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Un poeta mayor

Dámaso Alonso es, sin duda, el poeta con el temperamento más filosófico de todos los dé su generación. Por eso mismo creo que es también uno de los menos fáciles. Su profundidad ha aumentado con la carga de los años. Dámaso es filólogo y domina muchas lenguas. Esto podría hacer creer que su poesía sería sabia, compuesta, con predominio de la expresión verbal sobre las ideas. Con frecuencia, el que sabe mucho de metros, rimas y figuras retóricas sacrifica las ideas a este saber. Hace bastante ya que los hermanos Goncourt decían que durante el siglo XVIII, en Francia, había habido cantidades considerables de versificadores más o menos sabios y ningún poeta.Dámaso Alonso es un sabio filólogo, pero más todavía un poeta profundo. Para serlo es necesario que las ideas y los sentimientos imperen sobre la expresión verbal, o mejor dicho que la sometan a un cuidadoso tratamiento, eliminando efectos fáciles, fórmulas, tópicos, lugares comunes. Bienes mostrencos, en suma.

Durante su larga vida, como puede verse en la Antología de nuestro monstruoso mundo, Dámaso Alonso ha meditado constantemente sobre este mundo así calificado y sobre lo que hace el hombre en él. También acerca de la idea que el hombre puede tener de Dios: en el caso concreto, su idea de Dios. Dámaso arranca de unas preguntas que pueden considerarse casi kantianas, en un mundo en el que no caben folclorismos, casticismos ni otras concesiones a la galería o al gusto del gran público. Su poesía es para hombres y mujeres de seso y que vivan, como él, una terrible incógnita que arrastramos hasta la muerte. Creo también que sus poemas, y sobre todo los que se reúnen bajo el título de Duda y amor sobre el Ser Supremo (que forman la segunda parte del volumen que comento, aparecido a fines del año pasado en Ediciones Cátedra), se entienden mejor en determinadas circunstancias de la vida. No siempre la lectura de poesías es una actividad placentera. Podía serlo acaso más en otras épocas, en las que los géneros más definidos y cultivados no pasaban de cuatro o cinco. También cuando el efectismo dominaba de modo fuerte.

Pero ya desde hace mucho los poetas mayores como lo es Dámaso vuelven a un estadio muy antiguo de la poesía, al de los poetas filósofos o los filósofos-poetas, como lo fueron algunos presocráticos, que exigen atención cuidadosa al leerlos y reflexión larga después. Leo Duda y amor sobre el Ser Supremo poco después de haber visto de cerca a la muerte, a mi muerte. Al tiempo, también, en que veía desaparecer a muchos amigos enderredor. Dos experiencias que me permiten acercarme al texto poético con el espíritu preparado para comprenderlo mejor. Sí. Comprendo la Pedida al Señor de la primera parte (Alma no eterna). Sigo comprendiendo las otras: las dudas sobre la naturaleza del alma y la existencia de Dios, con la incógnita atormentada siempre detrás. El poeta duda. Su duda la expresa con palabras. Por lo menos tiene una fe en el efecto de ellas. Ya es algo. Porque los que no poseemos genio verbal y sí cierto espíritu de observación podemos creer que tenía razón el viejo Demócrito cuando afirmaba que la palabra no es más que la sombra del acto: ¿y entonces qué nos queda? Un caos de actos sin orden ni concierto. Porque la palabra, ante todo, sirve para ordenar, aunque sea en falso.

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En el caso ordena, y ordena hermosamente, la duda de un hombre de inmenso talento, cargado de saber y de años. En su congoja, en su desasosiego, vemos una prueba de lucidez extraordinaria. No todo el mundo puede pensar y elaborar su pensamiento de este modo a los ochenta y tantos años. ¿Podría servir ello de prueba para confiar y ser optimista en última instancia? Yo creo que sí. Creo que la profundidad del pensar, la laboriosidad, el dominio de múltiples saberes tienen un significado trascendente. Por la cuenta que nos trae hay que animar, hay que ayudar al poeta en su zozobra. Si es preciso, si otros recursos nos fallan, podemos recurrir al pensamiento de los viejos estoicos y creer en la verdad de su sentencia: "Muerte, no eres un mal".

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