_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Obras sagradas

LA CONVOCATORIA de un acto de "protesta civil" contra la continuación de las obras del templo de la Sagrada Familia ha recalentado una vieja polémica entre quienes están a favor de proseguir la obra inconclusa de Antoni Gaudí y quienes consideran que debería permanecer tal y como la dejó el artista. Entre quienes lo ven como un templo expiatorio que una comunidad católica sufraga en un grandioso acto penitencial -al igual que las anónimas catedrales medievales, donde no importa la autoría- y quienes defienden el respeto a la póstuma fantasmagoría del gran arquitecto. Incluso desde sectores católicos se ha argumentado que Barcelona necesita más el ambulatorio del alma, la pequeña parroquia, que los grandes templos, pensados para un fervor de otras épocas.Si la religión no necesita de la Sagrada Familia, la disputa se sitúa en el terreno de la estética y los derechos del artista. En este contexto, el escultor Josep Marla Subirachs, que está en el empeño de fabricar 100 esculturas para la fachada de la Passió, se ha convertido, quizá excesivamente, en el payaso de las bofetadas. Subirachs argumenta que él no prosigue la obra de Gaudí, sino que crea una nueva en vecindad con aquélla pero sin manipularla. El problema no es que las criaturas con que Subirachs poblará el edificio sean más o menos gaudinianas, más o menos soportables. El problema está en ese empeño por proseguir una obra de arte ajena sin tener ni siquiera indicios razonables sobre lo que habría sido con Gaudí.

La Sagrada Familia está siendo pagada por donativos privados, no cuesta un duro al erario público y ello parece haber eximido a la Administración pública del seguimiento de las obras o de pronunciarse sobre si esta cuestación popular es suficiente argumento para dejar crecer un monumento que es emblema de la ciudad. La parte que dejó Gaudí fue declarada monumento histórico y es intocable... y no la tocan. Pero a su vera, haciéndole sombra, crecen otras torres inventadas, que se levantan con recursos constructivos inéditos para Gaudí, con conceptos improvisados que buscan una discutible ósmosis con las formas originales. Y la Sagrada Familia se alza como un todo. Y así lo ve el enjambre de turistas que ametralla sus torres con sus máquinas fotográficas.

Habría sido más sensato respetar la herencia de Gaudí, y ahora Barcelona contaría con un monumento civil sobre el que los ciudadanos podrían proyectar sus ensoñaciones y terminarlo cada uno a su gusto sin que ningún patronato privado asumiera este grave riesgo y descortesía hacia el artista. Quizá dentro de unos centenares de años alguna autoridad del patrimonio decidirá rescatar la obra original -como tan a menudo sucede ahora con los restos románicos- y prescindirá de los añadidos. Para muchos, serán unos centenares de años perdidos.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

El otro caso ejemplar, de muy distinta significación artística pero igual constancia en rematar lo inacabado, es el de la Almudena, iglesia madrileña con vocación catedralicia. Al margen de la utilización de fondos públicos para un monumento de uso estrictamente religioso, su aspecto no llama la atención desde concepto alguno, aunque, eso sí, consigue romper la armonía del paraje en el que está situada. Vecina del Palacio Real, los jardines de Sabatini y la cuesta de la Vega, no consigue acceder al nivel plástico de las obras que la rodean, resaltando aún más su propia mediocridad. La hiedra y el tiempo podrían llegar a embellecer unas discretas ruinas. Su finalización sólo conseguirá empobrecer el entorno.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_