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¿Habrá otra alternativa posible?

Hay que rendirse a la evidencia: las fuerzas sociales e institucionales que hoy controlan el poder en nuestro país tienen ya decidido -y el Gobierno PSOE también así lo ha asumido- integrarse subalternamente en ese orden capitalista mundial que gira en torno a EE UU. Han considerado que salir de la crisis, superar los graves problemas de nuestra economía, sólo puede hacerse enganchándose -aunque sea como furgón de cola- en la locomotora norteamericana. La decisión -también tomada definitivamente, no nos hagamos otras especulaciones- de permanecer en la OTAN confirma que esta opción es casi irreversible. El tema OTAN está ya zanjado. Con referéndum o sin referéndum, ya utilizará Felipe González todos los malabarismos verbales, jurídicos o constitucionales de que es capaz para mantenernos en esa organización defensiva. Y ello no por razones de seguridad nacional, de política exterior, sino porque se ha optado por una determinada alternativa para salir de la crisis: nuestra integración subalterna en un orden económico liberal-capitalista prekeynesiano, a lo Milton Friedman, alejado del welfare state, y sí del fomento puro y duro al beneficio privado, tal y como hoy parece "dar resultados" en países punta del mundo occidental. Es decir, una opción que no tiene el más mínimo tinte de lo que hasta aquí entendíamos como de izquierdas o socialista.

Y sin embargo, el acierto de tal opción puede ponerse muy seriamente en duda. Vivimos en una encrucijada de nuestra humanidad en la Tierra, con una revolución tecnológica sin precedentes y una crisis del orden económico-social mundial que agudiza sus contradicciones hasta límites que pueden ser pronto insoportables. Si la aparición de la vida en la Tierra tuvo lugar -según el profesor Oró- hace unos 4.000 millones de años y la del hombre -el homo sapiens- hace unos cuatro millones de años, puede afirmarse que durante tan largo período de tiempo ha sido precisamente la competencia, y no la solidaridad, la que ha presidido toda su evolución, tanto la de la vida en general -con sus múltiples especies- como la del hombre en sociedad. Todo ha sido una lucha desenfrenada por competir e imponerse. Así se ha avanzado, así se ha evolucionado, así ha alcanzado la humanidad el inmenso poder de manipulación tecnológico que hoy posee. De aquí el éxito del capitalismo. Ahora, no obstante, es muy posible que se esté cumpliendo un ciclo, traspasado el cual la competencia depredadora comienza a ser nociva, autodestructora, para la propia especie humana. Estamos acercándonos a un punto en que la salvaje competencia alcanza tal nivel de contradicciones que se muerde la cola, comienza a despeñarse en un callejón sin salida. Y esto ocurre no sólo porque el nivel tecnológico de destrucción es hoy planetario, sino porque el nivel tecnológico de producción desplaza cada día más al hombre de su trabajo individual en esta función: automatización que desemplea al hombre, haciéndolo progresivamente menos necesario. Con lo que, a medida que aumenta desaforadamente la población, cada día van a necesitarse, contradictoriamente, menos personas en los puestos de trabajo producto. Terrible problema.

De tal modo es esto así que la postura neoconservadora de Reagan y Thatcher, que momentáneamente puede dar resultado y estimular el desarrollo, es muy posible que. entre más o menos rápidamente en una muy profunda crisis. Y ello porque confiarlo todo a la iniciativa privada, a la competitividad, a la ley de la selva, liberando a estos incentivos de todo control o planificación estatal, puede suponer despeñarse a más o menos largo plazo en un callejón sin salida. Por lo pronto, conduce a una sociedad con mayores diferencias sociales, económicas y culturales, con tensiones potenciales; una sociedad inestable, con el peligro de involuciones represivas y autoritarias que ello conlleva. Y sobre todo, indefectiblemente, a un paro estructural que alcanzará niveles insoportables.

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Seamos conscientes de que el paro no es algo coyuntural -o provisional- que puede paliarse con subsidios mientras que mediante supuestas medidas de fomento del empleo se espera pacientemente a que llegue el trabajo. El paro, por el contrario, es algo estructural, ligado a la revolución tecnológica cuando ésta se produce en una economía libre de mercado; cuando la competitividad, la libre iniciativa privada, se rige por los mecanismos del lucro, el rendimiento, la eficacia productiva. Estamos llegando a un punto en que la propia estructura del sistema nos lleva a una situación insostenible. De aquí que lo lógico sería que fuésemos pensando en un cierto tipo de planificación, por muy democrática y autogestionaria que ésta fuese, y no en acentuar los rasgos duros y puros del capitalismo más depredador.

Las dudas sobre la viabilidad del actual orden económico

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¿Habría otm altemativa posibile?.

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mundial son muy fundadas. No sólo porque las nuevas tecnologías conducen ineludiblemente a la existencia de menos puestos de trabajo -mientras la población aumenta-, sino porque hay otros factores, igualmente dislocadores, que exigen un nuevo planteamiento. Por ejemplo, baste citar: a) El endeudamiento escalofriante de los países en vías de desarrollo, que hace tambalear sus cimientos económicos, sobre todo en países de América Latina. Tan sólo el pago de tan inmensos intereses ya es desestabilizador. b) El incremento, también escalofriante, de los gastos militares, no sólo en los dos grandes bloques, sino en esos mismos países en vías de desarrollo. c) El creciente déficit público, también incrementado con el aumento de las pensiones y subsidios de desempleo, lo que genera altas tasas de interés y mayores presiones inflacionistas.

Y por si fuera poco, hay otros muchos problemas a escala mundial que aún están sin resolver y que habrán necesariamente de envenenarse. Como, por ejemplo, el de la pobreza y el hambre, que incluso se incrementan en amplias zonas de nuestro planeta; la alienación, frustración e impotencia de extensas capas de nuestra sociedad, sobre todo la occidental; la persistencia de dictaduras, opresiones y violaciones de los más elementales derechos del hombre; la dialéctica de bloques imperialistas, carrera de armamentos, guerras periféricas mantenidas por aquéllos para la venta de material bélico y riesgo de holocausto nuclear; una política económica controlada por las multinacionales y las oligarquías que dominan los todopoderosos complejos industrial-militares que dirigen la política del mundo.

Ahora bien, esperar que los ajustes espontáneos -la dinámica de los mecanismos liberal-capitalistas- van a ir arreglando esta situación es radicalmente imposible. El paro estructural irá indefectiblemente en aumento. Por el contrario, sería necesaria una política ocupacional de nuevo tipo que produjese el trasvase de población activa hacia otros sectores que deben descubrirse y, por supuesto, planificarse. Esto no puede realizarlo la iniciativa privada, que sólo se mueve por el beneficio. Se impone otro tipo de ocupaciones socialmente útiles, autónomas, autoproductivas, culturales y artísticas, artesanales. Igualmente, el tema de la educación, planteado como etapas de formación permanente y reciclaje, exige nuevas- dimensiones y nuevos contenidos que escapan a una economía ultracapitalista como la que está de moda. Habría pues, imprescindiblemente, que planificar el futuro. Y habríase igualmente de ir elaborando otro modelo de sociedad en el que los mecanismos depredadores y carroñeros, incluso gansteriles, no fueran el principal motor de su dinamismo.

Pues bien, todo esto es muy bonito, intelectualmente comprensible, y hasta puede elaborarse por escrito en forma de un proyecto alternativo. Y sin embargo, sería estúpido no reconocer que las dificultades para llevarlo a cabo son casi insuperables. Como ha dicho Ignacio Sotelo, "cualquiera a quien sus deseos no ofusquen la visión de la realidad tal vez esté de acuerdo conmigo en que, hoy por hoy, España está muy lejos no ya de realizar, sino incluso formular con algún rigor y coherencia un programa alternativo realmente realista y consecuente". Y ello por la sencilla razón de que carecemos de fuerzas sociales propias, nacionales, que sean capaces de llevar adelante esta otra política distinta e innovadora. Aquí está el problema. ¿Con qué fuerzas sociales se puede contar para ello? ¿Quiénes son las fuerzas sociales que pueden poner en marcha seriamente un "neutralismo activo" -algo muy distinto a ese antiotanismo visceral que hoy existe- autodependiente, que implique un "crecimiento autoimpulsado" o un "desarrollo autocentrado"? Reconozcamos que esas fuerzas sociales, hoy por hoy, no existen en nuestro país ni tampoco se vislumbran en el resto del mundo. Por lo que la alternativa, desgraciadamente, se presenta harto problemática. El pesimismo no es sino la expresión de un enjuiciamiento que quiere ser realista.

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