada ha cambiado, podemos rechazarla de entrada, puesto que ha demostrado ser falsa. Muchas cosas han cambiado, tanto en la comprensión de las anteriores realidades, como en el surgimiento de otras nuevas. Tal vez la más impactante y obvia a la vez sea el descrédito final de las sanciones. Siempre existieron dudas en cuanto a la efectividad de las sanciones contra Irak. Es cierto que muchas personas las apoyaron con la mejor de las intenciones, pero algunos de quienes exclamaban: "Para que las sanciones funcionen, hay que darles tiempo", olvidaban añadir la segunda parte de la frase: "Y si no funcionan, olvidemos el asunto".

En la actualidad, tras una derrota militar y una importante rebelión, Sadam Husein permanece en el poder, controlando su aparato político y militar y parece claro que ni a él ni a su él1te gobernante les incomoda la continuidad de las sanciones ni en el aspecto personal ni a la hora de adquirir el armamento que ponga en peligro la seguridad del pueblo. La idea de que las sanciones podrían haber logrado que abandonara Kuwait resulta ahora grotescamente absurda. El mantenimiento de algún tipo de sanciones posiblemente pueda evitar que Sadam Husein cometa más crímenes contra su propio pueblo y contra la humanidad, pero incluso esto parece cuestionable.

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Otra extendida creencia, que ahora ha demostrado ser falsa, era que una guerra en el Golfo interrumpiría el tráfico de petróleo y causaría importantes trastornos a escala mundial. No sucedió nada de esto. Dos importantes proveedores de petróleo prácticamente han detenido su producción: Kuwait, debido al sabotaje iraquí, e Irak, debido a las sanciones de las Naciones Unidas. Al parecer, nada de esto ha producido un efecto notable en el suministro de petróleo, ni siquiera en el precio de éste, que incluso ha llegado a descender ligeramente. Siempre cabe la posibilidad de que la manipulación del petróleo de Oriente Próximo llegue algún día a suponer una importante amenaza para los países industrializados, no obstante, para llegar a este punto se requeriría cierto grado de negligencia e incompetencia por parte de Gobiernos y empresarios, lo cual es cada día más improbable, aunque, por desgracia, no sea imposible.

Otro mito del que cuesta desprenderse concierne a la fuerza y a la efectividad del panarabismo o del mundo árabe, como a veces se le denomina. Nadie discutiría la apasionada creencia de la común identidad cultural árabe; pocas personas pondrían en duda el odio que este pueblo siente hacia Occidente y que todavía domina gran parte de su vida pública. Pero ni la pasión ni el odio han dado como resultado una fuerza política utilizable. Una y otra vez las voces más autorizadas han advertido que ésta u otra acción o que ésta u otra política levantarían en armas, contra nosotros, a la totalidad del pueblo árabe, pero nunca fue así. Incluso sucesos tales como el bombardeo norteamericano de Trípoli, en 1986, y la invasión israelí de Líbano para expulsar a la OLP, en 1982, apenas consiguieron inmutar a los países árabes, en los que estos hechos fueron recibidos con una indiferencia casi completa. La crisis del Golfo, un conflicto esencialmente interárabe que atrajo al mundo exterior, al Final demostró la falsedad de esta creencia, a excepción quizá de las más obstinadas autoridades y del público más amnésico. El mundo árabe como entidad cultural, intelectual y social sigue teniendo una enorme importancia. Pero el mundo árabe como bloque político no posee mayor realidad que la que pueda tener América Latina, y mucha menos que el sureste asiático.

Algunos otros mitos han resultado gravemente dañados, si bien no destruidos. Un ejemplo de ellos es la extendida creencia entre las potencias de Oriente Próximo de que la adquisición

,de armamento muy costoso y moderno le permitiría defenderse contra cualquier agresión y obviar la necesidad de ayuda exterior. Otro ejemplo es la notablemente persistente creencia, entre las potencias extranjeras, de que es posible resolver problemas y alcanzar metas políticas en Oriente Próximo estableciendo una relación amistosa, o a través de cualquier otro tipo de acuerdo, con algún dictador regional.

Todos estos cambios no son nuevos en esencia, sino que surgen de una percepción más clara de las viejas realidades. También existen otras nuevas realidades, pero aún llevará algún tiempo más lograr que se observen y comprendan.

Sin embargo, uno de los cambios ya empieza a aparecer con mayor claridad, aunque todavía tenga que pasar algún tiempo antes de que sus implicaciones y consecuencias adopten la forma precisa y se reconozcan. Este cambio es, en muchos aspectos, el que más trascendencia ejercerá en Oriente Próximo durante siglos, y sus efectos -si la nueva situación continúa- quizá requieran siglos para su realización. Por primera vez, desde la caída de las monarquías otomana y persa y desde el crecimiento de Europa, las potencias extranjeras rivales han dejado de disputarse Oriente Próximo y éste ya no corre el peligro de ser dominado por alguna de ellas. Ha habido muchos contrincantes en la lucha por dominar Oriente Próximo. En los últimos anos, sólo quedaron dos de ellos: la Unión Soviética y Estados Unidos. La crisis, la guerra y las consecuencias de ambas han dejado claro que, de estas dos superpotencias, una es incapaz de representar ningún tipo de papel imperialista y la otra no lo desea. Por primera vez, en muchos siglos, los Gobiernos y quizá los propios pueblos de Oriente Próximo tendrán la posibilidad de tomar sus propias decisiones y de diseñar y aplicar sus propias políticas. Asimismo, tendrán que asumir la responsabilidad de dichas decisiones, un cambio saludable. Habrá que confiar en que los Gobiernos, o bien los pueblos de la región, acepten el desafío.

Existen algunas personas que sin duda añadirían a la lista de las destrozadas ilusiones la esperanza de una democracia árabe. Los hechos pasados demuestran, según se dice, que sólo un fuerte Gobierno autócrata es capaz de mantenerse a sí mismo y de sobrevivir en esta cultura política. En Kuwait, a los horrores de la ocupación les siguieron los horrores de la liberación; y cuando un régimen comete la torpeza de permitir que el pueblo vote, éste, inevitablemente, elige a algún grupo de fanáticos religiosos o nacionalistas que, una vez establecido, se ocupa muy bien de no repetir la locura de su predecesor y permitir que el mismo pueblo vote a otro que le arrebate el poder.

Ésta es, como poco, una hipótesis plausible. Así ha sido en el pasado y, bien podría ser en el futuro. Pero es demasiado pronto para tachar al movimiento democrático árabe de fracaso, y existen muchos signos que ponen de manifiesto un nuevo interés por la libertad y tina nueva comprensión de lo que ésta significa. Lo que es más importante, existe una creciente disponibilidad entre los árabes, a la hora de discutir los aspectos negativos de su sociedad, para tratar de buscar el problema en ellos mismos y no en los astros o en sus enemigos. Esta disponibilidad es una condición necesaria, aunque no suficiente, para el progreso.

No es fácil establecer instituciones democráticas en una región de antiquísimas tradiciones autócratas, donde las lealtades y las respuestas han sido determinadas por una suerte de colectividad étnica. Es dificil, pero, como bien han demostrado los turcos, no es imposible siempre que un importante número de hombres y mujeres estén dispuestos a realizar el esfuerzo y a asumir el riesgo. No hay ninguna garantía de éxito,, y aunque lo consigan, cuánto tardarán y qué precio tendrán que pagar. Pero todavía no han fracasado y, mientras tanto, nosotros, los occidentales, nos enfrentamos a una desesperante elección. Incluso la elección puede ser formulada de varias formas. Algunas, personas posiblemente pregunten: "¿Deberíamos dar apoyo moral a aquellas personas que comparten nuestros ideales y aspiraciones y tratar de encontrar una fórmula de vida mejor y más libre para sus pueblos, o deberían conocernos como los cínicos cómplices de algún tirano que, por muy odiado que sea, quiera de momento servir a nuestros propósitos mientras nosotros servimos a los suyos?". En cualquier caso, la elección que deberrios hacer es difícil y también peligrosa.

Bernard Lewis es comentarista norteamericano de política internacional. Traducción: Carmen Viamonte.

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