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Tribuna:LECTURAS DE VERANO
Tribuna
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Sinfonía presumiblemente inconclusa

Qué rica que estás, mamita!El teléfono, del otro lado, se cortó de un modo dubitativo, un titubeo en el momento de dejar caer el auricular sobre la horquilla.

Se quedó pensativo y luego, lentamente, cortó a su vez.

-Contéstame. ¿Por qué no contestás? Me gustás mucho, ¿sabés?

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-¿Acaso me conoce? -preguntó tímidamente, y al no recibir respuesta agregó en un tono casi suplicante-: ¿Por qué me toma el pelo?

-No te tomo el pelo.

Y otro día declaró rotundamente:

-Estoy chiflado por vos.

Se oyó una risita.

Poco a poco ella se fue animando más. Primero fueron monosílabos, frases cortas "Humhm", indeciso y, sin embargo, con un matiz afirmativo cuando él preguntó: "¿Te gusta que te llame? ¿Te gusta hablar, conmigo?". "Sí". "¿Querés que siga llamándote?". "Sí"-. Luego más explícita, más curiosa

-"¿Usted quién es? ¿Yo lo conozco? ¿Por qué no me dice si yo lo conozco?".

Separó con cuidado los visillos y, colocándose a un lado de la ventana, espió. Estaba sentada de perfil, la vista baja, y a veces, subiendo hasta la altura del antepecho, adivinaba la aguja. Murmuró con disgusto; la otra revoloteaba por la habitación.

-No, muchachos, mañana no salgo; tengo cosas que hacer.

-Pero, Cholo, ¿qué te pasa? -se miraron entre sí sin comprender- ¿Cómo no vas a salir un sábado? Mira, Cholo, las pibas que levantamos el otro día dijeron que el sábado traían una amiga, que nosotros lleváramos a alguien. Contábamos con vos. No nos vas a hacer eso. ¿A quién vamos a llevar si no? .

-Perdonenmé, muchachos, pero ya les dije que no puedo -afirmó con energía.

-¿Pero vos estás colifa?

-Volvieron a mirarse y se llevaron el dedo a la sien-. O si no, te pusiste de novio y no nos lo querés decir.

PESIMISMO

Se fueron mascullando y sacudiendo la cabeza con pesimismo.

La luz estaba encendida. La otra la había dejado sola. Los sábados a la noche no fallaba.

La vio llevarse la mano a la cabeza para arreglarse el pelo cuando sonó el teléfono.

-¿Podés hablar?

-Sí.

-¿Estás sola?

-Sí.

-Siempre te deja sola, eh -dijo con rencor, no obstante que había estado esperando ese momento.

-Tiene derecho a divertirse.

-¿Y vos no?

-Ja -se rió con ironía.

-¿Cómo ja?

-Sí, ja. ¿Por qué? ¿Acaso vos me vas a llevar a divertirme?

-Un día te voy a buscar y nos vamos a ir al baile.

-Si ni siquiera sé quién sos.

-Ya lo vas a saber.

-¿Por qué tanto misterio? Bah, dejá, mejor así, mejor que nunca sepa quien sos. Andá, hablame, que me gusta oír tu voz.

Una especie de corriente le recorrió el cuerpo.

-¿Te gusta en serio?

-Claro que me gusta -dijo con decisión- Tenés una voz preciosa, de muy hombre.

Detrás de la ventana, espiándola, se irguió e hinchó el pecho al oír las últimas palabras.

-Vos también tenés una voz muy linda.

-No seas mentiroso.

-De veras, tenés voz de actriz.

-Vamos... -objetó en tono burlón.

-Te lo juro. Cuando más me gusta es cuando te ponés cariñosa. Pero te ponés cariñosa muy pocas veces, siempre andás burlándote de vos misma.

-Será porque no creo en muchas cosas, porque ya no espero nada..

-¿Por qué? Eso no se dice.

-La vida -arguyó a modo de explicación-. Pero, andá, dejémonos de tristezas, no valen la pena. Decime palabras lindas, que me hacen bien.

La vio sonreírse ilusionada. Se puso contento.

-Te imagino. Imagino tu orejita junto al tubo y me gustaría acariciarla.

-¿Qué más?

-Y darle un besito.

-¿Y qué más?

-Acariciarte la mejilla. Pasarte la yema de los dedos por los párpados -miró. Ella se inclinaba hacia el auricular como si lo acunara, entrecerrando los ojos.

-¿Y nada más?

-Y darte un beso.

-¿Dónde?

-En la boca.

-¿Cómo?

-Grande, grande.

-¿Grande como qué? -Se echó para atrás en la silla y levantó la cabeza, soñadora.

-Como una casa de departamentos.

-¿De cuántos pisos?

-De chiquicientos. -Se rió en silencio.

-¿Nada más? -protestó decepcionada.

-De chiquicientos diez mil.

-Es muy poco -afirmó, y se recogió sobre sí misma-. Eso quiere decir que no te gusto, que todo lo que me decís es cuento.

-Vos sabés que me gustás. -Trató de que su voz sonara convincente.

-¿Hasta dónde?

-Hasta el cielo -empezaba a decir, pero ella lo interrumpió alarmada-: Me parece que vuelve. Cortá.

-¿Tan pronto? -preguntó desilusionado.

-Sí, oigo la llave. Cortá, cortá.

-Cortá vos.

-No, vos -insistió con angustia- Un besito.

Cortó y se frotó las manos satisfecho.

Miró a la ventana. La habitación estaba vacía no obstante que se acercaba la hora habitual. No habían convenido nada, pero sabía que ella esperaba su llamada. Consultó el reloj con impaciencia. A la hora en punto la vio llegar y ocupar su sitio. Recogió la costura, pero de inmediato volvió a dejarla. Cruzó las manos sobre el -regazo y miró el teléfono. Él dejó que la hora pasara: un minuto, dos minutos. Quería que sufriera un poquito. Pero viéndola allí, tan concentrada, le dio pena. No resistió.

DISTRAÍDO

Mientras marcaba la observó con atención. Le notaba algo raro, no sabía exactamente qué. Así, a la distancia, no podía precisarlo. Por otra parte, él era muy distraído. Su antigua novia siempre se lo decía: no era capaz de reconocer un vestido nuevo. De pronto cayó en la cuenta: se había cambiado el peinado. Se había recogido el pelo en la nuca muy prolijamente. Sintió que lo invadía la ternura.

-¿Me esperabas?

-Estaba en la cocina -mintió.

Se sintió como un ladrón:

-Ah. ¿Cocinabas?

Sinfonía presumiblente inconclusa

-Sí.-¿Qué hacías?

-Un bizcochuelo para tomar con el té.

-¿A tu hermana le gusta? -Se tapó la boca para ahogar la risa.

-Mucho.

-¿A vos no?

-Sí, también, pero ella es muy golosa.

-Dicen que los golosos tienen buen carácter.

-Hmm.

-Será amable tu hermana. Como no me atendió nunca no lo sé.

Pareció alarmarse.

-Si alguna vez te atiende, colgá.

-¿Por qué, no te deja tener amigos?

-No quiero que se entere de mis cosas, me da vergüenza.

Vio cómo se recogía un mechón imaginario y cómo abullonaba, coquetamente, el cuello del vestido.

-¿Te gusta el bizcochuelo? -cambió ella de tema.

-Sí, y todavía no me ofreciste. Ya casi estoy ofendido. -Se sonrió traviesamente.

-No sé cómo voy a hacer para dártelo, si no te conozco.

-Algún día.

-Sí, algún día -convino ella, y pareció conforme.

Llegaba tarde a la cita. Se había demorado jugando al billar con los muchachos. "¿Nos acompañás al baile esta noche, Cholo?". "No, muchachos, no puedo". "Pero, che, ya no podés ningún sábado. ¿Qué te anda pasando, batila?". "Otro día, otro día", se justificó. "Hoy no puedo, en serio, tengo un compromiso". Se codearon, se guiñaron el ojo: "Cuando yo te digo que éste anda metido. Vamos, Cholo, contale a tus amigos, no te hagás el misterioso. Mostrala a la piba. ¿O tenés miedo de que te la afanemos?"

Antes de subir miró hacia arriba furtivamente. Se sobresaltó. Se asomaba al vidrio, de perfil, como si hubiera arrimado la silla a la ventana.

Esperó un momento para ev¡tar sospechas y recuperar el aliento.

Ella le espetó:

-¿Seguro que no nos conocemos?

-Seguro.

-Juralo.

Dijo con solemnidad:

-Por ésta.

Pareció aliviada.

-Mi hermana se puso de novia. Ahora voy a poder hablar más tranquila; va a estar más tiempo fuera de casa.

-Fenómeno.

-No tanto -objetó-. Me preocupa.

-¿Por qué? Dejala que haga su vida. Ya es grandecita, ¿no?

-¿Cómo sabés? -preguntó desconfiada.

Se mordió los labios:

-No, decía nomás, me pareció cuando hablabas de ella.

-Ya no es una nena, pero en estos tiempos hay que andar con cuidado, nunca se sabe con quién te topás.

-Claro. ¿Y a vos no te da miedo de que yo sea una mala persona?

-Vos sos bueno -afirmó. La vio sonreír tiernamente y él, a su vez, sintió que una sonrisa, que era como un reflejo del pecho que se distendía, le llenaba la cara.

-Cortá, vuelve mi hermana, pero antes decime si de verdad me querés.

-Claro que te quiero.

-Yo te quiere, mucho, pero mucho. -Subrayó las últimas palabras y a continuación él oyó el chasquido de la horquilla.

MECHÓN

Miró por la ventana. Vio cómo se acomodaba con un gesto, mecánico el mechón de pelo blanco, ahora azulado por la tintura, y cómo, lentamente, empezaba a balancearse en la mecedora. La vio dirigirse a la hija, la mímica de su boca preguntando por el novio. Imaginó la mano que se había llevado a la cabeza, con el dorso surcado por venas azules y salpicado, de pecas marrones. Miró el auricular seriamente y cortó a su vez. Entonces empezó a reírse. Se rió con una carcajada profunda, larga, interminable, llena de alegría.

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