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Tribuna:El asno de Buridán
Tribuna
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Las necedades peligrosas

Por mucho trabajo que nos cueste el reconocerlo y por muy duro que nos resulte el admitirlo, lo cierto es que el gran tema de nuestra transición hacia la democracia es el militar. No es el único, es cierto, ni tampoco el de más dificil solución, ni el más complejo y sujeto a circunstancias azarosas, pero sí es el tema por antonomasia cuando se observa en su perspectiva histórica al casi medio siglo de inaugurado y mantenido en aras del poder militar. Casi todos los graves problemas que tiene hoy planteados la monarquía parlamentaria -desde la crisis económica y el maridaje siniestro del paso y la inflación, al cáncer terrorista- se hicieron ya patentes dentro del régimen anterior, y en él anclaron sus primeras y más firmes y lejanas raíces. La transición pasó sobre ellos con la impotencia y el desencanto que dictan los problemas de difícil y compleja -y aun ajena- solución. Pero el problema de la milicia sí era típicamente insoslayable en cuanta salida quisiera darse a la inmediata situación pretérita, y de ahí su importancia.Todos los pasos hacia la democracia, desde la legalización del partido comunista hasta la entrada en la OTAN, fueron jugadas políticas con el punto de mira puesto en el ejército y en sus sensaciones y reacciones, y el toma y daca de la maniobra pasará a las crónicas de estos años como un ejercicio magistral de tacto, oportunidad, y, en la opinión de algunos, de maquiavelismo de la mejor factura. Salió bien, es cierto, pero aún hoy, una década después de la muerte del general Franco Bahamonde, el presidente del Gobierno ha cifrado el éxito de su gestión política en la posibilidad de situar definitivamente a España a salvo de los involucionismos. Quizá el ruido de sables no se oiga ya hoy, pero nadie está seguro de que sea imposible volver a escuchar sus ecos.

El mérito de la transición en los términos en que se está produciendo corresponde, claro está, tanto a la oportunidad y acierto de los políticos civiles como a la prudencia y el sentido histórico de los oficiales, jefes y generales de nuestros ejércitos, y existen nombres que están en la mente de todos y no hace al caso repetir ahora. Pero el encaje de bolillos resulta lastimosamente de muy fácil embrollo, y parece que todavía existen en ambos terrenos, el civil y el militar, personas y aun fantasmas aficionados a jugar con el destino. Una broma macabra (llamémosla broma macabra en evitación de más duros y precisos términos) como la del fusilamiento de un alcalde de pueblo con balas de fogueo -¡menos mal!-, o una estúpida e inútil osadía (dejémosla en tales términos para no entrar en precisiones legales que no nos competen), como la del robo de una bandera del Museo del Ejército, pueden envenenar no poco y echar para atrás la tarea siempre dificil y digna de mayores consideraciones de sacar el tema militar del hondo pozo, del pozo quizá sin fondo de los problemas españoles.

Hace años hablé acerca del buen y mal uso de la bandera y de su único sentido como símbolo incapaz de trascender a lo en ella simbolizado. En aras de un patriotismo torpe y de un entendimiento político miope se juega con los símbolos y se humilla a los pueblos sometiéndolos a un bochorno innecesario y, para mayor inri, con despliegue publicitario. ¿Es saludable el sustituir a estas alturas la prudencia por la chulería? Me atrevo a suponer que no.

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¿Y qué decir de lo ocurrido en Huesca? Si hay una imagen a borrar de la memoria histórica de los españoles es precisamente aquella que, bajo la estúpida coartada de unas maniobras, hizo retroceder en más de cuarenta años los sobrecogidos ánimos de los vecinos de un pueblo que ya había olvidado la tragedia.

Los países no necesitan tan sólo de estadistas de altura y mucha suerte para salir adelante, sino que tienen también que disponer de sólidas instituciones que aseguren la firmeza y la tolerancia a partes iguales y jamás mezcladas.

Algunos pueblos ya cuentan con un legado histórico que les supone una considerable ventaja de salida; otros, en cambio, han perdido las esperanzas, y una última y reducida parte de ellos, entre los que nos contamos nosotros, dependen todavía de actos voluntaristas y de un exquisito pulso a la hora de ir viviendo la vida cotidiana. Entre estos últimos difícilmente cabe el heroísmo trasnochado, la picazón maliciosa del prurito patriotero y el hosco gesto de la chulería montaraz.

Los responsables de las provocaciones seguramente serán aclamados como héroes por sus correligionarios. Poco importa. Lo importante es que para la mayoría del país sean esos gestos, incomparables entre sí -quede claro- por cualquier otra circunstancia, la imagen de la estupidez que un día ya lejano llevó a los españoles a perder la cordura ya caminar hacia atrás por el camino de la historia. Dentro de algunos años más, esperemos que dentro de pocos años más, tales actos no podrán salir del tabladillo del sainete. Pero, hoy por hoy, todavía significan una peligrosa y punible forma de envenenar los problemas.

Yo creo que debemos hacernos a la idea de que entre nosotros no deben tener ya cabida las necedades peligrosas.

Copyright Camilo José Cela 1984.

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