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Entrevista:

"No estamos muertos del todo"

Peripatético como es, charlar en Zamora con Agustín García Calvo implica el cuarto donde trabaja, en un ático de la capital, humanizado por una vetusta máquina de escribir, y libros, y cajas de zapatos, y un par de remos. Implica un caserón que, con el dinero del Premio Nacional de Ensayo (Hablando de lo que habla) y la venta de una propiedad familiar y la esperanza de una ayuda de la Junta de Castilla y León, está Agustín restaurando, cerca de la catedral y frente a la antigua compañía eléctrica El Porvenir de Zamora. Implica una barca en el Duero para llegarse a la confluencia con el Valderaduey, y la casa con paredes de adobe de paja (más de siglo y medio) de los abuelos en La Granja de Moreruela, y las ruinas del convento cisterciense a un tiro de piedra de ese pueblo donde Agustín pasó el verano sin límites de la infancia.Pregunta. Aunque mantiene una intervención en prensa como articulista, usted se retrae bastante a la hora de conceder entrevistas y tampoco figura en los sitios donde parece ser que hay que personarse.

Respuesta.. No se puede decir que viva oculto. De vez en cuando doy noticias en EL PAÍS, he estado más de dos años teniendo una emisión de conversación con oyentes en la radio, y tampoco es ésta la primera entrevista por la que entro.

P. La tele, ¿sigue siendo otro cantar?

R. Me niego a la televisión (y quien no está ahí, no existe), y evidentemente no estoy entre las caras de la Cultura. Así que más bien por lo bajo trato de ir haciendo las cosas que hago, canciones o razones o gramática o teatro... En fin, es una política difícil: estar dentro y estar fuera, ser y no ser. No sé qué puede dar esa política; pero no se me ocurre otra para habérmelas con este mundo y conmigo mismo.

P. Los medios de comunicación, ¿comunican algo?

R. Suelo llamarlos Medios de Formación de Masas, nombre que pienso que dice bien sus funciones. Comunicar es ambiguo: puede tomarse más o menos como informar, esto es, imponer ideas, formar las almas, y eso por supuesto que sí lo hacen los Medios de Formación de Masas; por otro lado, podría sonar a común, al sentido común y la razón común: podría pensarse nada menos que los Medios dan voz al pueblo o son voz del pueblo. Bueno, pues, de eso nada: el sentido o razón común es lo contrario de las ideas impuestas a las almas de las masas; y la labor de los Medios es, por la distribución de esas ideas, contribuir al ocultamiento y destrucción de ese sentido común que en el pueblo sigue viviendo a pesar de todo.

P. Como lingüista y escritor en prensa tendrá opinión sobre los libros de estilo. El de EL PAÍS se ha convertido en un fenómeno que rebasa las fronteras españolasR. Esa institución, de tanto éxito en nuestros días, por lo que me cuentas, es tal vez una de las muestras más ilustres de la equivocación que reina, especial mente entre hombres de letras y periodistas, pero también, por desgracia, entre el público en general, acerca de las relaciones entre el lenguaje y la escritura: se cree que puede haber, allá arriba, una Autoridad (Academias, Escuelas, Libros de Estilo) que le dicte a uno las normas de bien escribir, qué sinónimos emplear, cómo puntuar, etcétera, y hasta parece que el Individuo, más o menos letrado, ansía encontrar esa norma de Autoridad; ello es porque el Poder, por el interés que en ello le va, ha hecho ponerse del revés la relación de la escritura con el lenguaje: pues la escritura es Cultura, y por tanto parte de los ministerios del Poder, pero el lenguaje no e cultura, está por debajo de ella, es popular. Por tanto, en contra de la pedantería de todas las Academias y los Libros de Estilo, en contra del ansia, por exitosa que sea entre las masas cultas, de hablar como se escribe hay que estar apelando siempre al sentido común del pueblo, y a esta sencilla norma: puntuar como se entona, escribir como se habla.P. Usted apela al sentido común. Pero parece que respecto a esos enemigos, el auto, la tele..., el sentido común no es valladar y el Poder se lleva el gato al agua.R. No. Por eso es tan importante distinguir entre las ideas y la razón. Las ideas es eso que Estado y Capital venden y manejan: son la ideíta que cada Individuo tiene, pero que en conjunto vienen a ser la idea distribuida por Estado y Capital entre las almas de la Masa: y así, cada Individuo tiene su idea y su gusto acerca del Auto, de la Televisión; y esas ideas, que son las de cada uno, son las de la mayoría y, qué casualidad, vienen a ser las que el Estado y el Capital necesitan para su subsistencia. Contra las ideas está la razón, cuya vida está en ir destruyendo ideas, en ir haciendo descubrir que era mentira lo que se creía y vendía como verdad. Y como resulta que la Mayoría no son todos, en contra de lo que el procedimiento democrático manda, resulta que el sentido común sigue vivo por debajo, sigue vivo algo de pueblo, y ahí no se venden autos ni vídeos: ahí sigue viviendo la virtud de la gente de no saber, de no creer, de descubrir la mentira de las verdades.

P. Hace años empezó a hablar del retroceso que experimentamos en todo lo concreto, de cómo se nos hacía malgastar la vida a cambio de abstracciones. ¿Ese proceso no tiene vuelta de hoja?

R. Una de las mentiras dominantes es que vivimos en una sociedad materialista, sin ideales, etcétera. Eso es porque se le hace creer a la gente que el Dinero, es algo palpable y material, cuando es en verdad la abstracción de las abstracciones. , Y así en general: lo que Estado y Capital hacen en cambiamos la vida (nunca real, siempre posible), lo palpable, las cosas, por las ideas acerca de las cosas y de la vida y del amor. Morimos bajo el Imperio de los Ideales. Menos mal que no acabamos de morimos nunca.Los jóvenes

P. Suele usted desde siempre recitar y promover controversias ante auditorios de jóvenes. Los jóvenes de hoy, ¿están dormidos, o despiertos?

R. No: no estamos muertos del todo. ¡Qué gozo esto de poderte decir no! No es la palabra bendita, la voz de la razón del pueblo. Podemos sentirnos aplastados, desolados, al ver la obediencia de las Masas, y en especial de las Masas Jóvenes (presa tan importante del Capital), de verlos cómo masivamente compran lo que les dicen, se aprenden y repiten los nombres de los divos y las marcas de los grandes tenderos, o hasta se las llevan vuestas haciendo gratis de hombre-anuncio; eso por no hablar de las Masas de sus mayores, más o menos bien integrados, es decir, puestos delante de la Televisión del mundo a esperar la muerte. Pero al mismo tiempo no hay que olvidar que eso no son todos, sino las Mayorías. Cada vez que salgo a hacer conversaciones con los muchachos de los Institutos del suburbio ma-, drileño (por poner uno de los sitios más tristes donde puede nacer nadie), y hasta en el trato con mis estudiantes de la Universidad (por buscar un sitio propio de la Pedantería, sierva del Poder), me encuentro, con un gran respiro, que hay muchos no la mayoría, pero muchos, que están despiertos, que siguen vivos. Y eso basta, no para esperanza ninguna pero sí para una cierta confianza en que nunca está nada hecho del todo.

P. ¿De dónde le viene a usted esa manera de hacer, de dar clases peripatéticas, de aunar recitado con docencia, teatrafización con tertulia?

R. Sospecho que en el gozo de recitar, de silabear y acompasar las palabras con las horas de la vida debe de estar una de las raíces más hondas de mi dedicación a todas esas cosas de la gramática, la poesía, y hasta la política, a que me he venido dedicando. Y el teatro... Cuando te hacen mentira la vida, una de las armas más eficaces es seguramente hacer teatro en vez de vida, hacerlo todo lo bien que se pueda ir aprendiendo a hacerlo, pero teatro, en contra del teatro malo que quieren vender a la gente como sustituto de una vida.

Trisca Agustín, manos a la espalda y andar vivaz, en busca del ábside del convento de La Granja de Moreruela, o acaricia sonriente el horno donde la abuela hacía el pan, y se le ve paladear el color de las piedras firmadas por los canteros, la dulce firmeza con que en la casita se mantienen el retejo, la tramazón de cañas y cabrios en la techumbre, la hospitalidad de la chimenea. Et in Arcadia Agustín.

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