_
_
_
_
_

El vértigo de la manipulación genética

El fantasma de un nuevo totalitarismo alienta el debate ético en torno a la alteración del ADN

Las graves consecuencias que ha acarreado a la humanidad la investigación de la física nuclear pesa como una losa sobre la conciencia de la comunidad científica y está en el origen de su necesidad de promover un debate ético sobre otra investigación de inciertas consecuencias: el proyecto genoma humano, que trata de conocer en su raíz las bases físico-químicas del hombre. Una reciente discusión en la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander entre distintos especialistas da idea de la controversia. Enrique Cerdá-Olmedo, genetista, lanzó esta pregunta: "¿Hay algo más que un mero prejuicio en todas las trabas que los juristas tratan de poner a las modificaciones genéticas?".

Más información
La forma de la nariz

Cerdá-Olmedo afirmó que las argumentaciones legales le recordaban las imposiciones de los líderes religiosos de otras creencias que "prohíben que se coma jamón porque en otra época la triquinosis era un peligro". La preocupación por las consecuencias que puede tener la manipulación genética se puso de manifiesto desde el primer día del seminario de la Menéndez Pelayo cuando el direc tor del curso, Santiago Grisolía, aludió a la lacra del armamento nuclear y citó la denominada declaración de Valencia, suscrita por destacados científicos de todo el mundo en una reunión que mantuvieron en esa ciudad en 1988. En ella, los investigadores "alientan un debate sobre las implicaciones éticas, sociales y legales del uso de la información genética", después de expresar su compromiso de que esa información será "utilizada sólo para aumentar la dignidad hurnana" y de mostrar su convencimiento de que Ia cartografia y secuenciación del genoma humano puede beneficiar la salud y binestar de la humanidad".La investigación de las; moléculas de ADN, la doble hélice que lleva minuciosamente escritas las características de cada ser vivo, ha sacado a la luz un amplísimo número de problemas ético-legales, entre los que se inscribe el planteado por la sentencia que permite a una mujer de Mataró escoger el sexo de su sexto hijo. Este problema y otros, como establecer quién tiene derecho a conocer la información genética que se obtenga de una persona a lo largo de su vida o qué deben hacer los médicos con el sobrante de las muestras de un paciente sometido a una prueba de este tipo, no causarían especial desasosiego si por encima de ellos no planeara una nueva forma de totalitarismo.

Mejora de la raza

El veterano profesor Domingo García-Sabell aludió al problema al hablar de la ya vieja corriente de pensamiento que arranca, entre otros, de Julian HuxIey y que defiende la mejora de la raza humana mediante la potenciación de los genes que producen características positivas y la eliminación de los negativos. Fernando Savater, profesor de Ética de la Universidad del País Vasco, denominó estalinismo biologista" a esa forma de totalitarismo, que busca "crear un hombre nuevo y borrar las imperfecciones concretas del individuo".

Este filósofo consideró que el ser humano ha vivido siempre fascinado por su capacidad de cambiar la realidad y al mismo tiempo angustiado por la inquietud que genera no conocer a priori las consecuencias de esa capacidad. El problema añadido es que, en la actualidad, se ha producido un salto cualitativo al aumentar la velocidad en que el hombre puede modificar esa realidad y los ámbitos, cada vez más sensibles, en que actúa. Esa aceleración, agregó, "puede producir ofuscamiento" y generar la respuesta simplista y fácil de "aplicar siempre más de lo mismo que ha servido para resolver antes un problema". Llamó a esto tentación fundamentalista, que tiene dos versiones: retroceder hasta la inmovilidad o avanzar sin freno.

En el primer caso, según Savater, se trata del fundamentalismo religioso o ecológico, que aboga "por renunciar a todo artificio y retornar a lo natural o la providencia". El segundo, que denominó fundamentalismo cientifista, considera que "todo lo que puede hacerse debe hacerse", que "toda alteración es una mejora y oponerse, una muestra de oscurantismo". Este último supone, en su opinión, un riesgo mayor por la fuerza que le da Ia inercia de la técnica'y la industria". Frente a los extremos, el profesor de la Universidad del País Vasco abogó por la prudencia entendida en sentido aristotélico, "que no significa dejar de actuar".

García-Sabell se centró en un aspecto muy distinto. El aprecia en el hombre tres estratos perfectamente diferenciados: el psicofisico, el personal y el trascendental. Y como que la investigación del genoma humano no puede más que afectar al primero de ellos por las propias características y limitaciones de un proyecto científico Ios reparos morales al conocimiento de la carga genética se desvanecen".

Una vez sentada esta premisa, el veterano doctor se mostró muy optimista: "Alterar el genoma no significa cambiar, ineluctablemente, la última realidad de hombre, que es en definitiva la que importa. Se trata, por el contrario, de sentar la posibilidad a favor de la cual el ser humano pueda desplegar, libre de ataduras patológicas, todas sus capacidades de autorealización". Dicho esto, aseguró que en el horizonte asoma "un nuevo humanismo en gran parte de origen científico".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_