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Tribuna
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Por un cuerpo entero

Vivimos en la era de los derechos humanos; o sea, por lo menos, es la impresión que dan los reiterados clamores que reivindican parcelas cada vez mejor definidas de la inviolabilidad del individuo.La historia de los derechos humanos, en toda su amplitud, es la de una lenta evolución de una capacidad perceptiva cada vez más articulada. El derecho del acusado a la defensa jurídica, el derecho a la libertad de expresión y al credo religioso, el derecho al salario igual por un trabajo igual, los derechos del niño, etcétera, son un gota-a-gota de logros, el espejo del crecimiento de una capacidad sensible, perfil de nuestra humanidad.

El derecho a los cuidados médicos es hoy en día incontestado en lo que respecta a las áreas del desarrollo económico. Pero parece que la concomitancia de una economía pujante y los servicios médicos nos acarrea no sólo baneficios incuestionables, sino también el dogma de la vía única a la salvación.

Por dos veces ha sido noticia en EL PAÍS (17 de septiembre de 1988 y 10 de enero de 1989) la iniciativa, a mi juicio extraordinaria, de Ramón María Calduch. Este, motivado por los buenos resultados que obtuvo su hijo de corta edad tras el tratamiento recibido a manos de médicos chinos en Pelcín, en contra de los pronósticos sin esperanza emitidos por los mejores especialistas occidentales, decidió abrir en España una clínica de medicina oriental, con el concurso de dos médicos doctores de Pekín. Este centro tiene la finalidad no sólo de asegurar para su hijo la continuidad de unas terapias iniciadas con éxito, sino también de poner al servicio de otros pacientes unos cuidados médicos alternativos de sumo interés.

El 10 de enero de 1989, EL PAÍS trajo la noticia de la inauguración del centro en Amposta, Tarragona. El mismo día, el Colegio de Médicos de Tarragona presentó una querella por un presunto delito de intrusismo profesional contra los doctores de medicina tradicional china Zhang Zhonghui y Zhang Tao, trasladados a España y adscritos al centro.

Son sabidas las leyes y pautas que rigen el ejercicio de las profesiones liberales académicas y las respectivas normas de convalidación de títulos-. Si éstas impiden el ejercicio de los médicos chinos, pues que se cambien las leyes y se modifiquen los convenios entre los países, porque los ciudadanos, y ante todo los que estamos bajo el veredicto de alguna enfermedad incurable, tenemos el derecho a elegir libremente la medicación que corresponda a nuestras más íntimas convicciones vitales.

No todos nos adherimos al páradigina de una ciencia médica mecanicista y fragmentada en una hiper-especializ ación que ha perdido la visión del conjunto y de las relaciones. No nos convence a todos una medicina que erradica los síntomas y no el fondo de los problemas, una medicina que parece olvidar el respeto por el ser humano como ente psico-somático-espiritual y, sin duda, algo más que la suma de sus órganos.

Hay indicios para que seamos cada vez más los que, hartos de ciertos estragos de la yatrarquía e insatisfechos con los círculos viciosos creados por los efectos secundarios de una medicación cuya agresividad reviste un ambiente y un vocabulario bélicos que muy bien analizó Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforías (Muchnik), nos abrimos, con los esfuerzos y la creatividad que esta tarea nada fácil exige, unas salidas por las vías blandas que siguen o recuperan los conceptos tradicionales de toda curación bien enfocada.

Es decir, mano de obra y dedicación de tiempo y palabra, cambios en el modo de vivir y en la alimentación, en combinación -por supuesto- con lo que pueden aportar la biología aplicada, una tecnología prudente, algún medicamento puntual y ciertas -investigaciones médicas a menudo marginadas y no reconocidas por las seguridades sociales por no ser del agrado de la ortodoxia.

Nuevas terapias

Poco a poco se está echando luz sobre el hecho de que el estamento médico no puede denegar -por lo menos, dentro de la franja de sus propios fracasos e insuficiencias- las otras vías terapéuticas, y menos aún si estas están acreditadas por unos centros de formación y una tradición prestigiosa.

La querella judicial contra los dos médicos chinos estará en legítima concordancia con los estatutos de los colegios de médicos, de eso no cabe duda, pero da fe de que la ciencia médica corporativa no tiene clara su responsabilidad científica de interesarse, o por lo menos de enterarse, de otros métodos y otras soluciones cuya validez no puede ser rechazada por la estrechez de unos intereses creados.

Desde el coto de un poder defendido, parece, a pleito limpio, el objetivo del colegio de médicos en cuestión no son los enfermos, sino los intereses económicos que derivan de su monopolio sobre la salud, presionados -presuntamente- por una industria química y unas amortizaciones tecnológicas que nada tienen que envidiar a las armamentísticas en cuanto al volumen de sus negocios.

También es cierto que las otras terapias no son la panacea, no siempre logran la reversibilidad de procesos patológicos complejos ("la medicina china no es mágica, pero da resultados", en palabras de Calduch), pero no suelen dejar al enfermo en el descampado del desahucio tras haberle inducido a creer en la omnipotencia mítica del progreso en bata blanca.

Amanece la percepción del derecho humano a una información interprofesional e internacional lo más completa posible cuando se trata de asuntos de vida y muerte. Amanece el dereclio humano a la máxima calidad de vida de los enfermos, en contra de un exceso sin piedad de terapias demoledoras, denunciadas por los propios médicos con este título en una secuencia de tres artículos consecutivos publicados por la revista Spiegel Ounio y julio de 1988); el derecho a anteponer la calidad a la cantidad de vida en los casos claramente terminales.

Sanos y enfermos

Amanece el derecho, además, de autodefinirse libremente empezando por una revisión de los rudimentarios conceptos de salud y enfermedad que manejamos todos. Hay personas sanisimas que mañana caerán fulminadas por el infarto que el electrocardiograma no supo detectar el día anterior, y hay enfermos que viven una larga vida en armonía con su precaria condición coronaria. La medicina oriental tiene cosas importantes que decirnos sobre este tema, ya que nunca se alejó de un entendimiento holístico del ser.

Amanece el derecho a que nadie reciba el portazo de la tara del fracaso que nuestra sociedad imprime a los destinos inconfesables que hoy se llaman SIDA y ayer cáncer, porque elfracaso, si es que lo hay, es de todos por igual, de los que se nos imponen con sus limitaciones y de los que aceptan esa realidad sin ponerla en cuestión.

Es evidente que los buenos médicos no necesitan parapetarse detrás de querellas por intrusismo profesional frente a otro saber. Pero, ¿quién y qué ley puede preservarnos de los malos médicos, colegiados todos, aquellos que, con sus medios a menudo tajantes, pueden ser más peligrosos que todos los curanderos de los que nos quieren proteger? Los buenos médicos y todos nosotros tenemos el derecho a aceptar y agradecer el esfuerzo de Ramón María Calduch y de dar apoyo y aliento a la primera clínica oriental que acaba de inaugurarse en España. ¡Bienvenida!

Bignia Kuoni es diseñadora textil (desde hace casi tres años, en tratamiento alternativo y oriental por un carcinoma de mama, con buenos resultados).

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