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Tribuna
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La posición como opinión

Todos conocemos la historia del muchacho a quien le preguntan de qué ha hablado el cura en el sermón.-Del sexto mandamiento-contesta.

-Y ¿qué ha dicho?

-Pues parece que está en contra.

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Lo que no sabemos es cómo se las podría arreglar el cura, si cambiara de opinión, para que la gente se enterara de que está a favor. Lo más probable es que empezara pasándole lo que al locutor de la televisión soviética que anunció y denunció la invasión rusa de Afganistán sin ser molestado ni destituido... hasta que por la BBC se enteraron los rusos de que un locutor suyo estaba hablando contra la invasión.

Para un escritor o intelectual, entrar en la política es sentirse de repente trasladado a algo así como el púlpito o la televisión soviética. Los partidarios se sienten defendidos y confortados por nuestros escritos, y los contrincantes, atacados por los mismos. Y ello con absoluta independencia de lo que en ellos afirmemos. No importa, por ejemplo, que en un artículo -no digamos en un libro- critiquemos explícitamente al socialismo ni que defendamos una postura liberal. Con un guiño, el compañero nos dará un golpe cómplice en la espalda: "No, si ya te entiendo, ¡cómo les das!". Ni importa tampoco que hayamos denunciado las críticas fáciles que se hacían a la derecha nacionalista. Puede que al principio esta derecha se muestre algo desconcertada, pero pronto su comentarista oficial encontrará, escandálizado y alborozado, una frase nuestra mal transcrita que confirma lo que él ya sabía que de todos modos íbamos a decir. De ahí que un periodista me entendiera decir que Pujol defendía "un dural-catolicismo domesticador" (¿qué querrá decir eso?) cuando yo trataba de subrayar precisamente lo contrario: que por fin había decidido distanciarse, si más no verbalmente, de aquel "domestiquismo desbordante y mansueto" que le daba escalofríos a Josep Carner. Aunque el error no debe tampoco extrañarnos: no se puede pedir a todos los periodistas convertidos al nacionalismo oficial que hayan leído a Camer.

El ser mal comprendido, por lo demás, no me parece por principio demasiado grave, y menos si ha tenido uno la osadía de meterse en política. Al fin y al cabo, son las justificadas expectativas sobre lo que se va a oír desde un lugar cualificado -que para el caso puede ser el púlputo o el partido- lo que confunde a los comentaristas cuando de ese lugar no sale la estricta salmodia anunciada. No, lo preocupante es más bien la forma genuina y constante con que le atribuyen a uno una total falta de distancia con respecto al puesto que teóricamente ocupa. ¿Tan poca distancia mantienen ellos respecto de su propia posición?, ¿Tan cromos son de sí mismos? ¿Cómo pueden llegar a pensar o aun a sentir desde una estructura maciza y sin fisuras? ¿Y cómo resistirán la crítica pública, de la que, como se sabe, sólo nos protege la distancia que llegarnos a mantener respecto de nosotros mismos? ¿O es que no les ha ocurrido nunca, como decía Pessoa, que "no sólo no recuerdan párrafos que han escrito -lo que no sería tan extraño-, sino que ni tan sólo recuerdan haber podido escribirlos?"

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