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La cultura del barroco

El término barroco es de muy dudosa aplicación en cuanto a estilos se refiere. Lo que unifica precisamente a los tres grandes compositores cuyos tricentenarios se celebran ahora, más que el término barroco, es el de la transición o disolución que da lugar al rococó. El autor de este artículo analiza precisamente algunos de los aspectos extramusicales que afectan a esta época.

La música que se escribe desde 1600 hasta 1750 suele calificarse toda ella de barroca; pero es posible que sea hora de que los especialistas empiecen a matizar un poco y a no meter en el mismo saco lo que se compone en la primera mitad del siglo XVII y lo que se hace en la primera mitad del siglo XVIII. Para mi desgracia, no estoy capacitado para emitir una opinión que se pueda presentar como válida; pero pienso que un análisis detallado de la evolución de las nuevas técnicas, que contribuyen al nacimiento y desarrollo de la ópera, de la cantata y del oratorio, o de formas como la sonata y la sinfonía, mostraría, estoy seguro, las grandes diferencias que hay en ese largo período. A mediados del siglo XVIII será ya posible que Haydn o Mozart puedan escribir algunas de sus más geniales obras, y creo precisamente porque les han precedido Bach y Haendel y los músicos italianos de los 50 años anteriores.No cabe la menor duda de que toda historia es una evolución que arranca de unos precedentes y origina unas consecuencias. Al mismo tiempo quiero precisar que no por ello podemos hablar de pre o post algo, porque en definitiva todo precede al momento histórico siguiente y todo es consecuencia del momento anterior. Podrá haber hechos u obras de influencia más duradera, pero ninguna nace de la nada; y cuando la obra tiene, al menos en su tiempo, auténtico interés, está claro que deja rastro. Al historiador compete analizar todos los elementos de una evolución, y en siglo y medio es indudable que la música ha tenido que cambiar lo suficiente como para no poder honestamente englobarla toda bajo un mismo marbete.

La palabra barroco. además, es muy dudoso que hoy pueda aplicarse a definir estilos. Cada día se impone más la convicción de que el barroco es fundamentalmente una cultura, también con sus matices y su evolución. Dentro de esa etapa cultural han encontrado su lugar estilos muy diversos, aunque todos tengan algunos puntos uniformadores. Esto es lo que ha ocurrido en pintura, en escultura, en arquitectura y en poesía. Y debo suponer que también en música.

Al comenzar el siglo XVIII lo que podemos advertir es una clara situación de cambio. Por lo pronto, en la primera mitad de la centuria se observan serias transformaciones sociales en toda Europa, aunque no sean cronológicamente coincidentes en todas las naciones. Ellas constituyen un elemento clave para entender hasta qué punto lo que era la estructura de la sociedad barroca se está resquebrajando. No puede negarse que, en primer lugar, irrumpe en el panorama social una burguesía enriquecida que sólo aspira a imitar las costumbres, los gustos, el lenguaje y los modos de vida de la aristocracia, lo que comporta a su vez que todo el arte se adecue a esos nuevos clientes.

Al mismo tiempo se producen cambios fundamentales en el comportamiento social, especialmente en la alta sociedad, empezando por los reyes. Ello hace que hasta la arquitectura modifique sus orientaciones y que, frente a los palacios del siglo XVII, donde predominaban los amplios y solemnes salones, se pase a otros en los que prevalecen las pequeñas habitaciones, en las que las grandes reuniones, con tendencia a fiestas de alto bordo, se sustituyen por tertulias de pocas gentes. Se me ocurre pensar, aunque no sé si ello es cierto, que la mayor utilización del clave en la primera mitad del siglo XVIII está ligada en gran parte a estas variaciones del comportamiento social.

Hilo musical

El clave temperado de Bach no se puede interpretar en un gran salón, ante un auditorio multitudinario, para el cual además la música debía de ser más que nada el acompañamiento de la danza o un mero adorno, algo así como el hilo músical que hoy ambienta oficinas y cafeterías. Por el contrario, la música de Bach exige lugares recoletos, con oyentes que de verdad se interesen en ella. El autor ha contado, sin duda, con esta circunstancia.

La música de los grandes espacios se reservaba para las iglesias, en las que el ¡instrumento fundamental será el órgano, capaz por sí mismo de imponerse a los murmullos de oyentes poco melómanos.

El ambiente cultural europeo puede quedar enmarcado con unos pocos datos muy significativos. En primer lugar, en torno a 1685 nacen: un pintor como Wateau (1684), y escritores como Richardson (1687), Pope (1688), Marivaux (1688) y Montesquieu (1689). No conviene olvidar a otros dos músicos característicos: Vivaldi (¿1678?) y Rameau (1683). En segundo lugar, en los años de actividad musical de nuestros personajes publica Montesquieu sus Cartas persas (1721) y su Espíritu de las leyes (1748); Swift, sus Viajes de Gulliver (1726), y Vico, en el mismo año, la Ciencia nueva, al mismo tiempo que en España inicia Feijoo su Teatro crítico (piénsese que La Pasión según San Mateo, de Bach, es de 1729). Un año antes de que Haendel escriba El Mesías publica Richardson su famosa novela Pamela (1740), y dos años después aparecen los Pensamientos nocturnos o Las noches, de Young. Pamela es una novela epistolar, en la que se une cierto realismo costumbrista a un sentimentalismo vísceral, que es también característico de Las noches, aunque aquí se tiñe de una melancolía casi romántica.

Sin entrar en más datos, bastan los que he aducido para poder darse cuenta de que en esta primera mitad del siglo XVIII en Europa (incluso en España, aunque con algún retraso) se ha roto o se está rompiendo con la cultura barroca, se anuncian o se desarrollan importantes cambios sociales y políticos y un mundo distinto al del siglo XVII. Naturalmente, el arte de la cultura barroca no desaparece de la noche a la mañana, pero se producen importantes cambios. Basta analizar la biblioteca del monasterio bávaro de Metten (1706-1720), obra de Hoizinger, para darse cuenta de que se han modificado todos los parámetros utilizados hasta entonces. La biblioteca ha dejado de ser un lugar de estudio para transformarse en un salón delicia de los sentidos. Las estanterías forman parte del conjunto arquitectónico; los libros son un mero adorno. Las columnas se han rodeado de esculturas de ágiles movimientos, que no llegan a ser cariátides. El espacio no es el característico del barroco, porque se rompe en espacios más limitados. Las pinturas de tema religioso de las bóvedas se enmarcan entre los putti de las pechinas. Ya no hay simetría. La línea sinuosa está por todas partes. Y no se olvide que es la biblioteca de un monasterio.

Ciertamente está comenzando el rococó, que, si arranca de formas barrocas, al mismo tiempo las transforma. En una estructura barroca todo está en función de la contemplación unitaria. En la estructura rococó lo que priva es el valor individual de cada uno de los elementos. Se quiebra la unidad en favor del adorno. Cuando esto comienza a darse en una estructura barroca es que se inicia su disolución, para dar paso a un arte distinto, por mucha apariencia barroca que siga teniendo.

Es muy posible que la música de Scarlatti, Bach y Haendel se entienda mejor aplicándole estas coordenadas. Pero yo no soy musicólogo, y no puedo adentrarme en consideraciones arriesgadas y acaso falsas. Creo que en cualquier momento histórico toda la actividad humana obedece a unos criterios más o menos únicos, y que no van por un lado los comportamientos sociales y por otro los gustos artísticos, por acá la pintura y por allá la música. Hay algo que lo une todo y que explica, mejor o peor, el conjunto.

es catedrático de Literatura en la universidad de Oviedo.

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