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Tribuna:EL OMBUDSMAN
Tribuna
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El vértigo y la gramática

Es probable que ningún periódico del mundo haya logrado editar un solo número sin errata alguna y sin falta gramatical de cierto calibre. Éste es el precio que paga la Prensa por servir puntual y urgentemente al lector la información de cada día. Sin embargo, la proliferación de erratas y faltas a la gramática puede ser síntoma de que algo más que la prisa acuciante está interviniendo en determinados atentados contra el idioma que cometemos los periodistas. Por la frecuencia de estas agresiones cabe pensar que hay un punto de descuido -¿habrá también desconocimiento?- que debe ser corregido.Desde Ibiza, Carlos Manzano se queja porque está "harto de que todos los días" los redactores de EL PAÍS le "amarguen el desayuno" con errores sintácticos y faltas de ortografía. Manzano plantea su protesta a raíz del editorial Futuro de la enseñanza (14 de mayo), que comenzaba así: "¿Cuántos escolares de octavo de EGB son capaces de escribir una carta sin faltas de ortografía escandalosas o llamativos errores sintácticos?". (Por lo pronto, el lector señala que en esta frase inicial hay un "error sintáctico llamativo": "Debería decir: "[...] ni [...] errores".) Y responde a la pregunta del editorial: "Yo, la verdad, no lo sé. Pero, por pocos que sean, con respecto a ellos aún hay esperanza precisamente porque son niños y están aprendiendo".

El mismo día 14, Carlos Manzano halla en el periódico varios casos más de fallos sintácticos. A título de ejemplo, he aquí uno de los que advierte: "En el puerto de Barcelona se inició ayer la descarga de 46.000 toneladas de soja en las instalaciones de la misma empresa que el pasado año otra descarga provocó un brote de asma".

"Dejen en paz a los niños", pide el lector Manzano, "y pónganse, por favor, a estudiar los rudimentos del arte de redactar, tan importante para su profesión".

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No es la primera vez -tampoco será la última- que los lectores se quejan de las faltas de respeto a la lengua cometidas por el periódico.

El subdirector Joaquín Estefanía afirma que EL PAÍS, desde sus inicios, "tiene como filosofía la de que los textos que en él se publican -por sus redactores y colaboradores- estén bien escritos; es decir, que al menos no contengan errores sintácticos ni faltas de ortografía". "A veces se consigue, y otras muchas ocasiones, no", reconoce. Estefanía explica que, para lograrlo, "se crearon varias redes de seguridad, al margen de la formación de los periodistas: son las áreas de corrección y de edición". Estos escalones previos a que el periódico salga impreso deberían bastar para evitar este tipo de errores. Pero... "Un diario", recuerda, "se hace vertiginosamente; muchas veces las noticias, una vez confirmadas, se elaboran en cuestión de minutos y no guardan el reposo necesario para que, gramaticalmente, salgan perfectas. Creo que es casi imposible pedir a los autores de estos textos el rigor de un académico".

Y una vez dicho esto, Joaquín Estefanía admite que "resulta bochornoso leer aislada mente los ejemplos que envía el lector de editoriales, noticias y páginas de opinión con faltas manifiestas". "Son una buena lección de humildad", concluye; "recuerdan aquel chiste de un periódico que en su primera página anunció un imposible: 'Este periódico no contiene erritas".

La historia del periodismo demuestra que, en efecto, resulta casi un imposible que de la primera a la última página los diarios no contengan algún error. Pero esta imposibilidad no debe apartarnos del objetivo propuesto: lograr una perfecta redacción. Es exigible a los pe riodistas que sepan utilizar con la máxima pulcritud el instrumento básico del oficio: el idioma. No se trata de alcanzar rigores académicos; se trata de respetar las reglas de la lengua española. Y de no amargar el desayuno a nadie. A la vista de los índices de lectura existentes en España, no resulta aventurado pensar que un porcentaje elevadísimo de personas, una vez concluida la escuela, no tendrán más referencia de la correcta escritura de su idioma que aquello que lean en los periódicos. La buena redacción de éstos es una de las más importantes contribuciones que la Prensa debe prestar a la sociedad.

Desmitificar el cáncer

El director del Instituto Oncológico de la Caja Provincial de Ahorros de Guipúzcoa, Juan Rovirosa Juncosa, plantea a los redactores de EL PAÍS una preocupación que merece ser atendida. Con frecuencia, en los medios de comunicación se asocia el cáncer con "aspectos peyorativos o negativos de diferentes problemas que afectan a la sociedad en su conjunto". El doctor Rovirosa señala, por ejemplo: cáncer-droga, cáncerparo, cáncer-terrorismo. Y menciona dos titulares recientes del periódico: La desunión de la derecha, 'cáncer' de la política española; Lafalta de casta, 'cáncer' de la fiesta [de los toros].

Este empleo de la palabra cáncer "en nada contribuye", dice el doctor Rovirosa, a desdramatizarla. El cáncer es una "enfermedad rodeada de un fatalismo", manifiesta, "producido en parte por la falta de información de las posibilidades preventivas y de diagnóstico precoz (tres cuartas partes de los cánceres podrían evitarse y se disminuiría la mortalidad en un 15%) si se siguiesen una serie de recomendaciones (decálogo de lucha contra el cáncer, principalmente dejar de fumar)".

El doctor Rovirosa señala que EL PAÍS "puede contribuir a la educación de la población entera en múltiples facetas de la vida, entre ellas la sanitaria". Pide que se eviten "las constantes asociaciones negativas a la palabra cáncer y ayudar a dar una visión más objetiva y esperanzadora de la enfermedad". Así, el periódico contribuiría a .mejorar los resultados terapéuticos al conseguir que los ciudadanos acudan al sistema sanitario cuando tengan algún síntoma, poniendo de su parte todas sus posibilidades de recuperar la salud".

El subdirector Joaquín Estefanía asume la preocupación del doctor Rovirosa: "Estamos de acuerdo en sensibilizar a la opinión pública sobre la necesidad de desdramatizar la palabra cáncer", dice. Y añade que se intentará "poner más atención y evitar las correlaciones tradicionales que tópicamente se suelen hacer entre cáncer-droga, cáncer-paro, cáncer-terrorismo en este y otros medios de comunicación".

Es cierto que el término cáncer se está aplicando a otros problemas de la sociedad como equivalente a algo que consume y acaba con la vida. El miedo a la enfermedad se ve de esta manera potenciado con la ignorancia de las medidas que pueden evitarla y remediarla. Resulta injusto este mito: cada día, la ciencia avanza más en su lucha por erradicarlo.

La aplicación de la palabra cáncer en el sentido de corrupción, desórdenes y vicios en otras actividades humanas puede destruir las justificadas esperanzas que tantos enfermos tienen de superar el mal.

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