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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Réquiem por un teólogo

Para la familia teológica la muerte de Karl Rahner es la desaparición de un hermano mayor en funciones de padre, y analizarla rompe todos los tópicos que pueden encadenarse en una necrológica. ¿Por dónde empezar? Quizá por el final de la Segunda Guerra Mundial. Rahner no fue un personaje de los alegres sesenta, sino alguien con peso y obra hecha en la década de los cincuenta. Perteneció a la generación que preparó el concilio Vaticano II, de 1962. Es la generación de los tres grandes octogenarios franceses -Congar, Chenu, De Lubac- y de los grandes del área alemana: Schmaus, Fries y sobre todo Urs von Balthasar. Con ellos el pensamiento teológico dió un giro copernicano, y el concilio les colmó de autoridad moral.Rahner, analizado en su actitud como teólogo -pues ahí se halla la raiz de su talante y fondo renovador- se emancipó de lo que él mismo llamó una teología escolar. Hasta el primer tercio del siglo XX, con las grandes excepciones de Newman y Scheeben, entre otros, los teólogos desempeñaron en la Iglesia una tarea muy precisa: la de transmitir en forma cada vez más clara y afiligranada la suma de conocimientos que se habían ido remansando desde Tomás de Aquino. Era la teología escolástica o neoescolástica. El público de estos teólogos eran sus propios delfines, quienes habían de recibir una intensa formación escolástica y convertirse a su vez en teólogos. El público de Rahner fue más amplio, aun cuando profesara ante apretadas filas de aspirantes al presbiterado, y aun cuando formó discípulos que serían teólogos de la talla de Metz y de Lehemann.

Pero él se dirigió a unos oyentes situados más allá de su propia aula: su preocupación fueron los hombres arraigados en la tierra de la cultura moderna o posmoderna, engendrados por la Ilustración y traumatizados por las dos guerras mundiales. Los hombres que reflexionan sobre su propia fe, sobre el estatuto de esa fe en el mundo de la cultura, sobre su valor razonable o apetecible; los hombres que la aceptan como un descubrimiento, o que sienten el dolor de sus dificultades, que llevan al rechazo o encaminan lentamente al asentimiento.

A este público real es al que Rahner se dedicó a explicarle su propio Credo. Porque esta es la nueva tarea del teólogo: mostrar a los ciudadanos de la Europa herida y recobrada, la luminosidad de la fe. La explicó en cientos de artículos y libros, valiendose no solo de los datos bíblicos, sino asumiendo una expresión filosófica: el llamado tomismo trascendental, la resultante del río caudaloso del tomismo aprendido de Maréchal, al que se unirán como afluentes principales la tradición del idealismo alemán -Kant, sobre todo- y la formación que recibió de Heidegger.

Con este bagage quiso explicar Rahner su fe. ¿Quedó corto en su empeño? ¿Puede eso traducirse sin más a otras áreas? Esto es lo que irá diciendo la historia. De momento, lo que ya se puede anotar es que su influencia ha sido decisiva para la inmensa mayoría de los teólogos actuales.

Creo que fue en 1956 cuando dió su conferencia -¿Por que soy cristiano?- en el paraninfo de la Universidad de Barcelona. Hace pocos dias la recordaba Octavi Fullat: "Vino a decir que, bien valorados todos los argumentos, no tenía ningún motivo de peso para abandonar la fe en que había sido criado". Así fue, aunque parezca prosaico el resumen. Pero la trabazón entre lógica y vida la presentó Rahner con un brío que no podía dejar indiferente a nadie.

Después del concilio se le pidieron más cosas a los teólogos. No sólo que explicaran su fe, sino que la dinamizaran como un exhorto movilizador de la praxis cristiana. Así vinieron la teología política de Metz y la teología de la liberación. Desde el otro lado, desde la vieja guardia, tampoco faltaban ocasiones para oscurecer el trabajo de Rahner, y menudearon las reticencias y los guiños perdonautopías a quien siempre permaneció renovador. Quizá la muerte haya venido, como siempre, inoportuna, pero a la vez oportuna como la ventana más abierta a la Luz. Ahora les toca a los teólogos expresar más libre, más gratuita, más incansablemente, su ininterrumpido diálogo con Dios y los hombres, y ofrecerlo desde un silencio grávido de piedad.

Josep Mª Rovira Belloso es teólogo.

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