_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los periodistas y el 'aleph'

El periodismo, de más está decirlo, se ha hecho siempre con tics de lenguaje. Al menos, ciertas formas coloridas de periodismo se han fabricado siempre en base a un engarce más o menos abrillantado de tics. De tics de época. Adverbios y adjetivos y ritmos que ayudan a crear un tono y producir un efecto. Tono y efectos que provoca y que exige la época. El instrumento son los tics, y a través de ellos se suceden, más en el periodístico que en otros géneros, las manías de la época. El estado de la época aparece, inflamado, a través de los tics del periodismo. Los pensadores se han vuelto modestos y discretos, y los periodistas no tenemos más remedio que mostrar, a través de distintos tipos de inflamaciones del lenguaje, los resultados pintorescos que produce el vacío abierto debajo de esa modestia y de esa discreción. Mientras el faro ilumina poco y confiesa que más no puede iluminar, los que están laboralmente obligados a hablar de la realidad tantean este o aquel sendero más o menos a ciegas y buscan este o aquel racimo de fórmulas verbales para contar el viaje.Cualquier periodista con tres meses de experiencia conoce el valor diplomático de comodines como quizá o casi. Se puede no ser capaz de poner un buen titular o de pescar una primicia, pero no se puede ser periodista si no se sabe explotar adverbios que ayuden a dejar más o menos ficticiamente en suspenso una toma personal de posición; si no se sabe tomar una posición mientras se sugiere que no, y viceversa. Son instrumentos elementales, pero por algo se empieza. El asunto pasa, ahora, por la manera en que cada uno digiere ciertos nuevos tópicos de la época: fin de la modernidad, realización del nihilismo, resistencia a la realización del nihilismo. Cosas así; flecos triviales, apresurados, que se desprenden de cosas así. Mientras la mayoría de los filósofos se toma su tiempo, los periodistas se apresuran -por "razones de trabajo"- a tomar una posición, en plena cuerda floja. Es tan cierto que los periodistas hablan de la realidad a través de clichés como que tienen la obligación laboral de hablar de ella. Pero ahora, parece, la realidad tiene mala prensa.

Con el palillo en la borra de vino malo del llamado fin de la modernidad, el periodista tiene que construir figuras que indiquen si está de acuerdo o no, figuras que aceleren el fin o lo resistan. Porque no puede darse el lujo de "tomarse tiempo", y tiene pocas posibilidades de ser "discreto". Pero hace otras cosas, según su habilidad para columpiarse en la cuerda floja. Lo que no puede hacer -por "razones laborales"- es anudársela al cuello. Sin embargo, por lo que se ve, lo hace bastante.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Para producir un periodismo verdaderamente armónico con la época (con los últimos tiempos de la época) tiene que creer que el vino no es ni bueno ni malo. Las figuras que dibuja el palillo en la borra tienen que ser lentas, tenues, sólo subterráneamente inquietantes. No debe rebajarse a la euforia, a la desesperación, al cinismo o la queja, sino obligarse al lujo de observar, desde una absoluta falta de militancia, indicios no estridentes. No tiene que haber militancia en la visión (vislumbre, más bien): ver qué es eso que de tan nuevo casi no ve. Algo así como hablar desde los pliegues del cambio de piel, pero sin la necesidad de contar cómo tironea la vieja ni cómo se estira la nueva. Es algo que sinceramente envidio, porque no sé cómo se hace: todavía me persiguen -seguramente más para mal que para bien- ciertos tics patéticos. Puedo saborear su misterio, pero no descifrar sus fórmulas secretas, lo cual demuestra, para mí, entre otras cosas, su buena calidad. Pero para que tales figuras puedan ser dibujadas hay que descartar todo lo que no sea eso que todavía apenas es. Un ademán privilegiado y difícil (y poco frecuente) de tanteo en la sombra.

Poco frecuente. Lo más frecuente, como siempre, es la alineación en dos bandos. Dos bandos unidos, sin embargo, por un racimo de tics en común, los que facilita el distanciamiento. Es así cómo, en general, actualmente, el periodismo más brillante se las ingenia para narrar la realidad (más exactamente, comentarla), o lo que queda de ella. En uno de los bandos hay un aceleramiento del famoso fin, que organiza fiestas mayores, de lo post. Como se basa en un aceleramiento, el racimo de tics cuelga del cinismo: para festejar lo que apunta hay que burlarse de lo que queda. Se habla no tanto desde los pliegues discretos y vacilantes del cambio de piel, sino desde la inflamación de los estirones. Es un avance imperial y satisfecho, guerrero y simplista. Y está el otro bando, el de los tironeos de la piel vieja, que se resiste melancólicamente. Sin embargo, es una melancolía que, para sobrevivir con cierta elegancia, tiene que tomar prestados tics, cínicos, del bando contrario. No hay periodista medianamente respetuoso de su prosa que pueda, en este momento, darse el lujo de no surtirse en la ironía (una fría ironía, como le dice a su amante alemana el hombre del bar Mocambo en la canción de Paolo Conte). Se puede correr cualquier riesgo en la inestabilidad de la cuerda, menos el del patetismo. La defensa de los estirones post es alegre y guerrera (y también, a veces, vaya a saber por qué, rencorosa); la crítica no siempre es abierta: es una defensa falsamente distanciada mediante tics irónicos de lo que todavía se considera como valor. Y hay dos cosas, directas, que en el camino se pierden: la crueldad y la emoción. La crueldad y la piedad, inaceptablemente patéticas. Para esto está la literatura, claro. Pero también han desaparecido de la literatura.

No siempre es así, claro. Filtraciones indiscretas y sinceras siempre hay. Pero lo que sobre todo hay, según el bando en que uno esté alineado, es elección. Elección de zonas, de parcelas, de temas: temas puestos en bandeja. El resultado es que notamos amplios territorios desaparecidos y otros cultivados como un jardín. Aparentemente, en el cielo de los últimos papeles, la realidad, con pies de pluma, se ha fugado, y los periodistas nos vamos convirtiendo en tecnócratas de información ilusoria o en jardineros del propio jardín. Y nada más. Pero no hay más que dejar un rato. la pantalla o el abono y salir a la calle (empresa cada vez más extraña para un periodista) y comprobar que la realidad sigue allí, y que todavía podríamos tener trabajo, a pesar de todo. En la calle está todo mezclado, eso sí: están los escombros de las viejas situaciones y los relampagueos de las nuevas. Y habría que (poder) contarlo todo a la vez. Sin faros. O a la luz rara de los faros de hoy. La realidad es la mezcla intensa que siempre fue, incluyendo las últimas novedades: tarjetas de crédito, andenes de metro repletos de madrugadores, poetas prolíficos, pescaderas, novelistas urbanos que se inspiran en guías para turistas, enfermos de SIDA, antenas parabólicas, presos suicidas, negros del Maresme maltratados, palabras a punto de entrar en el diccionario, gitanos felices, madres edípicas, violinistas resentidos, una España en la que la vida negra está ahora en otra parte. Un aleph vulgar, pero tan vertiginoso como el de Borges. Beatriz Viterbo había muerto, como quizá también la realidad, pero a Borges lo que le gustaba era el Aleph mismo. Habría que poder arreglarse, como basureros, con toda esa basura, sin calcular si nos viene mal o bien para nuestras creencias, o para nuestra mala formulación en tics de esas creencias. Habría que tomar una posición, pero una posición de permeabilidad oscura y astuta. No creo que haya que volver a los tics de la época en que todo estaba iluminado con grandes foros (digamos años sesenta), sino, en todo caso, mucho más lejos. Habría que ser como los viejos vendedores ambulantes, o como personajes de novela negra, o como ladrones de panales. Habría que volver a comerse cruda la realidad, como el salvaje que los periodistas nunca debimos dejar de ser. Al menos, para no caer en la paro, en la paralización.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_