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Una cola de asno para Pinochet

La primera vez que Gabriel García Márquez escribió la historia real de un hombre, en Historia de un náufrago, el hombre que llegó a ser héroe nacional perdió su reputación y el periódico en el que se publicó el cuento tuvo que cerrar. Se necesitaba valor para aceptar ser el segundo personaje real de García Márquez. Sólo se puede suponer, después de los peligros a que estuvo expuesto durante su aventura chilena, que a Miguel Littín los riesgos literarios no le parecerían muy grandes.En cierta ocasión dijo Littín: "La patria es el lugar donde se ha nacido, donde se tiene un amigo, el lugar donde existe la injusticia, el lugar donde uno puede contribuir con su propio arte". Después de una docena de años exiliado del Chile de Pinochet, este conocido director de cine ha optado por hacerle a su patria una contribución artística poco usual. "Lo importante", le habían dicho sus hijos, "es que le pegues a Pinochet una gran cola de asno". Les prometió que sería una cola de 7.000 metros. Subestimó sus aptitudes. La cola creció hasta tener 35.000 metros.

Naturalmente, era un filme, un retrato sin censurar de Chile después de una década de tiranía, hecho clandestinamente por un hombre que, de haber sido descubierto, le hubiera significado la muerte. Para realizar el filme tuvo que cambiar totalmente de apariencia y recordar que no debía reírse (su risa, confesó, era imposible de cambiar). Littín trabajó en Chile durante seis semanas ayudado por la resistencia y por amigos, e incluso logró rodar dentro del despacho privado de Pinochet, pegando su cola de celuloide, para decirlo de alguna manera, en el mismo centro de poder.

Es fácil comprender por qué la gran dimensión del drama en la historia de Littín, la historia detrás del filme, atrajo a García Márquez, un escritor que ha convertido la exageración en arte. Sin embargo, Clandestino en Chile no está escrito, como dice la propaganda, "en el tono que conocemos de sus novelas". No se puede culpar enteramente a la propaganda: el propio autor dice algo similar en el prefacio. Éste es el García Márquez menos barroco y más humilde, si tenemos en cuenta que la historia no tiene necesidad de ser embellecida con realismo mágico porque nos la cuenta en primera persona. Es decir, actúa como el fantasma de Littín. Parece un poco extraño que Littín no compartiera el honor de la autoría del texto con su ilustre sombra.

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De todos modos, la limitación de García Márquez ha demostrado ser sumamente eficaz. La historia está narrada con asombrosa fuerza y de manera directa. Líttín, convertido en un hombre de negocios uruguayo o en un momio ("una persona que se resiste tanto al cambio que incluso podría estar muerto..., una momia"), se encuentra por casualidad con su suegra y más tarde con su madre, y en ambas ocasiones ninguna logra reconocerlo. Se rebela constantemente contra los requisitos de seguridad ante el enojo de Helena, su esposa de la resistencia, y la tolerante irritación de los chilenos en la clandestinidad. Y terminó su filme.

Este libro corto e intenso ofrece una sucesión de extraordinarias imágenes fílmicas, especialmente la del hombre que se prende fuego y muere para salvar a sus hijos de los torturadores del Gobierno. También hay una breve pero impactante relación del culto aún vigente a Allende y a Neruda. "Éste es un Gobierno de mierda, pero es mi Gobierno", rezaba un cartel colocado frente a Allende en una manifestación. Allende aplaudió y bajó para estrechar la mano del contestatario. Todavía ahora, en la casa de Neruda en Isla Negra, las pintadas recuerdan: "Generales, el amor nunca muere. Allende y Neruda viven. Un minuto de oscuridad no nos volverá ciegos". Y hay, es verdad, un par de imágenes donde podemos reconocer al García Márquez clásico; por ejemplo, cuando Littín va a visitar por sorpresa a su madre y descubre que, sin saber por qué, ha preparado una gran fiesta; o cuando Littín encuentra que Santiago, antes "una ciudad de sentimientos reservados", está llena de jóvenes amantes muy expresivos. "Pensé en algo que había oído hacía poco en Madrid: 'Pimpollos de amor en tiempos de peste".

García Márquez juró una vez, sin pensarlo, que nunca publicaría una novela hasta que cayera Pinochet. Desde entonces ha publicado Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera y un nuevo trabajo sobre Simón Bolívar, aún sin traducir al inglés. Su promesa rota hará sin duda que este libro parezca más afable: también él tenía una cola para pegar en el asno. Claramente logró el efecto deseado. "El 28 de noviembre de 1986", en Valparaíso, se nos dijo: "Las autoridades chilenas confiscaron y quemaron 15.000 ejemplares de este libro". De todos modos, el libro sigue existiendo, mientras Pinochet ya no resiste más, tambaleándose en su peana. Quemar un libro no significa destruirlo. Un minuto de oscuridad no nos volverá ciegos.

novelista indio nacionalizado británico, es autor de, entre otras obras, Versos satánicos.

Traducción: C. Scavino.

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