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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Videojuego

El que se desliza sobre su monopatín con su walkman, el intelectual que trabaja con su procesador de textos, el rapper del Bronx que se remolinea frenéticamente en el Roxy o, por otro lado, el jogger, el culturista: por todas partes la misma pura soledad, por todas partes la misma refracción narcisista, bien se dirija al cuerpo o bien a las facultades mentales. Sey-reliance, self-reference.En todas partes, el espejismo del cuerpo es extraordinario. Es el único objeto sobre el que vale la pena concentrarse, y no, en absoluto, como fuente de placer o de sexo, sino como objeto de preocupación y de desatinada solicitud, en la obsesión por el desfallecimiento y la contraactuación, signo y anticipación de la muerte, a la que nadie sabe dar otro sentido que el de su perpetua prevención. Se mima el cuerpo en la perversa certidumbre de su inutilidad, en la total certidumbre de su no-resurrección. Ahora bien, el placer es un efecto de resurrección del cuerpo, algo por donde el cuerpo rebasa ese obsesivo equilibrio hormonal, vascular y dietético en que se le quiere encerrar, ese exorcismo de la forma y de la higiene. Es preciso hacer olvidar al cuerpo el goce como gracia actual, su posible metamorfosis en otros seres u otras apariencias, y dedicarlo a la preservación de una juventud utópica y de todas maneras perdida. Porque el cuerpo que se plantea la cuestión de su existencia está ya medio muerto, y su culto actual, medio-yoguesco, medio estático, es una preocupación fúnebre. El cuidado que se le presta mientras está vivo prefigura el maquillaje de las funeral homes, con la sonrisa conectada con la muerte.

Hedonismo conectado

Porque todo está ahí, en la conexión. No se trata de ser un cuerpo, ni siquiera de tener un cuerpo, sino de estar conectado con su cuerpo. Conectado con el sexo, conectado con su propio deseo. Conectados con las funciones propias como con unos diferenciales de energía o unas pantallas de vídeo. Hedonismo conectado: el cuerpo es un escenario cuya curiosa melopea higienista circula entre los innumerables estudios de culturismo, musculación, estimulación y simulación que van desde Venice (California) a Tupanga Canyon, y que describen una asexuada obsesión colectiva.

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A lo cual se corresponde la otra obsesión: la de estar conectado con su propio cerebro. Lo que las gentes contemplan o creen contemplar en la pantalla de su procesador de textos o de su ordenador es la operación de su propio cerebro. En la actualidad, ya no se trata de leer en el hígado o en las entrañas, ni siquiera en el corazón o en la mirada, sino simplemente en el cerebro, en el que se querría hacer visibles los miles de millones de conexiones, y asistir a su desenvolvimiento como en un videojuego. Todo este esnobismo cerebral y electrónico es de una gran afectación -muy lejos de ser el signo de una antropología superior, no es sino el signo de una antropología simplificada, reducida a la excrecencia terminal de la médula espinal- Pero tranquilicémonos: todo esto es, en el fondo, menos científico y operativo de lo que se piensa. Todo lo que nos fascina es el espectáculo del cerebro y de su funcionamiento. Nos gustaría que nos fuera dado ver el supersticioso desenvolvimiento de nuestros pensamientos (esto mismo es una superstición).

En el propio Roxy, el bar insonorizado domina la pista como las pantallas dominan un centro de control o como la cabina de los técnicos domina el estudio de televisión o de radio. Y la misma sala es un ámbito fluorescente con los mismos efectos -iluminaciones puntuales, efectos estroboscópicos, rayos luminosos recorriendo la pista de baile- que una pantalla. Y todo el mundo es consciente de ello. Actualmente, ninguna dramaturgia del cuerpo, ninguna actuación puede prescindir de una pantalla de control -no para verse o para reflejarse, con la distancia y la magia del espejo, no: sino como refracción instantánea y sin profundidad. En todas partes, el vídeo no sirve más que para esto: pantalla de refracción estática que ya no tiene nada de la imagen, de la escena o de la teatralidad tradicional, que no sirve en absoluto para representar o para contemplarse, pero que va a servir por doquier -a un grupo, a una acción, a un acontecimiento, a un placer- para ser conectado consigo mismo. Sin esa conexión circular, sin esa breve e instantánea red que un cerebro, un objeto, un acontecimiento, un discurso crean conectándose con ellos mismos, sin ese vídeo perpetuo, nada tiene sentido hoy. El estadio vídeo ha reemplazado al estadio del espejo.

Cortocircuito tautológicoNo se trata ya, por consiguiente, de narcisismo, y es erróneo abusar de este término para describir ese efecto. No es justamente un imaginario narcisista el que se desarrolla alrededor del vídeo o de la estereocultura, es un efecto de desatinada autorreferencia -no se trata de una esfera narcisista con todos sus efectos de profundidad, es un cortocircuito que une inmediatamente lo mismo con lo mismo, la connexión con ella misma, y pone de relieve al mismo tiempo su intensidad en la superficie y su insignificancia en la profundidad.

Es el efecto especial de nuestro tiempo. Ese es también el éxtasis de la polaroïd. tener casi simultáneamente el objeto y su imagen, como si se realizara esa vieja física, o metafísica, de la luz: que cada objeto segregue unos dobles, unos clichés de sí mismo que nosotros podamos captar por medio de la vista. Es un sueño. Es la materialización óptica de un proceso mágico. La foto polardid es como una película estática desprendida de¡ objeto real.

Quizá tengamos tanta necesidad de vernos incansablemente en vídeo porque estamos tan estupefactos, o inseguros, de existir.

Es siempre esa misma tentativa desesperada de identidad inmediata lo que está en juego en el inmenso videojuego de la cultura moderna. No tenemos ya tiempo para buscarnos una identidad en unos archivos, en una memoria, en un pasado, ni tampoco en una perspectiva, en un proyecto, en un porvenir. Necesitamos una memoria instantánea, una conexión inmediata, una especie de identidad publicitaria que pueda verificarse (y, por otra parte, agotarse) en el instante mismo. Así, lo que hoy se busca no es tanto la salud, que es un estado orgánico estable y duradero, sino la forma, que es una especie de resplandor higiénico y publicitario del cuerpo -mucho menos orgánico que actuante. La salud deviene una actuación y la enfermedad una contra-actuación. En términos de "presentación de sí", como diría Goffman, esto se convierte actualmente en el look.

La fascinación del 'Iook'

Cada uno busca su look. Como ya no es posible extraer argumentos le su propia miseria o de su propia virtud, de su propia autenticidad o de su propia mala conciencia (¡se acabó el existencialismo!) como ya no es posible encontrar gracia en la mirada del otro (nagie nos mira ¡se acabó la seducción!) cada uno se ve obligado a aparecer por sí, sin preocuparse ole ser, y ni siquiera exactamente de ser mirado. Eso es el look, es todavía una vez más el ¡existo, estoy aquí, soy una imagen, look, look! Es quizá el simulacro, pero no el narcisismo, es una exhibición sin inhibición, una especie de ingenuidad publicitaria donde cada uno deviene el empresario de su propia apariencia, de su propio artificio. Hay en esto una pasión nueva, irónica y nueva, la de seres sin ilusión sobre su propia subjetividad, yo diría incluso sin ilusión sobre su propio deseo, pero tanto más fascinados por su propia actuación.

El look es una especie de imagen al mínimo, de imagen de mínima definición (exactamente igual que la imagen vídeo), de apariencia táctil, como diría McLuhan, que no provoca ni siquiera la mirada ni la admiración. como lo hace aún el espejo de la moda, sino un puro efecto especial, sin significación particular. No apela a una lógica de la distinción, como todavía hace la moda, no juega a una diferencia codificada; juega a la diferencia sin creer en ella; juega a la singularidad no como ser, sino como actuación efímera. No es ni dandismo ni esnobismo, ni elegancia ni distinción: es un manierismo desencantado en un mundo sin maneras.Existe un look vestimentario, pero existe también un look político de izquierda, un look de la disidencia, un look erótico (es la irrupción de lo erótico no como efecto del deseo, ni siquiera como provocación, sino como simple efecto de la moda, como efecto especial en el nivel de las apariencias), un look socialista (¡es la irrupción en el mundo social de todas las apariencias del socialismo!).

Una nueva actividad autista

En el orden de la acción, el look actuación toma la forma de la acción-actuación. I did it! (¡Lo conseguí!): eslogan de una nueva forma de actividad autista, de una forma pura y vacía de desafío a sí mismo que, en las costumbres pero también en los negocios, toma muy suavemente el relevo de la forma prometeica de acción (competición, esfuerzo y éxito). Victoria sin historia, proeza sin consecuencia. Así puede correrse el maratón de Nueva York simplemente para decir, agotado: I did it!, He conquistado el Annapurna: I did it! El desembarco en la Luna es del mismo orden: We did it! Es una actuación, es decir, un acontecimiento programado en la trayectoria del progreso y de la ciencia. Había que hacerlo. Se ha hecho. Ello no ha relanzado lo imaginario espacial, ni el sueño milenario del espacio; muy al contrario, de alguna manera lo ha agotado. Pero se ha hecho. Existe un poco el mismo efecto de inutilidad en toda esta cultura moderna en forma de exhibición, de representación vídeo (y yo no excluiría de este juicio toda la cultura informática actual, que nos invade por doquier según una especie de programación colectiva y forzada: es el look de nuestra sociedad). El mismo efecto de inutilidad que hay en todo lo que se hace simplemente para probarse que se es capaz de hacerlo: un niño, una escalada, una hazaña sexual, un suicidio...

Todo lo que separa la acción de la actuación -el acto por el cual vivimos de aquel por el cual nosotros no hacemos otra cosa que la prueba de nuestra propia vida.

¿Es preciso hacer continuamente la prueba de la propia vida? ¿Es preciso estar continuamente conectado con la propia vida? ¿Es preciso, a falta del estadio del espejo, en el que cada uno reconocía su ser propio y su imagen, correr, de actuación en actuación, tras una identidad sin rostro? Extraño signo de debilidad esta transparencia de la identidad en todos los juegos tecnológicos, informáticos, de actuación o ejecución. Una vez más, ¿estamos tan inseguros de existir como para que haya que multiplicar las pantallas a nuestro alrededor, mientras que antes bastaba con un simple espejo?

Jean Baudrillard es profesor de Sociología en la Universidad de Nanterre. Autor, entre otros libros, de El sistema de los objetos, Crítica de la economía política del signo, El intercambio simbólico y la muerte, La seducción y Estrategias fatales.

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