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Redefinir el socialismo

El destino del socialismo, como palabra política y como símbolo evocador, ha quedado en entredicho tras los acontecimientos del Este. ¿Ha sido sólo su desviación comunista la parte más afectada, o lo han sido sus comunes raíces? El problema de redefinir el socialismo es algo que afecta de manera diferente a cada uno de los partidos socialistas. En Europa, la línea divisoria que separa los socialismos mediterráneos de los septentrionales aparece clara. La primera diferencia estriba en que, de hecho, los partidos socialistas latinos están en el Gobierno o, al menos, están presentes en las instituciones al más alto nivel. En los países nórdicos, el modelo sueco, que fue el punto de referencia del socialismo de la década de los treinta hasta que Alemania, tras el pacto de Bad Godesberg del 59, tomó el relevo como punto de referencia cultural de la socialdemocracia, ha entrado en crisis coincidiendo con el derrumbe del sistema soviético. La fascinación que la CEE ejerce sobre los países escandinavos y sobre la misma Suecia no se ha debido a la acción de los partidos socialistas allí existentes, sino al propio Mercado Común y al nivel económico que la mezcla de proteccionismo y de liberalismo ha consentido.La función que el Estado ejerce sobre la economía se ha transformado en el seno del mercado europeo. El Estado aparece como el sujeto que ofrece un marco protector a las iniciativas económicas del país, pero ya no como el garante comunitario de la equidad social. Mientras que las políticas monetarias, económicas y fiscales tienden a concentrarse en el marco de la cooperación europea, a diversos niveles institucionales, lo mismo que sucede con la política exterior y con la militar, las políticas sociales siguen siendo nacionales. Con situaciones diferentes, los logros sociales de los diversos países permanecen, pero los sectores más dinámicos y decisivos se transfieren a la sede comunitaria, a nivel del Consejo de Ministros (el más activo), a la Comisión Europea, o bien, en un futuro próximo, al banco central que se anuncia como una potente fuerza de Gobierno destinada a incidir muy especialmente sobre la autonomía de los Estados.

Todo ello no encaja en los cánones del socialismo, al menos si éste sigue siendo fiel a los principios definidos allá por los años treinta, es decir, de ser el gestor de la equidad social en una economía a medida nacional. Son precisamente los países que han cumplido con mayor éxito esta figura, del Estado socialista, la de ser garantes de la equidad y de la democracia, les que más se han resentido con la unificación económica europea y mundial. Unificación que se ha producido más como un proceso histórico que como una libre elección de los individuos, de los pueblos o de los Gobiernos. Parece como si el éxito obtenido por los socialismos nórdicos en el marco de las economías nacionales los hubiera dejado estériles para controlar el desafío de las cosmópolis que estamos viviendo. En el Reino Unido, al periodo laborista no se le recordará como una época creativa ni como el tiempo de la reforma social. Como mucho, tal cosa pudo decirse del Gobierno de Atlee, en 1945, pero, ¿cómo olvidar el papel que en la reforma social británica tuvieron algunos liberales como Keynes y Beveridge? Sin embargo, el Gobierno con servador de Margaret Thatcher aparece como el gestor de un cambio que, en conjunto, ha elevado el nivel del Reino Unido, pese a que no ha podido detener su relativo declive. En resumen, las experiencias de la socialdemocracia ya no sirven como puntos de referencia.

La reunificación alemana, debida en parte a la sujeción que una parte de Alemania ha tenido bajo un régimen comunista, ha llegado en un contexto favorable a los democristianos y desfavorable para los socialdemócratas. La ostpolitik socialdemócrata, que tanto contribuyó a crear un n uevo clima en el Este, en especial en Polonia, en Checoslovaquia y en Hungría, al final ha aparecido con la imagen de quien ha tenido una especíal complicidad con los regímenes comunistas. El nombre socialista ha caído en desgracia, no en la Alemania del Oeste, donde el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) tenía bastantes posibilidades de triunfar en las elecciones, sino en la Alemania del Este. El canciller Kohl es el canciller de la unidad alemana gracias al apoyo del pueblo de la ex República Democrática Alemana.

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Ninguno de estos factores se da en los países latinos. En éstos, la derecha no ha sabido asumir el rostro político de la cosmópolis del mercado y de la información. Ha quedado anclada, más que la izquidrda, en la vieja figura del Estado nacional y en una fase todavía más atrasada con respecto a la,del Estado socialista nórdico. Precisamente por eso, la derecha, en los países latinos, se ha visto golpeada con mayor violencia por los fenómenos ligados a la inmigración extracomunitaria, como bien se está comprobando en Francia. La afirmación de una derecha unida es cada vez más difícil, precisamente porque el problema de la inmigración ha suscitado un polo radical opuesto a la derecha tradicional. El punto de mayor tensión se ha presentado cuando Le Pen ha expresado un nacionalismo francés replegado a los confines nacionales, sosteniendo al mismo tiempo, para mayor paradoja, la posición del dictador iraquí; tales irracionalidades hacen difícil que en Francia se produzca una alternativa al Partido Socialista (PS) francés, ya que el partido de Mitterrand sigue apareciendo como el partido de las instituciones.

La situación española es en buena parte homóloga a la francesa. El carácter totalitario del franquismo ha determinado una polarización en sentido opuesto y ha impedido la formación de una derecha neoliberal. El tradicionalismo político, la sacralidad de la tierra y de la sangre han sido, precisamente, los factores que han negado a la derecha española, y parece que también ahora a la francesa, la capacidad de delinear una línea de Gobierno más adaptada a la cosmópolis que la que ha ofrecido la cultura socialista. Tanto el PS francés como el PSOE se han beneficiado de los límites políticos de las fuerzas que son sus alternativas.

En menor grado, la misma situación existe en Italia, en Portugal y en Grecia. En Italia, el recambio político al fascismo ha estado garantizado por la más poderosa autoridad histórica existente en la península: el papado, la Iglesia, por su propio interés en el mundo, ha dado vida a un personal político dúctil, el democristiano, que ha gestionado todas los increíbles avatares, incluido el de un radical cambio de costumbres, que han sacudido la península. Pero también en este caso, el punto débil ha sido la relación con las instituciones.

El personal eclesiástico está acostumbrado a considerar de una manera instrumental las instituciones y, en consecuencia, está dotado de una gran facilidad para llegar a los compromisos. La Iglesia y la Democracia Cristiana (DC) pueden jugar al mismo tiempo la carta de la Mafia y la de la anti-Mafia, como ha sucedido en Palermo, donde un alcalde anti-Mafia ha llevado a la DC a conseguir sus mejores resultados electorales, la mayoría absoluta en la ciudad, con el apoyo masivo de los votos controlados por la Mafia.

Esta habilidad política ha dañado la credibilidad de las instituciones y ha desmigajado al Estado en fragmentos de poder, a cual más diferente, aunque ligados recíprocamente por el contrato y el compromiso gestionados por los partidos o por las corporaciones de intereses. La protesta contra las instituciones ha determinado el surgimiento de una derecha burguesa con implantación popular, las ligas regionales, que piden que Italia pase de una forma de Estado unitario a otra de federación de Estados.

La fuerza de las ligas regionales radica sobre todo en Lombardía y en el Véneto, que son los lugares de origen de la DC. El Partido Socialista Italiano (PSI) trata de establecer acuerdos estables con las ligas.

En Grecia, la corrupción ha echado a Papandreu del Gobierno, pero no le ha quitado al Partido Socialista Panhelénico (PASOK) la posibilidad de la alternativa. En Portugal, el presidente de la República es socialista, y el Partido Socialista Portugués (PSP) es una alternativa creíble de Gobierno; también aquí ha tenido su importancia el salazarismo en un caso y la dictadura de los coroneles en otro. Los socialismos latinos tienen mayor capacidad que los nórdicos para vivir la cosmópolis. Aunque también es cierto que son menos virtuosos. Pero las reglas morales de la cosmópolis están todavía por escribir.

Gianni Baget Bozzo es eurodiputado por el Grupo Socialista italiano. Traducción: José Manuel Revuelta.

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