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Tribuna:LA UNIDAD LATINOAMERICANA / 2
Tribuna
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El angustiante problema de la deuda

Las identidades reales de los pueblos no se revelan más que en los momentos de crisis o de plenitud, en lucha contra los infortunios y las vicisitudes, en busca de su genuina expresión individual y colectiva, de su propia supervivencia. Esta lucha es la que hace surgir, indefectiblemente, en los momentos de crisis y desfallecimientos, a los dirigentes naturales de verdadero peso moral, de voluntad visionaria y al mismo tiempo pragmática, compenetrados, consustanciados con la naturaleza de sus colectividades y la fuerza dinámica de su destino histórico. Bolívar, San Martín Artigas, Juárez, Martí, son buenos ejemplos en América Latina, en una amplia gama de actitudes de una acción verdaderamente carismática con respecto a sus pueblos, aun cuando sus empresas de liberación no fueran siempre coronadas por el éxito. Por lo menos, de momento inmediato.Conciencia crítica

Por todo ello, la conmemoración del descubrimiento va unida necesariamente a la toma de conciencia crítica de los grandes problemas comunes y de una acción política gradual y consecuente con la progresiva solución de los mismos. El proyecto de unificación es una empresa cada vez más erizada de dificultades y escollos que parecieran condenarla a un aplazamiento indefinido. No se pueden correlacionar ni integrar magnitudes diferentes o que se hallan en desigual estado de desarrollo. Es evidente que el concepto de la España democrática como compañera de las naciones americanas en un plano de igualdad, y en un plan de comunidad orgánica de naciones no resulta aún viable. Salvo en empresas de cooperación y ayuda unilaterales o parciales, y por lo mismo casi siempre transitorias e ineficaces. En su mayor parte, las colectividades latinoamericanas no han accedido aún al asentamiento de sus instituciones democráticas, agobiadas por el tremendo flagelo de la deuda externa, por los regímenes despóticos, la inestabilidad política y al marasmo económico.

Un destacado dirigente político latinoamericano definía esta situación cuando la describió hace algunos años de la siguiente manera: "Un primer hecho que debemos considerar es que nuestros países exhiben profundas diferencias entre los que van consolidando, en medio de enormes dificultades, sus formas de organización y de gobierno en la democracia y aquellos que aún no han superado los condicionamientos autocráticos y oligárquicos que a su vez conspiran contra procesos de independencia económica y afianzan el subdesarrollo, el atraso o el estancamiento. No constituimos una unidad política con todos los caracteres comunes necesarios para garantizar proyectos de cooperación exitosos, sino que además no hemos superado conflictos entre nuestros países, que una y otra vez nos colocan al borde de enfrentamientos y alientan carreras armamentistas en sociedades que en muchos casos no han alcanzado niveles dignos de subsistencia". Éste es otro de los aspectos problemáticos de la integración iberoamericana en su conjunto, no sólo en lo que concierne a los países latinoamericanos entre sí. El dirigente democrático -cuyas palabras acabo de citar- actual presidente de una nación suramericana advertía, a renglón seguido, lo siguiente: "En un continente donde lo raro es la democracia y la independencia económica, la cooperación técnica puede terminar siendo, de hecho, la cooperación entre las filiales de las empresas transnacionales que, claro está, seguían por los centros de decisión externos. Y en el plano político, lo que es más grave aún, las coordinaciones efectivas entre Gobiernos antipopulares se hacen para consolidar los férreos esquemas de dominación de las oligarquías locales y para servir los intereses imperiales que se expresan bajo el manto de la teoría de la seguridad nacional". Estas palabras pertenecen al doctor Raúl Alfonsín, que las pronunció antes de su ascensión a la presidencia de la República Argentina con ocasión del II Encuentro en la Democracia (ICI, Madrid, 1983). Alfonsín vio claramente el peligro. Como jefe de Estado ha cumplido actos importantes de gobierno (entre ellos el sonado juicio a los jefes militares de la guerra sucia, el primero en su género en América Latina, realizado por la justicia del nuevo Estado de derecho), pero no pudo sentar en el banquillo las causas de la sideral deuda externa ni completar durante el curso de su mandato, a pocos meses ahora de su término constitucional, su proyecto de levantar el país de su postración a la que le sometieron sus victimarios.

Iniciativas inconexas

Los organismos regionales, los pactos y acuerdos entre países son, por supuesto, tentativas intermitentes de la voluntad de unificación, pero son precarios y carecen de la fuerza de una convocatoria multilateral porque, en la mayoría de los casos, son iniciativas inconexas entre Estados y Gobiernos sin una suficiente conciencia nacional que los respalde. La Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALAC 1960), el Sistema Económico Latinoamericano (SELA), el Mercado Común Centroamericano, el Parlamento Latinoamericano y los sucesivos pactos interregionales, incluso el Pacto Andino (1970) -el mejor diseñado y el más activo de todos hasta su declinación-, tampoco pudieron ampliar los promisorios éxitos de sus comienzos. El Pacto Andino, por ejemplo, en su decisión número 24 (que establecía un régimen común de tratamiento para las inversiones extranjeras) chocó violentamente con la resistencia de las corporaciones multinacionales, adversas siempre a los procesos de integración regional. Situaciones análogas se registraron con respecto a las laboriosas e infructuosas gestiones de Contadora en el asunto de Nicaragua, del Grupo de Apoyo, del Consenso de Cartagena (cuyo objetivo central es el tratamiento de la deuda), bajo las presiones directas o indirectas, las intimaciones e intimidaciones del socio mayor norteamericano dispuesto a no dejar que se cumplan los objetivos regionales comunitarios.

En este sentido, las negociaciones políticas -pese a los fracasos iniciales- revelaron una eficacia mayor en el planteamiento de los conflictos subregionales centroamericanos; negociaciones que culminaron en el acuerdo de Esquipulas 2, con el plan Arias para la paz en Centroamérica, aún en curso, y que en su momento pareció, si no conjurar por completo, al menos aplazar y aun derivar la inminente intervención norteamericana contra Nicaragua.

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Voluntad de consenso

Pese a su relativa eficacia, las numerosas tentativas de acuerdos comunes son, sin embargo, los hitos que jalonan el proceso de unificación e integración latinoamericana. Son gestos, si se quiere, precursores pero firmes. Este proceso es previo, aunque simultáneo, a la eventual integración con España y Portugal, si ella ha de producirse alguna vez. Ella debe surgir como una voluntad de consenso y de acción no sólo de los Gobiernos y los Estados, sino, principalmente, de las grandes masas populares con cuya decisión referendaria necesariamente se debe contar. Sin la existencia de este consenso referendario -que sólo en la democracia es posible-, el proceso de unificación estará siempre expuesto a no lograr más que éxitos transitorios y, en el peor de los casos, a la acción saboteadora de las oligarquías locales y extranjeras, celosas de sus privilegios, y el riesgo aún mayor de los estallidos de violencia, revolucionarios o no, que se incuban en el atraso y la miseria.

En ausencia de espacios permanentes de concertación, América Latina no tiene una política europea, desde el momento que tampoco existe una política coherente y sin demagogias para romper las horcas caudinas de la dependencia y la dominación, cuyos vectores son, en primer término, los canales del imperialismo económico y financiero. El más claro ejemplo de tal situación es el hecho de que no se haya logrado arribar a acuerdos multilaterales para que el conjunto de los países afectados pueda gestionar y resolver el angustiante problema de la deuda y quebrar de una vez el siniestro pero invisible mecanismo que la genera en un círculo vicioso al parecer irremediable. Su inexorable crecimiento lo convierte, más que en un ilevantable peso económico y financiero, en una enorme rueda de molino atada al cuello de nuestros países, ricos o pobres.

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