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¿Es el SIDA posmoderno?

El SIDA, además de tener una lectura viro-epidemiológica, tiene una lectura antropológica. Según el autor, se trata también de un virus político, social y cultural que, sin embargo, no puede calificarse de posmoderno, ya que tanto aquello que se califica como su propio calificativo necesitarían de una densidad de asentamiento universal, y mientras la posmodemidad es algo inaprensible, el conocimiento sobre el SIDA está en continua formación por tanto, inacabado.

¿Es el SIDA posmoderno?, depende. Para responder la pregunta, en primer lugar habría que precisar qué se entiende por posmoderno. No parece que sea un empeño fácil, dada la composición resbaladiza de los elementos caracteriz adores de la pos,modernidad. En segundo lugar, una vez fijada en límites la imprecisión de lo posmoderno habría que entender el SIDA como un fenómeno social -no exclusivamente epidemiológico-, cuyo conocimiento íntegramente acabado no ofreciese la más mínima, por insignificante que fuera, fisura.Nada más lejos de la realidad. Es decir, que, tanto aquello que se califica -SIDA- cuanto su propio calificativo -posmoderno- necesitarían, para alejarse de respuestas balbucientes, de una densidad de asentamiento universal. No es el caso.

La experiencia acumulada en torno a la posmodernidad, el posmodernismo o lo posmoderno -tanto da la denominación- nos indica que los dobleces y las sinuosidades que confieren su determinismo hacen de la moda Lyotard algo inaprensible.

Si damos por válido lo que por inercia se nos ha transmitido, la, posmodernidad vendría sintetizada bajo un halo inequívocamente ambiguo: rechazos ideológicos (suplantados por ideologías no reconocidas), consciente confusionismo, maniqueísmo plural, actividad frenética (desde la permanencia y la inmovilidad), sustitución del buscar por el estar, multiplicidad (ahuyentadora de la escisión dual), acorde incoherencia. Todo ello, y más, anquilosado en una óptica reblandecida. Lo posmoderno, entendido como representación de la idea débil y el pensamiento ligero, convierte, en suma, si se me permite la expresion, el parmigiano en auténtica mozzarella.

Conocimiento en formación

Por otro lado, la experiencia acumulada desde que, en 1981, aparece recogido en la literatura médica (Morbidity and Mortality Weekly Report) el primer caso de SIDA -aunque epidemiológicamente se habían detectado casos con anterioridad- nos indica que el conocimiento sobre el SIDA está en continua formación y, por tanto, inacabado. Todo conocimiento científico inacabado no puede transmitirse en sociedad como conocimiento término.

El hecho de que no se quiera transmitir alarmismo social, postura enteramente razonable, no justifica que se tenga que entender socialmente como output final lo que científicamente es un output en proceso de elaboración. Es correcto que la sociedad se ajuste al conocimiento complejo, a medida que éste vaya resolviendo sus incógnitas, y sus (re) soluciones, a su vez, estén suficientemente verificadas: lo contrario sería instalarse en la incongruencia.

Lo que no resulta tan correcto es que la sociedad tenga que ajustarse a un conocimiento científico inajustado. Bajo estas condiciones, la sociedad pasa del sueño reposado a la pesadilla más negra cuando repara en que el SIDA no permanece encerrado en las fronteras de la homosexualidad y alcanza también al heterosexual que estigmatiza a los otros.

Nadie duda que acabar conocimientos requiere investigación, pero investigar fenómenos de trascendencia social exclusivamente desde la perspectiva virológica -por imprescindible que sea- es privilegiar una parte en detrimento de las demás. Tan pragmático es descubrir el virus del SIDA como descubrir del qué forma se puede combatir mejor el alarmismo social. Lo segundo requiere, al igual que lo primero, de investigación, es dedr, de financiación.

Por qué se tiene, pues, que decidir los aspectos socioculturales del SIDA de forma improvisada y desde extramuros del ámbito antropo sociológico? El actual -y ya estructural- resquebrajamiento de la ciencia, entendida como unidad de todopoderosa proyección, no debiera arrogarnos la necesidad de instalarnos en inflexibles posicionamientos científicos, situados en las antípodas de lo que fueron en tiempos pretéritos.

No es cuestión de practicar el libre albedrío generalizado y sistemático, pero sí debiérase reformular preguntas y planteamientos y reconducir estrategias. "La ciencia no es omnipotente, pero todavía puede evitar, o así lo deseamos, que se produzca una epidemia del SIDA a gran escala. Sin embargo, es una cuestión fundamentálmente social y moral la forma en que la gente se enfrente al síndrome del SIDA" (Agnes Heller, EL PAÍS, 7 de enero de 1987).

El SIDA y la posmodernidad no pueden ser objeto de análisis con independencia de los distintos factores que intervienen en todo contexto social. Este principio, válido en su generalidad para todo fenómeno, adquiere mayor relevancia cuando situamos SIDA. y posmodemidad relacionalmente en sociedad: Nueva York o Kampala, San Francisco o Nairobi, París o Kinshasa. Prácticas sexuales y campañas de información destinadas a combatir el SIDA están imbricadas y contextualizadas en sociedades concretas.

Estrategias

El SIDA y, desde luego, la posmodernidad tienen lecturas culturales. Admitidos estos principios, las preguntas se suceden vertiginosamente. ¿La lucha contra el SIDA es la lucha contra/de la posmodernidad? ¿Combatir el SIDA con condón es lo mismo que combatirlo con la abstinencia? ¿Definir estrategias antiSIDA tiene la misma impronta en Estados Unidos y en Uganda? ¿El alcance de las medidas adoptadas debe ser el mismo tanto para la familia monogámica como para la familia poligámica? Si la incoherencia define lo pos moderno, ¿tendríamos que combatir el SIDA incoherentemente? ¿Es el SIDA un síndrome light o simplemente posligero?

Esbocemos algunas respues tas. "El condón es un amigo" es una rebosante frase situada en grandes carteles que cubren la ciudad de Nueva York y que se puede leer, dada su presentación bilingüe, en inglés y en español. Sobre el cartel también se observa la imagen de unos jeans que (re) visten un culo de sexo indefinido, pero de proporciones más bien masculinas que femeninas. Esta forma de aleccionar al ciudadano contra el SIDA, tanto por la ambigüedad globalizadora de su mensaje como por el contexto urbano donde se inserta el cartel, pudiera considerarse posmoderna.

Por otro lado, en California, las clínicas han sido colapsadas debido a una reacción histérica que respondía a un mensaje radiofónico: "Todos los que hayan sido objeto de una transfusión de sangre entre 1978 y 1985 deben hacerse la prueba del SIDA". Mensaje y respuesta, en este caso, gozan de las atribuciones de la premodernidad. Sin embargo, no cabe duda de que, a pesar de los focos sociales de resistencia al cambio, ciertas manifestaciones posmodernas se detectan con facilidad.

Las sociedades han evolucionado considerablemente. En el siglo pasado, una sociedad represora impulsa al suicidio a un ser indiferenciado: Herculine Barbin. Hoy en día, al contrario, algunos andróginos son publicitados en las primeras páginas de los periódicos.

Igualmente premoderno sería el mensaje confeccionado en Bélgica que se destina a un público diferenciadamente conservador: "Ouvrez les yeux pour que le SIDA ne vous les ferme pas" Más ambigua es la campaña de información francesa: "Le SIDA, ¡l ne passera pas par moi". Rostros jóvenes, masculinos y femeninos, transmiten a la población la idea de que el SIDA es una enfermedad -no epidemía- que todo ciudadano alerta puede evitar.

Tampoco parece que los actos de xenofobia fronterizos recientes pudieran entenderse desde la perspectiva posmoderna. De rnisma forma, la implantación sidatorios dificilmente sería comprensible desde la posmode dad. Pero si los mensajes destinados a combatir el SIDA piden ser considerados pre o posmodernos según sean los pati nes que los definan, igualmente las prácticas sexuales pudieran ser catalogadas de una u otra forma según vengan diferentemente ejercitadas en distintos contextos societarios. Fijémonos en continente africano. De acuerdo con las estimaciones del informe Hosken, hay más de 84 millones de mujeres y adolescentes africanas que son genital y sexualmente mutiladas.

Prácticas sexuales

El genital femenino infibulado que ha sufrido una ablación clítoris es un genital más expuesto a laceraciones durante el coito que un genital entero. Al mismo tiempo, en África es muy frecuente el matrimonio de púberes con hombres maduros que conquistan a la novia mediante precio que pagan por ella. Los genitales masculinos desarrollados encuentran más resistencia la penetración en genitales femeninos púberes que en genital femeninos más hechos, produciendo desgarros más fácilmente en los primeros que en los segundos. Otra práctica sexual africana, extendida especialmente entre los paises con influencia árabe, es el derramamiento de sangre femenina en la noche de bodas, prueba y confirmación de virginidad de la esposa.

En última instancia, las violaciones y la violencia sexual explicarían, para Hosken, la transmisión heterosexual del SIDA África y, paralelamente, el hecho de que la mujer africana esté más expuesta y sea más sensible SIDA que las mujeres de otras partes del mundo. Difícilmente pues, en condiciones como dadas por las prácticas sexuales aludidas pudiera ser, etiquetdo el SIDA como posmodernismo.

Lo que sí resulta más patente es que el SIDA, además de tener una lectura viro-epidemiológica tiene una lectura antropológica El SIDA también es un virus político, social y cultural.

José Antonio Nieto es doctor en Antropología por la New School for Social Research de Nueva York y profesor la Universidad Nacional de Educación a Distancia y del Pacific Center for and Society de la universidad Hawai.

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