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Las utopías plásticas

Las recientes y simultáneas exposiciones de Cézanne y Munch han despertado un intenso eco emotivo. Cézanne representa la beatitud idílica y Munch la violencia, la pasión dramática, pero ambos expresan plásticamente una forma de vida que deseamos. "El deseo es el apetito consciente de sí mismo", decía Spinoza. Al componer una sonata, pintar un cuadro, escribir un poema, se realiza una aspiración secreta, la representación visible de un sueño. Soñamos siempre para cumplir un ansia o un desesperado anhelo. Pero no sólo al crear se manifiesta lo que queremos, también al despertar cada mañana proyectamos, trazamos los planes de nuestras actividades. Así vivimos saltando del sueño a la utopía, pues todo sueño es un deseo construido, racional, lógico, y la utopía una aspiración secreta que esperamos realizar. En un libro juvenil, Amanecer en Holanda, contrapuse la quietud de Vermeer a la exaltación de Van Gogh, pues ambos encarnan utopías opuestas, equivalentes a las políticas de Campanella, que buscaba el orden pacífico de su ciudad soñada, y la gran pasión unitaria de los falansterios de Fourier. Muchos hombres al contemplar La vista de Dellt, de Vermeer, verán representados sus sueños, como para Proust, el "petit pan si bien peint en jaune" de este paisaje, constituía ese instante revelador de una posible vida eterna. Los que se asoman a Los girasoles, de Van Gogh, gozarán de la calidez primaveral que buscan vivir.La pintura holandesa del siglo XVII realiza, por primera vez, la utopía plástica. Los maestros holandeses, según Hegel, representan a la perfección la Idea, es decir, que allí aparece el espíritu artísticamente representado en una forma sensible. Esta Idea refleja un ideal de vida. Al fin y al cabo idea es lo que vemos, concebimos o imaginamos. Estos cuadros, símbolos del recogimiento, de la trivialidad cotidiana, de la parsimonia de la vida, constituyen perfectas materializaciones de utopías ideales. "En estas imágenes de interior los hombres todo será habitación, incluso la calle", dice Bloch. "En todas partes aparece la chimenea, también en primavera". Vermeer, Metsu, Plieter de Hooch pintan la agradable, cálida intimidad del hogar, un dulce hogar sin enmohecerse. Minuciosos, detallistas, van dejando impresos sus sueños de vida recoleta, profunda, para construir su mundo en el mundo. Recordemos un cuadro de Franz van Mieris, en el Museo de La Haya. Representa una escena cotidiana: está anocheciendo y una mujer se asoma a la ventana, sosteniendo una lámpara que ilumina levemente el interior de una habitación. De la atmósfera del cuadro se desprende un misterio, un prodigioso encanto mágico, como un suceso que ocurre por única vez y no se repetirá jamás. Igualmente Bloch observa, al describir un cuadro de Hooch, que lo próximo está pintado de tal forma como si estuviésemos en un barco y desde esta lejanía pensásemos en nuestro hogar perdido. La pintura holandesa real y descriptiva es, a la vez, la más ideal y trascendental, porque representa lo que somos y encarna nuestros más íntimos sueños. Cada pintor, en sus bodegónes y naturalezas muertas, deja impresas sus preferencias y lo que desea para sí mismo. Así, un cuadro puede representar la utopía como promesa de felicidad o el "reino de la libertad" que anticipa Marx. También un poema puede ser una invitación al viaje de la utopía. "Luxe, calme et volupté", ansias de Baudelaire que se calmaban navegando sobre el espejo de los canales de Amsterdam.

La armonía, el concierto equilibrado de las sensaciones, la quietud como orden supremo o cifra secreta del universo, es lo que buscaba Cézanne desesperadamente, lo que él llamaba infundir solidez clásica al caos impresionista. ¿Qué se esconde tras esta ansiedad de equilibrio?. Una

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