_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Don Juan

Escribe Rilke que nada hay tan fuerte como el silencio. Pero, instalados en la palabra, hemos de atrevernos a romperlo para aproximarnos a la realidad, intentar aprehenderla y comunicarla. Y esto es lo que pretendo al redactar estas líneas sobre Juan Lladó.Reflejando unas vivencias y unas imágenes, tal como las percibo, aún no sedimentadas por el transcurso del tiempo o la superación de la emoción que su desaparición nos produce, espero contribuir, junto a otras voces más autorizadas, a que se le conozca mejor en esta España que se ahoga y respira entre desilusiones y esperanzas.

Brillante universitario, discípulo de Nicolás Pérez Serrano, gana las oposiciones a letrado del Consejo de Estado. Durante la República se identifica con quienes representaban posiciones progresistas posibles. Al terminar la guerra conoce la cárcel, y al salir se reincorpora al Banco Urquijo, donde había empezado a colaborar en 1932. Cuida, en aquellos años acres y cargados de temores e incomprensiones, que nadie quede sin trabajo por cuestiones políticas, creando puestos especiales en otras empresas para aquellos que, por imperativo legal, no pudieron reincorporarse al banco, y socorriendo luego con pensiones extraordinarias a los antiguos empleados que, viviendo lejos de su país, lo precisaron. A partir de 1942 asume la gestión del banco con plenos poderes, que ejercerá hasta casi 1977, fecha en la que se retira, al cumplir los setenta años, tal como previamente había anunciado que haría.

Durante su mandato impulsó de manera decisiva la industrialización española, dedicándose durante casi medio siglo al Banco Urquijo, al que convertiría en el primer banco industrial del país.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

También presta, a través de la Sociedad de Estudios y Publicaciones, un significativo apoyo a muchos intelectuales a los que la universidad o el clima social de la España de entonces no permitían desarrollar su labor.

Su criterio pesó decisivamente en muchas de las decisiones importantes que durante esa etapa se tomaron en el campo financiero y empresarial, en el ámbito privado y también en el público. Los hechos desnudos y las relaciones institucionalizadas no podrán explicar una obra en la que el factor humano ha estado presente como en pocas, en la que el protagonista -por decisión propia- no aparece y su influencia, su enorme influencia sobre todo el entorno que alcanzaba, se ejercía a través de una sutil y eficacísima trama de relaciones personales, basada en la indiscutida aceptación de su liderazgo, en la extraordinaria generosidad con la que correspondía a los suyos y, en definitiva, en la confianza que generaba su autoridad moral.

No es mi propósito, sin embargo, desvelar hoy la trascendencia de la tarea llevada a cabo por Juan Lladó, y sí el de recordarle deteniéndome en los rasgos de su personalidad que más vivamente me impresionaron.

Destacaba en Juan Lladó su capacidad de ilusionarse, ilusión que su carisma transmitía a quienes le rodeaban, arrastrándoles. Su vida estaba llena de ocupaciones y compromisos, y, sin embargo, jamás transmitía inquietud o prisa; dueño de su tiempo, lo compartía con los demás como si fuera inagotable. Intefigente, jamás hizo de su inteligencia pedantería, ni aquélla le impidió estar siempre dispuesto a aprender de los demás. Se sintió muy español, sin incurrir en tópicos patrioterismos. Vehemente -anunciaba su contrariedad en un característico gesto de frotarse los ojos cerrados-, pero al final siempre tolerante, sin conocer el rencor. De una gran simpatía y humanidad, tuvo intereses muy amplios y correspondientemente amistades plurales: intelectuales, políticos de todo signo, financieros, profesionales, hombres comunes y algunos de los personajes más significativos de su época.

No fue jamás hombre de un solo ambiente. Humanista, si humanismo es, como dice Ortega, "el interés por todas las disciplinas que estudian el hecho humano y principalmente sus problemas más actuales, y culto. Siempre miraba con esperanza hacia adelante, poseyendo una excepcional capacidad de dialogar y generar arnistades entre quienes eran más jóvenes que él, a los que siempre alentó en su vocación, apoyó en su formación y distinguió con su confianza. Dotado de una gran capacidad de compromiso, sabía conciliar, como pocos, posiciones contrapuestas, pero también podía parecer firme como una roca (en un momento poco conveniente no le importó perder una de las cuentas de tesorería más importantes del banco, cuando no quiso ceder ni buscar siquiera una fácil solución de compromiso a la presión que uno de los financieros más poderosos de su tiempo le hizo para que apartara a un conocido abogado del consejo de una sociedad filial del banco).

El desprendimiento y la generosidad fberon constantes en su vida. Una generosidad que demostró desde el poder -y Juan Lladó fue ante todo una persona que tuvo poder y que supo ejercerlo corrio pocos- y cuando se retiró; cuando había impuesto sus decisiones y configurado una situación determinada, y también cuando, en raras ocasiones, había tenido que doblegar su voluntad y le habían conformado un entorno no deseado. Juan Lladó, como todo hombre verdaderamente generoso, nunca fue resentido. Conoció el sufrimiento -¿qué hombre cabal y maduro no lo ha experimentado?-, pero jamás éste inspiró su conducta. Así, por ejemplo, de su etapa de: encarcelamiento jamás habló con acritud, y sólo hacía referencia a lo que habían sido sus lecturas de entonces. También es de destacar la dignidad con la que, producido el cambio político, no hizo jamás alarde de estos antecedentes o de su permanente conducta liberal.

Hay una anécdota que le oí referir sobre su encuentro con Manolete, que no me resisto a dejar de relatar. El torero quiso conocerlo a través de un amigo común, y los tres almorzaron juntos. Manolete deseaba pedirle consejo sobre dónde invertir sus ganancias. No sé lo que Juan Lladó le recomendó, pero sí que el diestro, reconocido, le pidió al finalizar la comida su minuta de honorarios. Entre sorprendido y divertido, Juan Lladó le respondió sin herirle: 'Maestro, en pago sólo le pido que a su vez usted me explique en qué consiste el arte con el que torea". Manolete debió responder algo así como que cogía la muleta, citaba y embarcaba al toro, y corría el brazo dando el pase. Muy fácil debió parecerle a Juan aquello, y preguntó: "¿Sólo es eso?". E imperturbable, Manolete dijo: "Eso y un poquitito más". Juan, cuando contaba esto, sugería que el secreto del éxito en cualquier actividad radicaba precisamente en ese "poquitito más...", que él tenía en tan gran medida.

Su forma de trabajar era singular: raras veces le he visto sentado, jamás detrás de su mesa. Sustituía la lectura de notas o informes por la comunicación verbal en despachos, en los que con certera intuición resolvía asuntos de la máxima importancia, generalmente paseando y cogiendo por el brazo a su interlocutor, por los pasillos del banco. Antes que llamarlos, solía él acudir a los despachos de sus colaboradores. Marcaba las grandes líneas, pero delegaba plenamente su realización. El banquero -solía decir- es aquel que mide la imaginación de los demás; pues bien, sin dejar de hacerlo, Juan Lladó demostró que el financiero también puede desarrollar la suya. Su conocida frase de que "en el banco, además, ganamos dinero", tenía un doble sujeto: la institución y los que la dirigían. Pensaba, en efecto, que la cuenta de resultados no es lo único que socialmente justifica la existencia de la empresa privada, y tenía a su vez un concepto humanista del modo de realizar su trabajo. El banco pudo realizar así una ejemplar política laboral y cultural, y Juan Lladó rodearse de un equipo compuesto por personas muy

Pasa a la página 8

Viene de la página 7

preparadas que, de no haber sido por él y por su manera de entender la actividad financiera, habrían elegido seguramente otras rutas profesionales.

Emilio García Gómez, en una bella y ajustada metáfora, ha escrito que "ha muerto con el corazón maduro como una granada". Efectivamente, quien derrochó corazón acabó con el corazón destrozado, conservando la mente clara y el ánimo sosegado como corresponde a quien sabe que ha cumplido fielmente con su tarea.

Si ejemplar ha sido su vida, ejemplar ha sido también su muerte, de la que ha tenido conciencia y que ha aceptado con la naturalidad propia de su religiosidad y de su inteligencia.

Al reflexionar sobre Juan Lladó resulta indispensable evocar también a quienes le facilitaron la posibilidad de recorrer el camino que tan fecundamente anduvo.

Es una lista larga de gratitudes recíprocas y en la que aventurar nombres es incurrir, con seguridad, en pecado de omisión. Hay, sin embargo, algunos que aparecerán en cualquier historia que sobre Juan Lladó se escriba. En primerísimo lugar, Mauricia, su mujer, con la que desarrolló una intensa vida familiar. Luis Usera, con quien Juan Lladó inspiró de manera tan personal la relación entre el Banco Urquijo y el Hispano Americano, pieza maestra de su política bancaria. José Antonio Muñoz Rojas y Emilio Gómez Orbaneja, sus siempre fieles amigos y colaboradores más inmediatos durante tantos años. Javier Zubiri, quien encarnó en la Sociedad de Estudios y Publicaciones una política cultural entendida como algo mucho más profundo que una eficaz burocracia. La familia Urquijo, que con su confianza le dio los medios precisos para realizar la andadura. Y, finalmente, Jaime Carvajal, quien representa la permanencia de la escuela de hacer banca que Juan Lladó inició, actualizada a las necesidades y circunstancias de hoy.

Juan Lladó, que pertenecía a una generación extraordinaria, discípula directa de la del 98, una generación aparentemente perdida por la guerra y posiblemente una de las que más ha estado a la altura de su tiempo desde la Ilustración, tuvo una innegable vocación política, que realizaba en la medida en la que desde su actividad financiera servía a los intereses más amplios de su país. Juan Lladó seguramente pensó que, al menos en la España que le tocó en suerte, seguía siendo cierta la indicación de Sócrates a sus discípulos: "Es necesario que el que en realidad luche por la justicia, si pretende sobrevivir, actúe privada y no públicamente". Esta es, a mi juicio, una de las claves para poder comprenderle.

Una última confesión personal. Juan Lladó ha sido una de las tres o cuatro personas que, precediéndome en edad, más han contribuido a hacerme como soy; es decir, ha sido uno de mis maestros.

Si, como decía otro gran poeta, al final sólo nos queda la palabra, sirvan éstas, escritas desde la gratitud y el afecto invariables, como testimonio de mi homenaje y como desahogo del dolor que su muerte nos ha causado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_