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Cuestiones sobre el Golfo

La invasión de Kuwait por parte de Irak provocó una doble y dura respuesta de las potencias industriales: sanciones económicas de un rigor sin precedentes y amenaza de guerra. La primera cuenta con un gran respaldo. La segunda está bastante limitada a Estados Unidos y al Reino Unido, con un tímido apoyo de sus aliados a pesar de las fuertes presiones de Washington. Son dos las preguntas que surgen: ¿cuál es la explicac ión de estas acciones sin precedentes? y ¿qué hay detrás de la clivisión táctica sobre unos objetivos compartidos en general?No han faltado respuestas, incluyendo impreslonantes frases, sobre la inviolabilidad de las leyes internacionales y las maravillosas perspectivas que se presentan si el nuevo Hitler es frenado a tiempo. El presidente Bush ha declarado que "América se mantiene donde siempre ha estado, contra la agresión, contra aquellos que utilizan la fuerza para sustituir la legalidad". Jarnes Baker, el secretario de Estado, añadió que "estamos viviendo uno de esos extraños momentos de Iransformación de la historia", en "una era llena de promesas" a nuestro alcance si castigamos a los infractores que se atrevieron a recurrir a la fuerza. Muchos comentaristas han elogiado el maravilloso cambio de rurribo de la ONU, que está "funcionando de acuerdo con aquello para lo que fue diseñada (... ) prácticamente por primera vez en su historia", ofreciendo así "un enérgico modelo de mantenimiento de la paz para el mundo posterior a la guerra fría" (The New York Times). La explicación normal es que con la victoria de EE UU en la guerra fría, el fin del obstruccionismo soviético y de la retórica anti-Occidente" del Tercer Mundo han acabado con la ineficacia de la ONU.

En una declaración de grandes principios, Washington se negó a permitir cualquier tipo de esfuerzos diplomáticos, restringiendo los contactos para el lanzamiento de un ultimátum y rechazando cualquier conexión con los problemas regionales. Thomas Friedman, del The New York Times, atribuyó la negativa de la Administración de Bush a un intento de solución alternativa diplomática a su preocupación por el hecho de que las negociaciones pudiesen "apaciguar la crisis" a costa de "algunos beneficios simbólicos en Kuwait" para el dictador iraquí (quizá una isla kuwaití o ajustes fronterizos de menor importancia). Para el Ejército de EE UU, cualquier cosa que no sea una rendición es inaceptable, cualesquiera que sean las consecuencias.

El envío de un inmenso ejército, que no puede ser manteni do durante mucho tiempo en el desierto, reduce la confianza en las sanciones económicas. Con el bloqueo de la vía diplomática, la postura retórica presenta la guerra como un hecho posible, lo que la hace merecedora de una cautelosa atención.Por lógica, los principios no pueden defenderse de forma selectiva. En realidad, EE UU es uno de los mayores violadores de los principios que ahora, con grandilocuencia, proclama defender. No admiramos a Sadam Husein como hombre de principios porque condene la anexión de Israel de los altos del Golán sirios, ni sus lamentos sobre los abusos de los derechos humanos en los territorios ocupados alientan nuestras esperanzas de un mundo mejor y más agradable. Pero el mismo razonamiento se puede aplicar cuando George Bush expresa su dolor por el informe de Amnistía Internacional sobre Irak (después del 2 de agosto), y no sobre El Salvador, por ejemplo. En cuanto al "maravilloso cambio de rumbo" de la ONU, este cambio tiene muy poco que ver con la terminación de la guerra fría o del mejor comportarmento de los rusos y del Tercer Mundo.

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La ONU pudo responder a la agresión de Irak porque, a diferencia de lo que ocurrió con las invasiones de Panamá, Chipre, Líbano, el Sáhara occidental, entre otras, EE UU se opuso por primera vez a un acto criminal. Durante décadas, Suráfrica ha desafiado a la ONU y al Derecho internacional en relación con Namibia, saqueando y aterrorizando al país, utilizándolo como base para sus agresiones contra los Estados vecinos, dejando tras de sí un gran número de víctimas. Nadie propuso bombardear Suráfrica o retener sus alimentos. Estados Unidos abogó por una diplomacia discreta y por un compromiso constructivo en busca de acercamientos.

La contestación a la primera pregunta es sencilla: la respuesta a la agresión de Sadam Husein no tiene precedentes porque se equivocó. Estados Unidos no está apoyando en el Golfo grandes principios. Tampoco lo está haciendo ningún otro Estado. Sadam Husein es un gánster homicida, como lo era antes del 2 de agosto, cuando era un amigo amable y un predilecto socio comercial. Su invasión de Kuwait es un crimen, similar a otros, pero no tan terrible como algunos, como la invasión de Indonesia y la anexión de Timor Oriental, que alcanzaron niveles casi genocidas gracias al apoyo diplomático y material de los honrados vengadores del Golfo.

Los esfuerzos de la ONU por el mantenimiento de la paz se han visto tradicionalmente frustrados por EE UU. La primera sesión de la ONU después del fin de la guerra fría (1989-1990) fue ejemplar. Estados Unidos vetó tres resoluciones del Consejo de Seguridad. Dos de ellas condenaban su homicida invasión de Panamá. La tercera condenaba los abusos de los israelíes en lo referente a derechos humanos; EE UU vetó una resolucición similar en el mes de mayo siguiente. Washington, con el único apoyo de Israel, votó en contra de dos resoluciones de la Asamblea General que solicitaban la observancia del Derecho internacional, condenando el apoyo de EE UU a la Contra y su guerra económica contra Nicaragua.

En las últimas dos décadas, EE UU es el líder indudable de los vetos al Consejo de Seguridad. El segundo lugar corresponde al Reino Unido. Francia se sitúa en un distante tercer puesto y la URSS ocupa el cuarto. Estados Unidos vota también con regularidad contra las resoluciones de la Asamblea General sobre agresiones, abusos de los derechos humanos o desarme. Ésta ha sido la pauta desde que la ONU dejó de servir como virtual instrumento de la política exterior norteamericana.

No hay razón para esperar que el colapso soviético vaya a modificar la oposición de EE UU y del Reino Unido al derecho internacional y la seguridad colectiva, lo cual tiene poco que ver con la guerra fría, como se puede demostrar. Se han llevado a cabo esfuerzos para ocultar los hechos y su significado citando el número total de vetos a lo largo de los años y omitiendo temas cruciales, como el momento y las circunstancias.

La negativa de Washington a la "vinculación" en este caso particular es de fácil comprensión. Estados Unidos se opone a una resolución diplomática de cada uno de los problemas principales; por tanto, se opone a relacionarlos. También apoya oficialmente el plan Shamir, que prohibe un "Estado palestino adicional" (al ser Jordania ya uno); obstruye cualquier "cambio en la situación de Judea, Samaria y Gaza que no se ajuste a las directrices básicas del Gobierno [Israelí]", lo cual imposibilita cualquier autodeterminación lógica palestina; rechaza las negociaciones con la OLP, denegando así a los palestinos el derecho a elegir su propia representación política, y exige "elecciones libres" bajo el mando militar israelí con gran parte de los líderes palestinos encarcelados.

Todo ello es también cierto en relación con las armas de destrucción de masas, seguramente un tema que deberá ser considerado sobre la base regional, al igual que en todos los casos similares. En abril de 1990, Sadam Husein, entonces amigo y aliado todavía de George Bush, ofreció destruir sus armas no convencionales si Israel aceptaba hacer lo mismo, una oferta que se renovó varias veces desde entonces. El Departamento de Estado aprobó la oferta de Husein de destruir su propio arsenal, pero rechazó la vinculación "con otros temas o sistemas de armas". Observen que éstos quedaron sin especificar. El reconocimiento de la existencia de armas nucleares israelíes haría surgir la compleja cuestión de la legalidad de la ayuda de EE UU a Israel, ya que la legislación impide ayudar a cualquier país que desarrolle clandestinamente armamento nuclear. Desde el pasado agosto se ha venido esbozando una posible solución diplomática para la crisis del Golfo, en la que se incluían varias ofertas iraquíes para retirarse a cambio de una solución (o consolidación) de las reivindicaciones territoriales y de los temas de seguridad regional. Nadie puede garantizar si dichas ofertas iban en serio porque Washington las rechazó en nombre de los grandes principios. Pese a todo, los medios pacíficos establecidos en el Derecho internacional no se han agotado. Además, es posible que en este caso las sanciones resulten efectivas, aunque sólo fuese -por una vez- porque están apoyadas por EE UU, el Reino Unido y sus aliados. Volviendo a la insistencia de EE UU y del Reino Unido en la utilización de la fuerza, uno sólo puede especular sobre las razones, pero existen factores importantes a tener en cuenta, entre los que se incluyen los antecedentes históricos y la naturaleza del nuevo orden mundial. El Reino Unido y EE UU establecieron para la zona una solución típica de posguerra. Una de las principales metas de la política estadounidense ha sido mantener sus incomparables recursos energéticos y los enormes beneficios cosechados bajo su control o el de sus aliados y clientes. El Reino Unido consideró las cosas de forma similar. Irak desafió los privilegios angloamericanos en 1958, cuando un golpe de Estado militar derribó un régimen cómodo y servicial. Como es lógico, existe una historia anterior, incluyendo el bombardeo británico de civiles y la autorización de "utilizar gas envenenado contra tribus incivilizadas" (Winston Churchill, quien estaba decididamente a favor de estas medidas). El golpe de 1958 provocó una amplia serie de reacciones, incluyendo el desembarco militar de Estados Unidos en Líbano y la evidente autorización para utilizar armas nucleares dada por el presidente Eisenhower. El Reino Unido, por su parte, consideró varias opciones sobre Kuwait, siendo la última una concesión de independencia nominal, pero con la aceptación de "la necesidad, si las cosas iban mal, de intervenir implacablemente quienquiera que fuese el que hubiese causado el problema" (Selwyn Lloyd, secretario de Asuntos Exteriores). Lloyd recalcó "la completa solidaridad de EE UU con nosotros en relación con el Golfo". Documentos de Estados Unidos, a los cuales se les ha levantado el carácter de secretos, reiteran que "el Reino Unido afirma que su estabilidad económica se vería seriamente amenazada si el petróleo de Kuwait y de la zona del Golfo Pérsico no estuviese disponible en condiciones razonables; si el Reino Unido se viera privado del apoyo que suponen las grandes inversiones facilitadas por el petróleo del golfo Pérsico". Estas necesidades británicas, y el hecho de que "una fuente segura de petróleo es esencial para la constante viabilidad económica de Europa Occidental", aportan alguna razón para que EE UU "apoye, o si fuese necesario ayude, a los británicos en el uso de la fuerza para retener el control de Kuwalt y del golfo Pérsico". En noviembre de 1958, el Consejo de Seguridad Nacional recomendó que Estados Unidos "estuviese preparado para usar la fuerza, pero tan sólo como un último recurso, bien solos o en apoyo del Reino Unido" si estos intereses se viesen amenazados. Los flujos de capital desde Arabla Saudí, Kuwait y otros emiratos del Golfo hacia EE UU y el Reino Unido han proporcionado un apoyo importante para sus economías, empresas o instituciones financieras. Éstas son algunas de las razones que explicarían por qué ninguno de los dos países se oponían a los aumentos del precio del crudo. Los problemas son demasiado complejos para investigarlos aquí, pero estos factores continuarán siendo operativos sin duda. No es una gran sorpresa el que los dos Estados que establecieron el acuerdo imperial y que han sido sus principales beneficiarios estén ahora preparándose para la guerra en el Golfo, mientras que otros mantienen sus distancias. También existe división en el mundo árabe. En gran medida, el apoyo a la iniciativa militar de Estados Unidos tiende a declinar según aumentan los elementos de democracia y pluralismo. Los analistas del Gobierno han expresado su preocupación de que los "periodos religiosos islámicos" (el Hajj y el Ramadán) pudiesen permitir una mayor expresión del sentimiento popular, amenazando con ello a los conservadores regímenes pro-Estados Unidos. Preocupaciones similares se hacen eco sobre un frente nacional. La conclusión normal es que Estados Unidos tiene que golpear rápidamente. El miedo de los ciudadanos es una característica normal del arte de gobernar, tan familiar como instructiva. Los comentarios del secretario Baker sobre la nueva "era llena de promesas" hacen que surja otro tema importante. El nuevo orden mundial es lo suficientemente real, por lo que,no debemos detenernos en una retórica grandilocuente. Sus elementos básicos fueron centrándose hace 20 años con el surgimiento de un mundo tripolar. Estados Unidos continúa siendo la potencia militar dominante, pero su superioridad económica ha disminuido y puede disminuir aún más. Con el colapso de la tiranía soviética, Estados Unidos tiene más libertad que antes para hacer uso de la fuerza, al haber desaparecido el impedimento soviético. Pretende mantener su casi monopolio de la fuerza sin contrincantes. Una de las consecuencias de todo ello será la exacerbación de los problemas económicos nacionales; otra, un renovado intento para conflar en la amenaza de la fuerza en lugar de la diplomacia, considerada, en general, como un estorbo molesto. Reflexiones similares pueden aplicarse al Reino Unido, aunque en menor medida. La guerra en el Golfo es peligrosa y costosa; apaciguar la crisis sin una demostración de la eficacia de la fuerza es también un resultado poco deseado para Washington. Estas preocupaciones subyacen tras la profunda división que, en el seno de la élite mundial, existe entre fuerza y sanciones, inclinándose la Administración por la primera opción. En el ámbito de este nuevo orden, el territorio del Tercer Mundo debe seguir siendo controlado en ocasiones por la fuerza. Esta tarea ha sido responsabilidad de Estados Unidos, pero, debido a su relativa decadencia económica esta carga se ha hecho más dificil de soportar. Una reacción ante este hecho ha sido el afirmar que EE UU debe insistir en su histórica tarea, pero que sean otros los que paguen las facturas. El adjunto al Siecretario de Estado Lawrence Eagleburguer ha explicado al Congreso que el Nuevo Orden Mundial se basará en "una práctica diplomática de nuevo cuño". Serán otros los. que financien la intervención norteamericana. El redactor jefe de la sección económica de un importante diario conservador estadounidense urge a que EE UU explote "su virtual monopolio del mercado de la seguridad ( ... ) como medio de obtener financiación y concesiones económicas" de Alemania y de Japón, obteniendo "un precio justo a cambio de nuestros importantes servicios" como "policías de alquiler de todo el mundo", exigiendo a nuestros rivales que "compren nuestros bonos a un interés menor, o que mantengan la fortaleza del dólar, o, lo que sería aún mejor, que directamente ingresen capitales en nuestro tesoro". "Podríamos cambiar nuestro papel de mercenarios", concluye, "pero perderíamos una gran parte de nuestro control sobre el sistema económico mundial" (William Neikirk, Chicago Tribune, 9 de septiembre). En una variante británica, Peregrine Worsthorne afirma que ahora, una vez finalizada la guerra fría, lo que hay que hacer es "colaborar en la construcción y el mantenimiento de un nuevo orden lo suficientemente estable que permita que las economías más avanzadas del mundo funcionen sin constantes interrupciones y amenazas por parte del Tercer Mundo", tarea que exigirá la "intervención inmediata de las naciones avanzadas", e incluso "acciones disuasorias". "El Reino Unido no se puede comparar con Alemania o Japón, ni siquiera con Francia o Italia, en lo tocante a creación de riqueza. Pero, en lo que toca al apoyo a las responsabilidades mundiales, nos podemos comparar muy favorablemente". Este argumento ha sido muy bien recibido por los neoconservadores norteamericanos, felices de encontrar apoyo para su papel de mercenario (Sunday Telegraph, 16 de septiembre; reimpreso en National Interest). Este papel también ha recibido la bienvenida de los administradores locales de las fortunas del Golfo. Un alto personaje de la zona ha afirmado en el Wall Street Journal que no ve razones por las que su hijo deba "morir por Kuwait". "Ya tenemos a nuestros esclavos blancos de América para que lo hagan", explica riéndose... sin haber observado de cerca el color de la piel de sus mercenarios y olvidando por un momento que si él abandona sus responsabilidades, mandarán los que tengan las armas. La "nueva tarea" a la que se refiere Worsthorne es, en realidad, una muy antigua, aunque con nuevos ropajes. Se ha criticado mucho a Bush por su fracaso como "comunicador" por haber sido incapaz de articular los motivos (necesariamente nobles) para el ataque a Panamá, y por su insistencia en el empleo de la fuerza en el Golfo. Pero esta crítica no es justa. La llamada a la reflexión para "defendernos de los rusos" había perdido sus últimos vestigios de plausibilidad y no es nada fácil elaborar nuevos argumentos. Esta visión del futuro arroja luz sobre la reacción de Washington ante la crisis del Golfo. Implica que EE UU deberá continuar obligando a la obediencia (llámese orden o estabilidad en el sistema doctrinal) con el apoyo de otras potencias industrializadas. Las fortunas canalizadas por las monarquías del petróleo ayudarán a impulsar las agobiadas economías de los guardianes del orden. A buen seguro, la fuerza constituye solamente el último recurso. Si es posible, resulta mucho más rentable utilizar los servicios del FMI que los de los marines o la CIA; lo malo es que no es siempre posible. A los ojos de las tradicionales víctimas, no es probable que este nuevo orden suponga una mejora sobre el antiguo, y las perspectivas de los ciudadanos de los Estados mercenarios, si permiten que se desarrolle esta situación, tampoco son en absoluto atractivas.

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