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¿Qué campanas doblan?

GABINO ESCUDERO ZAMORAEl tópico de la crisis del campo, envuelto en el sudario de reconversión, es un mensaje monótono, según el autor, que ironiza sobre las malas negociaciones del ingreso en la CE, y "de acuerdo con las más rancias tradiciones de nuestro masoquismo, nos encontraríamos una vez más en el furgón de cola de la CE.

Uno asiste con cierto asombro al jubiloso repicar de algunos medios de información, organizaciones agrarias, amén de ciertas formaciones políticas, cuando hace un año la Oficina de Estadística de la CE (Eurostat) ofrecía sus primeros avances para el año 1989 sobre la evolución de la renta agraria por ocupado, señalando una ligera caída de 0,2% para España, frente a un aumento para el conjunto de la CE. De poco serviría que posteriormente el avance provisional para España se modificara al alza -0,9% estimado en el mes de marzo-, para terminar con una evaluación en el pasado mes de diciembre que situaba nuestro crecimiento para 1989 en un 1,8%.Visto como están las cosas, ya sé que quienes basan su argumentación más en prejuicios que en realidades constatables me tildarán de triunfalista si me atrevo a calificar los últimos ocho años como de relativa prosperidad para la agricultura y ganadería españolas. Sin embargo, y a diferencia de ellos, voy a argumentar mis afirmaciones con datos.

En primer lugar, el avance del valor añadido bruto a precios de mercado para 1990 arroja una cifra superior a dos billones de pesetas, que, siendo satisfactoria, no es, ni mucho menos, la mejor de los últimos años.

Habría que tener en cuenta el récord histórico de 1988, seguido de los resultados de los años 1987, 1985, 1984, 1990, 1989, 1986 y 1983, por orden de mayor a menor, en todos ellos, la renta agraria presenta un valor real superior al de cualquier año del periodo comprendido entre 1964 y 1982. En conjunto, la renta agraría anual media del periodo 1983-1990 es un 15%, superior (términos reales) a la del periodo inmediatamente anterior: 1975-1982. Supongo que todo ello es el resultado de algo más que la casualidad.

De poco servirá decir que, de acuerdo con los datos de avance del año 1990 elaborados por la Eurostat, la renta agraria por ocupado ha crecido en España durante el periodo 1986-1990 a razón de una tasa anual del 5,3% en términos reales. Quiere ello decir que el sector agrario se sitúa entre los más expansivos de la economía nacional, con una mejora paralela en los ingresos reales de la población agraria.

Por su parte, el resto de la Comunidad (es decir, la CE-10, sin contar España y Portugal) ha crecido a razón de un l,4% anual durante el mismo periodo. En este sentido, hemos mantenido un diferencial positivo respecto al conjunto de la CE desde 1982, al contrario de lo que sucedía hace 10 años (véase cuadro).

La agricultura española ha sido expansiva antes de entrar en la CE, y lo sigue siendo ahora, después de la adhesión. La diferencia es que si hace 10 años en el resto de la Comunidad la producción agraria crecía más rápidamente que en España, a partir de 1982 -y más todavía a partir de 1986- también en este aspecto cambian las tornas y la producción agraria española pasa a crecer más rápidamente que la del resto de la Comunidad.

Pero lo que a mi juicio resulta más importante es subrayar la tendencia profundamente opuesta que se aprecia en España y la CE, antes y después de 1982, por lo que respecta al comportamiento del binomio producciónrenta. Así, durante el cuatrienlo 1978-1982, la renta real por ocupado en España se mantenía estancada a pesar de producirse un aumento de la producción agraria cercano a un 2% anual en términos reales. En otras palabras, el potencial expansivo de la producción agraria quedaba absorbido por los desequilibrios internos del sector, que imposibilitaban su traslación a las rentas agrarías, situación inversa a lo que sucedía en la CE, que sí era capaz de traducir en términos de renta las ganancias en producción.

A partir de 1982 -y más todavía a partir de 1986- se invierten las tendencias en uno y otro caso, constatándose que en nuestro país las ganancias en producción se transmiten -corregidas y aumentadas- en términos de aumento real de la renta.

Cohesión europea

Por tanto, como cualquier lector imparcial podrá apreciar, el panorama de nuestro sector agrario dista bastante de la imagen interesadamente catastrofista que algunos pretenden difundir. Y desde luego no parece oportuno el toque a difunto que entonan ciertos sacristanes de la derecha política española.Creo que hay más razones para el optimismo que para el pesimismo. Lo cual no quiere decir que no tengamos problemas. Tenemos dificultades en algunos sectores y nos quedan importantes retos que superar.

Así, en lo que se refiere a los aspectos agrícolas, la CE se ha venido configurando históricamente basándose en una organización a imagen y semejanza de las agriculturas continentales del centro y norte de Europa. No se trata de que para el Club de los Seis inicial, y posteriormente en la CE a 10, la agricultura mediterránea o del Sur haya sido discriminada o maltratada; simplemente era desconocida. A partir de la ampliación de la CE han sido los españoles quienes han batallado muchos meses para proteger productos específicos de los países del sur de Europa (empresa tanto más difícil cuanto que el FEOGA está limitando o reduciendo su nivel de protección para muchas de las producciones continentales).

Han sido nuestros representantes quienes han batallado para que la CE asigne a la política forestal una función no sólo productiva, sino protectora, o para que se duplique la dotación de los fondos estructurales, o para que avancen los programas de compensación de rentas, en la línea de los apoyos al mundo rural. Nuestros representantes están trabajando duramente para que la CE enfatice criterios de calidad alimentarla que priorizan la importancia de la materia prima sobre el tratamiento industrial o tecnológico (es decir, la producción agroindustrial ligada al producto agrícola transformado en origen, sobre el tratamiento industrial concentrado en las grandes factorías de las multinacionales alimentarias).

Evidentemente, para ser tenidos en cuenta en la configuración de un proyecto europeo hay que tener claro cuál es el modelo que buscamos dentro de nuestras fronteras. Y yo diría que si nuestros planteamientos son aceptados y compartidos por muchos de nuestros colegas comunitarios es porque la aplicación de estos mismos criterios está dando buenos resultados dentro de nuestro país. Ello nos otorga una razonable credibilidad.

El hecho de que muchos aspectos de la actividad agraria se hayan desarrollado sin que sucedieran las catástrofes que algunos vaticinaban no es producto de la casualidad o de la improvisación. Ciertamente, las condiciones sobre las que tuvo que comenzar a actuar la política económica del Gobierno en 1982 eran muy duras, y esto conviene de cuando en cuando recordarlo. ¿Cómo hubiéramos podido plantearnos muchos de los debates que ahora mismo están en la calle en una situación parecida a la de hace ocho años?

Quedan, con todo, aún muchos interrogantes que responder y muchas incertidumbres que despejar. ¿Seremos capaces en los próximos 10 años de llevarla modernización a los últimos rincones de la España rural, canalizando selectivamente la inversión productiva y utilizando con eficacia los fondos socioestructurales? ¿Seremos capaces de articular un tejido productivo agroindustrial ramificado, descentralizado y extendido en el medio rural? ¿Vertebraremos y consolidaremos una red de primera transformación en origen y distribución alimentaria de base cooperativa o asociativa? ¿Seremos capaces, en suma, de ofrecer alternativas de empleo a nuestra juventud rural suficientemente estables y atractivas?

Somos muchos los que desde la Administración trabajamos para dar a estos interrogantes una respuesta afirmativa. Y es a través de estos conductos vamos solidificando un proyecto a medio plazo que mucho tiene que ver con la práctica cotidiana.

Por todo ello cabe recomendar a plañideras, agoreros y sacristanes que dejen de pregonar sus lamentos, que no es el momento de oficiar funerales. Tenemos por delante un proyecto de futuro que hay que trabajar, desarrollar y consolidar.

es secretario general técnico del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.

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