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Lo posible o lo probable

Fernando Savater

Cuando se encara un intento de transformación política, quien se atiene a reclamar ante todo el cumplimiento de lo posible queda por remiso y moderado. Acatar lo posible es síntoma de resignada tibieza. Del posibilista nada puede esperarse, salvo sumisión al juego establecido; y definir la misma política como "el arte de lo posible" viene a ser ya descalificarla por conservadora y trapacera. Esta constelación derogatoria de lo posible no siempre ha estado en curso. Para alguno de los más grandes pensadores del proyecto comunitario, como Aristóteles, lo posible era precisamente lo mejor. El deseo de lo imposible equivaldría así a la imposibilidad efectiva de desear, al cortocircuito de la interrelación voluntad / inteligencia que es la encargada de cumplir lo realmente nuevo. Quien no quiere lo posible quiere descansar de querer, quiere que lo irremediable decida por él. Para Aristóteles, por seguir con este significativo ejemplo, sólo desde la esclavitud se fantasearía con una política desdeñosa de lo posible: pero desde una esclavitud asumida sin remedio como tal, fatalmente privada de la libertad hasta como sueño. Y es que, si lo posible se opone a lo necesario, a aquello sobre lo que ninguna decisión humana cabe, no se comprende que ninguno de los que apetecen la transformación del mundo y están dispuestos a colaborar en ella ]pueda menospreciarlo. Lo posible es proyecto, es decir, imaginación eficaz, opción, libertad; donde se acaba lo posible no comienza ninguna excelencia inaudita y valerosa, sino la inexorabilidad patética que convierte al individuo en mero comparsa.¿De dónde proviene, pues, el descrédito de lo posible? Supongo que de su confusión con lo probable. Kierkegaard señalaba, hace ya más de un siglo, ese contagio desvalorizador: "La ausencia de lo posible significa que o todo se ha hecho necesario o todo se ha hecho cotidiano... La cotidianidad, la trivialidad no conocen lo posible... La cotidianidad sólo admite lo probable, en la cual sólo subsisten algunas migajas de posibilidad... La cotidianidad cree haber capturado lo posible en sus redes, o cree haberlo encerrado en el manicomio de lo probable. Lo pasea en la jaula de lo probable, lo exhibe e imagina poder disponer de la enorme potencia de lo posible".

Esa "cotidianidad" que Kierkegaard denuncia es la rutina filistea, la vida como resignada repetición de lo mismo. Para esta cotidianidad -que se presenta como "realismo", "sensatez", "madurez política" y atributos funerarios semejantes- sólo es posible lo acostumbrado, lo que ya ha ocurrido una y mil veces. Pues eso es precisamente lo probable: la categoría de posibilidad, pero privada de su tensión hacia lo nuevo, hacia la invención de formas, hacia la experimentación creadora. Lo probable es la posibilidad momificada por la frecuentación, sin ímpetu ni savia. Lo posible nace de la libertad y de la imaginación; lo probable brota de la estadística y de la sumisión a las "condiciones objetivas". Lo posible es elegido y pretende abrirse paso contra el determinismo y el monóto retorno de lo común y corriente, mientras que lo probable se nos impone desde fuera y no ofrece otro amparo que el de la repetición desesperada que encarna. De la política de lo probable no puede salir ninguna auténtica reforma del orden vigente, pues las pocas "migajas de posibilidad" que aún guarda están como esterilizadas por la rutina agobiante de lo dado: cuando algo nuevo llega a ser probable, es que ya no es nuevo, que ya ha ocurrido y comienza por eso mismo a marchitar su promesa. En tanto que lo posible siempre duda activamente de la necesidad de lo necesario, desdeñando el acatamiento a los discursos cerrados que sólo admiten la verosimilitud de lo mil veces comprobado y no respetan otro proyecto colectivo que la reiteración de lo dejá vu.

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Se anuncia con cierto desdén que el partido socialista va a gobernar de forma posibilista y que "sólo" aspira al cambio... posible. Ojalá sean- ciertos tales vaticinios. Ojalá la izquierda democrática se mantenga fiel a la exigencia de lo posible, es decir, ojalá no se pretenda encarnación de la "necesidad histórica" ni portavoz de ningún Absoluto milenarista (sea el Pueblo, la Patria o la Justicia: el Absoluto -todo Absoluto- es el peor y más jurado enemigo de lo posible). Y ojalá quiera de veras lo posible, que por ser siempre vida se niega a sacrificar el presente al futuro y no pretende condenar al terror y a la frustración a los individuos realmente existentes en nombre de la gloriosa liberación de los aún no nacidos. Pero que no se nos escamotee lo posible para darnos a cambio lo probable, es decir, lo de siempre, el camino más fácil y que menor resistencia presenta. Lo probable es la lenidad suicida con los profesionales del golpe, las proclamas patrioteras ante la efectiva pluralidad nacional de este país, la autonomía universitaria perpetuamente aplazada en beneficio de los catedráticos de horca y cuchillo, los temores de intervención enérgica ante esos empresarios creadores de riqueza que sólo han tenido éxito en crear la suya, las leyes antiterroristas de efectos aterradores, la vergüenza de las cárceles inhumanas, etcétera. De todo eso, tan sensatamente probable, en cuya jaula se agostará sin estrenarse lo posible, más vale que no sepamos nada. La pregunta ante las decisiones que ya urgen no es qué grado de radicalidad aparatosa o de moderada resignación alcanzarán los gobernantes de la nueva mayoría, sino más bien ésta: ¿Se hará verdaderamente el cambio a lo posible o seguiremos confinados bajo el agobio determinista del cálculo de probabilidades?

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