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EL PONTÍFICE Y LA DICTADURA

El Papa rompe el protocolo en favor de Pinochet

Juan Arias

El general Augusto Pinochet no esperaba tanto. En su visita en la mañana de ayer al palacio de la Moneda, lugar donde hace 13 años murió Salvador Allende y que hoy representa el poder absoluto de las fuerzas del régimen, Juan Pablo II rompió todos, los protocolos a favor del dictador. Los obispos habían previsto una visita rápida y formal: media hora de coloquio privado con el general a puerta cerrada, sin misa y sin que el Papa y Pinochet apareciesen juntos ante los grupos de adictos al régimen que desde el alba habían ocupado, con invitaciones recibidas del Gobierno, todos los patios internos del palacio y las calles y plazas que lo rodean.

ESPECIAL, Sin embargo, el Papa, una vez dentro del palacio -que a los chilenos les recuerda sentimientos tan encontrados-, hizo lo que quiso. El coloquio con el general duró 45 minutos; se asomó a tres balcones del palacio junto al general, vestido de azul, para saludar y bendecir a la gente fiel al Gobierno. En uno de los balcones interiores, el que da al patio de los Naranjos, mientras el Papa bendecía a la gente, Pinochet, detrás de él, alzaba los brazos, como abrazándole.No había prevista ninguna oración, pero al final el Papa concedió al presidente el regalo de rezar juntos en la capilla del palacio. El Papa se arrodilló en un reclinatorio de raso color oro. Por unos segundos, Pinochet estuvo tentado de arrodillarse a la izquierda del Papa, pero, al no encontrar sitio, decidió ponerse detrás, junto a su esposa. Los tres rezaron, con la cabeza baja, en silencio. Cuando Juan Pablo II se levantó, la esposa del general se echó a sus pies para que el Papa la bendijera.

Juan Pablo II recorrió salón a salón el palacio, que el general había llenado con personalidades del Gobierno, el Ejército y la Magistratura. Hubo intercambio de regalos. Uno a uno fueron desfilando, en una procesión interminable, los asistentes al acto. Los hombres daban la mano al Papa y después al general. Las esposas besaban a Juan Pablo II en la mano, y al general, en la mejilla. Algunas de las esposas de los gobernantes llevaban a sus bebés en brazos para que el Papa los tocara. Algunos de los hombres políticos presentaban a Juan Pablo II, en el cuenco de sus manos, fotos u otros objetos para que el Pontífice los bendijera. En un momento, el general Pinochet se enjugó con la mano unas lágrimas de emoción.

El clima de fiesta y de sorpresa era visible, probablemente porque nadie esperaba tanto. Sobre todo porque, desde que llegó Juan Pablo II a la capital de Chile, se ha desencadenado una protesta que se enciende por todas partes. Por primera vez se ha oído a dos pasos del palacio de la Moneda el nuevo eslogan: "El pueblo cristiano está contra el tirano", mientras en los barrios pobres se podían leer pancartas que decían: "Karol Woityla, llévate al gorila".

Los cristianos comprometidos, a quienes ha sorprendido ayer la actitud de simpatía del Papa entre los personajes de un régimen a quien el pueblo creyente considera duramente dictatorial, intentaban explicarlo afirmando que también Jesús de Galilea entraba en las casas de los pecadores; que fue a visitar al rico Zaqueo.

La clave puede estar en el coloquio, más largo de lo previsto, del Papa con Pinochet, que se proclama católico. ¿Qué le pidió el Papa? ¿Qué le prometió el general? Porque el resultado de la visita de Jesús a Zaqueo fue que éste, al irse el profeta revolucionario, dijo: "Daré la mitad de mis bienes a los pobres, y a quienes he robado les devolveré el cuádruple". Por ahora, lo que ya ha dado Pinochet es un decreto por el que declara el Corpus Christi fiesta nacional.

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Mientras tanto, lo que se sabe es que los -pobres de las barracas, para conseguir un trozo de tierra para plantar sus chabolas, necesitan ocuparlas por la fuerza, arriesgando la vida, y que al Papa le entregaron ayer un álbum con las fotografías de 700 chilenos de la oposición desaparecidos, y que un grupo de presos políticos ha llegado al 37 día de ayuno y está al borde de la muerte, tras haber rechazado incluso la mediación del popular cardenal Raúl Silva Enríquez. Por lo que se refiere a la Iglesia, cinco sacerdotes han sido asesinados, y 100, expulsados del país.

En un largo discurso a la Conferencia Episcopal, esperado con mucho interés, Juan Pablo II dijo: "Contribuid con todas vuestras fuerzas a rechazar y evitar la violencia y el odio en Chile". Y añadió: "Proclamad vuestro amor preferencial a los pobres, no exclusivo ni excluyente, pero sí fuerte y sincero, y que se haga operante combatiendo cualquier forma de miseria material y sobre todo espiritual"·

Por lo que se refiere al problema estrictamente político de Chile, el Papa afirmó el derecho de cada nación a su soberanía, "sin injerencias externas que pretendan torcer o sojuzgar la voluntad nacional con objeto de instaurar", dijo, "un modelo político que la mayoría de los chilenos no aprueba". Fue una fuerte llamada contra la posibilidad de que la crisis de Chile pueda desembocar de nuevo en un sistema de tipo socialista.

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