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El dilema del prisionero

Dos sospechosos, conjuntamente acusados por un mismo delito, están incomunicados entre sí en celdas separadas. La sentencia va a depender sólo de su confesión, de la aportación de pruebas de su culpabilidad conjunta. Si ninguno de los dos confiesa, ninguno aporta prueba, puede pesar sobre ambos la imputación de una falta menor, con pena de unos meses de cárcel. Si uno confiesa y otro no, el primero queda libre -por haber colaborado con el juez instructor- y sobre el segundo caen 10 años de prisión. Si ambos confiesan, a cada uno se le pena sólo con cinco años. Al dilema en que se encuentran estas dos personas, cuya preferible opción depende para cada una de la opción -ignorada- de la otra, se le conoce, dentro de la teoría de juegos y de la decisión, con el nombre de dilema del prisionero.En su versión estrictamente carcelaria, el dilema del prisionero, por fortuna, no se presenta a diario. Pero en otras variedades forma parte de nuestra vida cotidiana. Pongámoslo en el caso de cantidades de dinero que, aun no siendo siempre las que están en juego, permiten identificar el dilema del modo más claro y definido. Sean las personas -o los grupos o las sociedades anónimas, lo mismo da- A y B, que no se comunican entre sí y que toman independientemente decisiones. Supongamos ahora una situación -nada irreal ni infrecuente, aunque sí, desde luego, reducida a esquema- en la que, si A y B coinciden en escoger la opción X, ambas ganan, por ejemplo, cinco millones; si coinciden en la alternativa Y, ambas pierden un millón, y si una opta por X y la otra por Y, la que es coge Y gana 10 millones, mientras que pierde cinco la que escoge X. Desde el punto de vista de cada jugador, de cada persona o grupo que decide en la ignoran cia de lo que hará el otro, la opción X es preferible si hay coincidencia con el otro y la opción Y lo es, en cambio, si no la hay. En tales condiciones, la teoría de juegos dice que ninguna solución es más racional que la otra, y la psicología social suele encontrar que en una serie larga de repeticiones de la jugada, de la situación, la mayoría de los sujetos acaba aprendiendo y coincidiendo en X (opción que hace máximas las ganancias conjuntas), aunque también algunos persisten firmes -al parecer como atrapados- en la opción contraria.

El dilema del prisionero es catalogado como uno de los juegos simétricos -en igualdad de condiciones- entre dos jugadores y con suma no constante. En los juegos con resultado de suma constante, lo que gana A es a costa de B, y a la recíproca, lo que significa una situación necesariamente y sólo competitiva. En los de suma no constante, el resultado total de ganancias o pérdidas varía según las combinaciones de opciones de los jugadores, y hay lugar entonces para opciones cooperativas (X) tanto como competitivas (Y).

Muy importantes y dramáticos juegos sociales pueden ser idealmente esquematizados en el modelo del dilema del prisionero; por ejemplo, la guerra fría y la lucha de clases (pasando ahora por alto que esta última es un juego asimétrico, sin igualdad de condiciones). En apariencia, en estos conflictos sociales falta la circunstancia de la incomunicación entre las partes, que pueden muy bien transmitirse información una a otra; pero como esta información puede también darse falseada, la situación real con frecuencia viene a equivaler a la incomunicación entre los bloques en juego. La estrategia de la lucha de clases, de exacerbación de las contradicciones del sistema social, obedece a una opción Y, mientras que una política de pacto social corresponde a la op-

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El dilema del prisionero

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ción X. No es sorprendente que a la larga, en la repetida situación de clases sociales con intereses económicos en conflicto, también la historia haya conducido, en los países con más años de experiencia en este juego, a la opción X o de pacto social entre trabajadores y empresarios. La guerra fría, la carrera de armamentos entre dos grandes potencias o bloques militares, junto con la convicción de que quien golpee primero con armas nucleares golpeará dos veces, cuenta con menos historia, menos experiencia, y quizá por eso no cuaja una opción X, cooperativa, de drástica reducción de los armanentos, mientras que para muchos resulta tentadora la opción Y, competitiva, de aniquilación del adversario, con pérdida de millones no ya en su dinero, sino en sus ciudadanos, para consolidar por siempre jamás el imperio propio, los millones propios. Lo dramático en este terrible juego es que, en caso de Y, no se jugará dos veces y será difícil aprender de la experiencia.Tercero en discordia

Durante cierto tiempo se creyó que la teoría de juegos y la teoría de la decisión bajo condiciones de incertidumbre podrían proporcionar instrumentos y modelos de análisis para diseñar la mejor estrategia en los conflictos sociales. La lógica, el análisis matemático y de las probabilidades, la racionalidad pura, vendría entonces a sustituir ventajosamente a la ética, a la ideología, a la razón política. Esa esperanza ha quedado muy desengañada. Ni siquiera en juegos de dos jugadores y suma no constante -de los que el dilema del prisionero es uno más entre otros setenta y pico juegos tipificados por la teoría- puede inequívocamente delinearse cuál es la solución racional. Como A. Rapoport destaca, nos vemos aquí de frente a dos conceptos irreductibles de racionalidad, a saber, la del individuo o, mejor, la de una de las partes del juego, y la de la totalidad de los jugadores del conjunto de las dos partes en conflicto. El único y decisivo elemento favorecedor de opciones cooperativas podría ser, desde luego, la comunicación veraz entre las partes; pero la veracidad del otro no siempre puede presumirse y, finalmente, hay que optar sobre la conjetura de lo que el antagonista vaya a hacer, y no sobre la base de lo que haya dicho.

El asunto se complica extraordinariamente si se añade un tercero en discordia, un Tercer Mundo, además de las dos grandes alianzas militares, u otras clases o grupos sociales que están fuera de la pareja empresarios-obreros. Quizá sea esta complicación la que hace atractiva la simplicidad de todo maniqueísmo y en particular del esquema marxista ortodoxo, que divide al mundo en explotadores y explotados, en verdugos y víctimas. La extremada simpleza de este esquema, que hasta hace poco lo hacía creíble y casi evidente, ha acabado por revelar toda su pasmosa pobreza e inadecuación para recoger la multiplicidad y multilateralidad de bloques sociales en discordia. En la práctica, Ronald Reagan y Konstantín Chernenko pueden aliarse en el reparto del pastel, dando la espalda a la miseria de miles de millones en el Hemisferio Sur. En la práctica, el pacto social puede celebrarse de espaldas a la abigarrada multitud de los parados y de los marginados. En los juegos de tres o más participantes cabe toda suerte de coaliciones, cada una con su propia racionalidad y sin que el análisis lógico-matemático disponga de normas prescriptivas para la decisión óptima o racional en cada caso.

No parece posible demostrar lógicamente, analíticamente, la racional naturaleza de X frente

Y. Si algo puede conducir a X una estrategia prudente y cooperativa, en vez de Y, de la estrategia aventurada y competitiva, no es la razón analítica, sino la experiencia, la historia y sus lecciones, el saber adquirido en el duro aprendizaje de las pasadas ocasiones. Y la lección es que a la larga X resulta simpre preferido y preferible. Ésa es la solución, si no lógica, sí real -o realista- del dilema del prisionero. En ese dilema estamos por el mero hecho de vivir en un mundo con bienes escasos. Prisioneros del dilema, seguramente estamos condenados a algo. La experiencia, la historia, la psicología social, se inclinan a decir que estamos condenados a X -es decir, a entendernos, a cooperar-, y condenados a entendernos todos, no de espaldas y a costa de alguna clase de terceros.

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