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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Japón, el Pacífico y el Atlántico

La visita que Yasuhiro Nakasone realiza en estos días a Estados Unidos se produce en medio de lo que evidentemente es una situación tensa, con ribetes de guerra comercial, e incluso de una cierta pugna en la que Washington aspira al mantenimiento indiscutido de la hegemonía norteamericana. No es extraño que en tales circunstancias el viaje del presidente del Gobierno nipón haya despertado un inusitado interés. El autor, catedrático de Estructura Económica y autor de Estructura económica internacional, sitúa las razones de esta expectación.

Es cierto que en el mundo, aparte de los organismos de la malla de las Naciones Unidas, o de ciertas agrupaciones regionales, existen centros de articulación de poder, como el Club de los Diez (que son más de 10 y en el cual quiere actualmente ingresar España) y el Grupo de los Siete, que anualmente se reúne en sesiones de traba o al final de la primavera o comienzo del verano (su decimotercer encuentro se producirá en Venecia dentro de unas semanas), e incluso hay un Grupo de los Cinco (Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Alemania Occidental y Francia), que aparece como el sancta sanctórum de las grandes potencias económicas de economía de mercado. Pero existiendo todos esos foros de negociación cuasi permanente, y sin olvidamos de la Comisión Trilateral, que asegura la conexión continua entre las grandes empresas multinacionales norteamericanas, europeas y japonesas, lo cierto es que las relaciones Estados Unidos-Japón constituyen actualmente el eje estratégico en la evolución de la coyuntura mundial y para el diseño de las grandes tendencias del desarrollo futuro en el mundo que nos ha tocado vivir.No se trata de pasar del eurocentrismo al europesimismo. Pero, hoy por hoy, ésa es la situación. Sólo una respuesta más clarividente de parte de las Comunidades Europeas podrían cambiar de forma sustancial tal estado de cosas. Pero no es ése tema de hoy.

INTERCAMBIO TRANSPACÍFICO

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Desde hace ya algunos años viene observándose con reiteración que el comercio entre las orillas del Pacífico -el célebre intercambio transpacífico- es bastante mayor que el conjunto de los flujos comerciales del área del Atlántico.

Una serie de países asiáticos ribereños del más grande de los océanos del planeta -China, las dos Coreas, Taiwan, Hong-Kong, Singapur y, sobre todo, Japón- presenta las características propias de un crecimiento mucho más rápido que el de los países de la cuenca del Atlántico, que, según muchos indicadores, se sitúan en clara tendencia de maduración demográfica y de desarrollo más cualitativo que cuantitativo. Y se da la particularidad adicional de que al área más pujante de la ribera asiática del Pacífico se agregará una potencial segunda generación de alto crecimiento, que podría incluir naciones tan populosas como Indonesia, Filipinas o Tailandia. Sin que tampoco podamos olvidarnos de las ingentes reservas de riquezas naturales que suponen Siberia oriental, Australia y Nueva Zelanda. Y para no dejar nada en el tintero, incluso habría que situar en el horizonte del futuro de la cuenca del Pacífico el despertar económico -tras el letargo inacabable de la más dura posguerra- de los países de la antigua Indochina y, sobre todo, de Vietnam.

Pero siendo de interés indudable el potencial de aceleración de la extensa área del Pacífico, lo cierto es que Japón ocupa dentro de ella un primer lugar indiscutido. Se trata, desde luego, de un predominio pacífico, que se manifiesta -como puse de relieve en una serie de tres artículos publicados en este mismo diario en abril de 1984- en una triple sincronía de densidades. Primero, la fuerte densidad demográfica, de una población de 121 millones, que gravita sobre un territorio equivalente a apenas cuatro quintas partes de España; la segunda, una elevada densidad económica, que a pesar de lo exiguo de su territorio convierte a Japón en el segundo país del mundo en importancia por su PIB, aunque el potencial económico de la URSS pueda ser mayor y por mucho que recordemos, de tiempo en tiempo y a modo de consuelo, que el producto interior global de la Comunidad Europea es bastante más elevado; y la tercera, la más evidente de todas ellas, la densidad tecnológica, que sitúa a Japón en la senda que puede llevarle en pocos años a la quinta generación de la inteligencia artificial microelectrónica.

Esa triple sincronía de densidades ha tomado obsoleta la vieja frase de que "Japón funciona como un reloj". En realidad funciona como un ordenador que continuamente fuera actualizando, de manera cada vez más sofisticada, sus componentes de hardware y sus disponibilidades de software.

Es verdad que de tiempo en tiempo surgen voces agoreras que anuncian los más graves riesgos para la economía y la sociedad japonesas. Normalmente, entre tales peligros se cita la fuerte apreciación del yen en relación con el dólar, que -se dice- dificultará progresivamente las exportaciones. O se pone de relieve la competencia creciente de los NIC, los países de reciente industrialización y, sobre todo, de Corea del Sur y de Taiwan. Y también se oye con frecuencia en alza lo mucho de preocupante que suponen los primeros atisbos de una juventud japonesa que ya no se siente tan polarizadamente atraída por las virtudes del trabajo, la admiración por la tecnología y la fidelidad de por vida a una sola empresa. Y agreguemos los últimos rumores de fondo que es posible escuchar sobre lo que supondría la prosperidad japonesa en cuanto a generación de inmigraciones masivas en el archipiélago, capaces de ir desfigurando la homogeneidad poblacional autóctona, que tantos antropólogos e historiadores consideran como una de las claves del gran éxito moderno de Japón.

Sin embargo, por mucho que puedan aceptarse como verosímiles los riesgos enunciados, su propio vaticinio genera ya de por sí, inevitablemente, poderosos anticuerpos. Así, la revaluación del yen no acaba por frenar los superávit de la balanza comercial, y sus excedentes están sirviendo para que de manera espectacular Japón esté preparando su nueva mutación.

PRIMERA POTENCIA FINANCIERA

Se trata sencillamente de la creación de las condiciones para que Japón se transforme en el primer centro de finanzas a escala mundial. Buena muestra de ello es la Bolsa de Tokio, que año a año va acercándose en volumen de negociación a la de Nueva York. En Tokio cotizan la más importante empresa de telecomunicaciones y el banco con mayor volumen de depósitos de todo el mundo. Una segunda muestra es la presión que está realizándose desde Europa occidental y, sobre todo, desde Estados Unidos para la apertura de Japón, no sólo en cuanto a acceso a sus mercados de productos vía comercio, sino también para la penetración en el gran mercado financiero. Y el último botón de muestra, el reciente compromiso del Gobierno japonés con varios países latinoamericanos de facilitar créditos por el equivalente a 30.000 millones de dólares, con lo cual Japón empezaría a tomar el relevo de Estados Unidos en el semicontinente latinoamericano, la parte del mundo externamente más endeudada (400.000 millones de dólares al comenzar 1987).

Pero con ser notables todos los exponentes citados de poderío económico, el signo más revelador nos lo dio el dato hecho público en octubre de 1986: Japón pasó a superar a Estados Unidos en renta per cápita (17.000 versus 16.000 dólares). Inevitablemente, se dirá que tal episodio se debe en gran medida a la evolución reciente de los cambios relativos del dólar y el yen. Y así es. Pero también así se hacen las comparaciones internacionales, y aunque los niveles medios de bienestar en Japón puedan seguir siendo menores que los del coloso norteamericano, no es menos cierto que los desequilibrios interpersonales de renta son ostensiblemente mucho menores en Japón que en Estados Unidos.

LIMITACIONES AL INTERCAMBIO

El poderío japonés en relación con Estados Unidos se manifiesta particularmente en que el déficit comercial norteamericano, cifrado en 170.000 millones de dólares para 1986, es en buena parte imputable (unos 60.000 millones) a Japón. Y es que, a pesar de la fuerte depreciación del dólar de los últimos tres años, la economía norteamericana no acaba de frenar a un Japón que sistemáticamente recupera su potencial exportador con aumentos de productividad, debidos a innovaciones tecnológicas y a un diseño cada vez más refinado.

De hecho, la única forma de evitar una invasión generalizada de productos nipones ha sido el sistemático recurso a las autolimitaciones voluntarias de Japón, por medio de cuotas que marcan los topes de la presencia nipona en el mercado norteamericano para toda una serie de productos, desde los automóviles a los chips. Una segunda forma de frenar el saldo deficitario, pero aceptando de hecho la niponización de la economía estadounidense, consiste en la implantación progresiva de las empresas japonesas dentro de Estados Unidos. Toyota asume así el status symbol de ser el cuarto gigante de la industria norteamericana del automóvil.

Ciertamente, si no tuviéramos las lógicas limitaciones de espacio, podríamos hacer alguna referencia a la diferente situación de la Comunidad Europea en este terreno. Limitémonos a decir que la Europa de los doce, que no soporta tanta dogmática neoliberal (y a veces tan hipócrita) como la de Estados Unidos, se ha mantenido mucho más cerrada a la invasión japonesa, con limitaciones de todo tipo en sus puertos y aeropuertos al acceso a sus mercados.

Para terminar haríamos algunas preguntas breves, con respuestas rápidas:

1. ¿Podrá Japón convertirse algún día en el primer país del mundo por su PIB? Contestación: en teoría, sí; simplemente con que se cumpliera la hipótesis de que Japón creciera anualmente dos puntos más que Estados Unidos de aquí al año 2010 (un horizonte no más allá del de Arthur Clarke), y con que en ese período de más de cuatro lustros el yen se apreciara respecto al dólar en no más de lo que lo ha hecho en los últimos tres años.

2. ¿Significaría lo anterior que Japón se convertiría en el país más poderoso de la Tierra? Contestación: rotundamente, no. Si microeconómicamente el dinero no da de forma automática la felicidad (aunque sí puede ayudar), su riqueza desbordante no dará todo el poder a Japón, que no tiene ni el territorio suficiente ni las condiciones políticas (sistema de autodefensa y resistencia del pueblo a aventuras armamentistas y nucleares) como para convertirse en una potencia militar. Pero ello no es óbice para que Japón vaya aumentando su influencia en el mundo por su gran envergadura económica, industrial y tecnológica, que seguramente va a potenciarse en los próximos años con una impresionante presentación de oportunidades para los países menos desarrollados.

3. ¿Puede verse más o menos frenada, en contra de las anteriores premoniciones, la economía japonesa? Contestación: aparentemente, sí. La introducción del IVA y el armamentismo -que están haciendo caer en picado la popularidad del primer ministro, Nakasone- podrían significar giros importantes en la tradición japonesa de baja presión fiscal y de poco gasto militar. Pero aunque esas dos previsiones se cumplieran -lo cual parece más que dudoso-, lo cierto es que Japón podría seguir impulsando su aceleración tecnológica y mantener al mismo tiempo su continua reestructuración para compensar los frenos antes comentados.

4. ¿Se pondrán de acuerdo Estados Unidos y Japón y evitarán una guerra comercial total? Contestación: inevitablemente, sí. Como de hecho está sucediendo entre Estados Unidos y la Comunidad Europea. Y es que desde hace tiempo las relaciones entre naciones desarrolladas están alejándose de las antiguas leyes del darwinismo económico y de las relaciones a lo Clausewtiz: ni la lucha económica por la vida de las naciones puede llegar a los extremos de destruir toda solidaridad, ni esa política podría tener su continuación en la guerra. La nueva era en que ya estamos en la senda de la evolución humana lleva a la necesidad de acuerdos. No va a haber un a modo de nuevo Comodoro Perry (1853) que con la amenaza de sus cañones en la bahía de Tokio, o algo similar, pudiera pretender imponer hoy sus decisiones en una guerra comercial. Japón y Estados Unios habrán de entenderse. Como habrán de hacerlo Estados Unidos y la URSS, para así sustituir gradualmente las tensiones en el hemisferio norte por la solidaridad Norte-Sur.

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