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Tribuna:
Tribuna
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Estar en las guerras

La historia, en cierto modo, consiste en un peculiar pasar, un pasarle cosas a lo pueblos, un pasar esas cosas a éstos como efecto de otros pasares causales, acaso menos complejos, entre naciones, coaliciones o comunidades históricas. Bajo ese aspecto, simplista si se quiere, pero real y grave de contenido por la ubérrima significación en nuestro idioma del verbo subrayado, la historia exhibe decidido interés, ya que, si la historia es un pasar, lo que ha pasado queda necesariamente en esa misma historia a modo de mágico efecto circular, y queda en ella ofreciéndose como atractiva pieza de caza a estudiosos y eruditos en cuanto causa probable de lo que, en presente, pasa o está pasando a los sujetos históricos. Mas ni el pasar ni el quedar esos son fáciles objetos de conocimiento. La prueba está en que no son una, sino ampliamente dispares a veces, tanto las múltiples interpretaciones históricas de un determinado hecho como las numerosas filosofías de la historia, jadeantes siempre en busca de verdaderos porqués.A mí me importa lo que pasa a España. Sabiendo con suficiencia qué es eso, eso que le pasa, convendría indagar razones, mejor dicho, causas, porqués... No porque se pueda aplicar remedio inmediato de enmienda si lo que está pasando no es favorable. En cuestiones de pasarle cosas a las naciones para que les dejen de pasar, no caben juegos de magia.

¿Qué le pasa a España? ¿Que le está pasando de un largo tiempo acá, hasta nuestro propio y corriente hoy? Para mí, esto que sigue: que Europa la rechaza. Sé que esto, dicho así, exige explicación dilatada, pero aquí no cabe más justificación que la telegráfica memoria del pasado. Europa, tanto las poderosas naciones vencedoras como la también poderosa aunque vencida, rechaza a España -o la ignora simplemente, que viene a ser idéntica actitud- en el famoso Congreso de Viena, en 1815, donde en realidad se construye la Europa que va a durar un siglo. Europa rechaza a España en 1898. El talante de las naciones europeas influyentes de algún modo, a la sazón, consiste, si se quiere, en un volver la espalda indiferente y jocoso, pero en el fondo es rechazo o repulsa lo que hay en ello. Ni en abril ni en diciembre de 1898 en París se oye políticamente una voz amistosa hacia España, hacia lo español. La Europa del siglo XX rechaza a España varias veces y de distinta forma, pero la repulsión se nota siempre: curiosamente en Algeciras, en los primeros años; después en 1936, donde no hay un rechazo propiamente dicho porque lo que ocurre en tres años preocupa, pero donde sí hay gesto europeo de inconveniencia ante lo que hacen los españoles; más tarde, el rechazo decidido y claro consecuente de inmediato a 1945, rechazo que aunque al exterior se subjetiva contra una persona, un gobernante, y contra un régimen, se refiere objetiva e históricamente a la nación y a su pueblo, a España y a los, españoles; aún hoy, después de 1975, hay rechazo europeo de lo español, hundido, recóndito, disimulado si se quiere, pero rechazo al fin.

Puede ser que esta tesis no se acepte o se admita con distingos en el mejor de los casos, pero lo que de seguro se dirá es que eso que le ha pasado y pueda estarle pasando a España con Europa ha sido ya detectado, registrado, comentado y hasta interpretado; esto último por historiadores y por filósofos de la historia, que saben de zapatos y de pintura a la vez. Sin embargo, que yo sepa, no se ha visto con ecos públicos a través de cristales de estrategia, y el conocimiento estratégico, fruto natural del saber del mismo orden, puede ser, es sin duda, tan útil en el caso como el puramente histórico y el hermenéuticamente filosófico. Claro es que esa estrategia es la que, en la práctica de las cosas de las naciones o de las alianzas, anda casi confundida con la política; una y otra son, dentro de su clase, las sublimes: la estrategia de alto nivel y la clásica política internacional. Pues bien: con esos cristales estratégicos sé ve con suficiente diafanidad el rechazo europeo hacia España, hacia lo español, en los momentos históricos menciona dos -aunque convenga anticipar que en unos la claridad pueda ser más marcada que en otros- e incluso facilitan la deducción de razones o porqués.

Debilidad estratégica

En 1815 -Europa rechazó claramente a España, pero cabe intuir que fuera repulsión refleja, eco devuelto en el paredón obstinado de la inhibición española. Fuera rechazo o inhibición, habría en ello raíz estratégica. Tras las guerras de la revolución y del imperio, España quedó inerme: Ejército desorganizado, Armada inexistente. En Viena se vio esto con claridad. Además, para los congresistas alegres no fue España quien contribuyó en la Península a la derrota de Napoleón, sino los ingleses, creencia en la que, analizada con apreciación objetiva, no les faltaba razón. En 1898 el rechazo se viste de indiferencia. España es, sigue secularmente siendo, estratégicamente débil y lleva 90 años sin estar en la escena europea; ¿quién va a molestarse en protestar, ni diplomática ni activamente, porque una potencia joven, fuerte y emergente, pero estratégicamente alejada de Europa, persiga un imperio a costa de España y, so pretexto desu declarado anticolonialismo y su ansia de defensa del oprimido, se convierta deliberadamente en potencia colonial en París, haciéndose con valiosísimos archipiélagos e islas estratégicas e incluso bases navales en la única isla oficialmente redimida? Después de 1945 el rechazo de España por Europa -vencedora o vencida, poderosa o débil la entidad política que sea- es claro. La causa no se dice, pero se siente. Para mí, esa causa, ese rechazo de Europa obedece a un resentimiento europeo general nacido de la emoción más que de la razón: España no ha estado estratégicamente en Europa durante el siglo XX. Más claramente hablando: España no ha participado en ninguna de las guerras de Europa. En España ha habido inhibición ante la guerra.

Si esto es cierto, la cosa es seria en lo histórico. La versión oficial española expone como éxito diplomático y prudencia política la inhibición. En realidad, aunque en el fondo no pase de ser academicismo insuficiente, se personaliza el éxito en la habilidad de Alfonso XIII en 1914 y de Franco en 1941. Razones justificativas del lado español no faltan. Pero ni el éxito ni las razones, por mucho que lo sea y las haya cispirenaicamente, no se entienden como tales tras la cordillera separadora. Para los transpireanicos, España no ha hecho las guerras en lo estratégico; para como cosa verdadera en toda guerra chez les neutres, se ha aprovechado de ellas en lo económico. Y eso es difícil de olvidar. Los que guerrean en la historia no ven bien la cómoda neutralidad de algunos, máxime si éstos pretenden participar en lo común antes, durante y -sobre todo- después de la contienda. Ahora, mutatis mutandis, se está dando una situación semejante con y ante la Europa que España tiene como suya: la Alianza Atlántica. Se dice que eso, todo eso y todo esto del siglo que está concluyendo ya muy deprisa, es pura y simplemente política. Tal vez; pero es también pura y simplemente una política en la que no se puede estar, lo que se dice estar, si no se está también en la guerra: en lo que la guerra es y en lo que la guerra exige. Se trata de política y de guerra en la que no se admiten oportunos espectadores, y mucho menos si son oportunistas. Son cosas en las que hay que estar comprometidos. Il faut s'engager. La historia, la de Europa sobre todo, ofrece ejemplos meridianos de esas realidades, en especial entre actores normales. El s'engager pas, la inhibición deliberada, el splendid isolation, son figuras estratégicas que sólo el poderoso puede jugar con eficacia...

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¿Que esta teoría -y perdón por la posible presunción; no la llamemos teoría, sino trivialidad, si se prefiere-, que esta trivialidad teórica puede ser tachada de herejía y en buena lógica su autor de hereje ... ? Tal vez. Pero antes de hacerlo recuérdese -no tanto para no desautorizar al santo como para no ensalzarme a mí- lo que al respecto decía san Agustín, como recuerda ahora Zubiri: que las herejías son producto de grandes hombres. Y si esto no es verdad, recuérdese asimismo entonces que también conviene que haya herejes", aunque no sea más que para quemarlos después... si es posible.

Eliseo Álvarez Arenas es almirante capitán general de la zona marítima del Cantábrico.

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