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Tribuna:UNA SOCIOLOGIA DEL TRABAJO
Tribuna
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La clase obrera ya no va al paraíso

Marcos Peña

Da por doquier la sensación de que la clase obrera ha desaparecido. Al parecer se ha convencido de que es España el país donde se puede hacer más dinero, mejor y en menor tiempo, y con el tesón y el sacrificio que la caracterizan ha trocado la lucha en la empresa por su escalada. Tanto es así, que la escalera y el computer han sustituido a la prehistórica hoz y al ordinario martillo. ¡Ya todos son ricos! Juegan y se diverten en la bolsa, sufren con el crash e intiman con los robots. Y si a cualquiera de ellos le preguntamos, por ejemplo, qué significa PC, dirán, sin duda, personal computer.Ya no hay obreros o los que quedan son muy pocos y están en el paro. Pero no se preocupen que saldrán pronto. Porque los sindicatos, con un, esfuerzo y una dedicación que merecen todos nuestros elogios, han estudiado con atención, y aprendido, las 400 páginas de verdad revelada elaboradas por el Ministerio de Economía, de las que se deduce, después de analizar los convenios de los últimos 10 años, que la culpa del paro la tienen los sindicatos, ellos mismos, claro que sí, porque son muy rígidos y estrechos. Y tiene toda la razón el señor Ministerio. Lo mismo escribí yo hace años en EL PAÍS y en media página. Se llamaba aquello La culpa del paro la tiene el parado. Y esto es obvio: ya me contarán ustedes qué paro habría sin parados o qué problemas tendría el Ministerio de Sanidad si no hubiera enfermos.

Pero a lo que íbamos: en nuestra sociedad los obreros no existen. Hay estilistas y financieros de asalto, operadores culturales, toreros e intelectuales inorgánicos, gentes de jet y de farándula y a lo más, a lo más, empleados de banca, funcionarios y enseñantes. Pero obreros-obreros, no; ésos ya no.

Y en ésas y tan felices estábamos cuando me acaeció la desgracia de leer un estudio sobre los obreros de la Fiat, y quebró en mí la imagen de la sociedad posindustrial. feliz que había abolido la cadena de montaje y era capaz de fabricar coches sin que la mano del hombre interviniera.

Pues no, resulta que no, que los coches los siguen haciendo, en verdad, los de antes: esos señores que tienen 50 años y aparentan 60, atacados -por el despertador a las cinco de la madrugada, transportados del extrarradio a la gran madre fábrica para realizar las mismas estúpidas funciones de siempre y ganar menos de 100.000 pesetas a fin de mes. Así, durante 25, 30, 35 años, disfrutando de las diversiones que la sociedad posindustrial concede. Obreros, en suma.

La misma impresión me produjo, tiempo atrás, un reportaje sobre esos obreros de la construcción que, recogidos en distintos pueblos de Toledo, Ciudad Real, Guadalajara, etcétera, eran descargados en los mercados centrales de Madrid para ser expedidos desde allí al tajo que les correspondiera. La mitad del día, en el andamio; la otra mitad, en el autobús. Esto sí que es ser, como diría Rimbaud, "verdaderamente modemos".

0 sea, que siguen, que están pero no se ven. Más de tres mie Rones de personas, entre nosotros, engrosan la antaño mítica clase obrera, centralizadora de cultura política y objeto de culto.

Más de tres millones de obreros siguen produciendo las cosas casi igual que siempre; pero, sin embargo, social, política y culturalmente han desaparecido: existe una falta total de comunicación entre esta isla obrera y el conjunto del archipiélago de la sociedad opulenta.

El universo obrero se ha separado del cuerpo social, ha sido excluido, cancelado. Por mal comportamiento y escaso rendimiento ha sido expulsado de clase. Pero hasta hace poco tiempo.... ¡qué verde era mi valle! ¡Cuántas películas y canciones, cuánta fraternidad, cuánto amor! Los-hijos-del-obrero-ala-Uni-versidad... Estudiantes y obreros, obreros e intelectuales, obreros y cineastas, y pintores, y saltimbanquis... Todos unidos en la nueva santa alianza entre las fuerzas del trabajo y la cultura.

La moneda de la izquierda

La clase obrera era entonces la identidad; a ella le correspondía acuñar la moneda de la izquierda. Sí, amigos míos, entonces, la clase obrera iba al paraíso. Y cualquier intelectual mínimamente progresista hubiera enrojecido de vergúenza si hubiese olvidado ese universo particular, si no hubiese estudiado, si no se sintiese partícipe, aliado, hermano... Pero hoy, ¿quién se sentiría culpable?

Tiene razón Gad Lerner: "Hoy ya nadie se ocupa de los obreros. La investigación en torno a la condición obrera no sólo ha dejado de apasionar a los mass media, sino que literalmente ha desaparecido de toda sede editorial y universitaria...". Ni un solo estudio, ni una sola encuesta sobre quiénes son y cómo viven estos ciudadanos que continúan siendo obreros".

Otras son las emociones que hoy día nos conmueven. Otra es hoy la cultura dominante. La hegemonía corresponde ahora a la empresa, pero, ¡ay de mí!, temo que a la empresa equivocada. El famoso ocaso de la clase obrera ha oscurecido también la figura del capitán de industria. Y la no del todo clara luz del nuevo día ilumina aún con cierta imprecisión la silueta del. nuevo héroe social- el prestidigitador financiero, el mago que milagrosamente crea del. dinero dinero. El tiburón de la bolsa, el raider. El triunfador, que es un fenómeno y que hace dinero rápido y a lo grande. Pues ya les decía antes que en España el dinero se hace que da gusto... Qué pena ser casi de otra época y pensar que lo importante es hacer cosas, no dinero.

Si no, quién sabe, quizá liasta los más torpes de nosotros podríamos también hacer dinero, y aprender con el tiempo a bailar sevillanas.

Marcos Peña Pinto es inspector de Trabajo.

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