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Reportaje:

Aprender a malvivir

El último peldaño del paro comienza en ese día ruinoso en que caduca el seguro de desempleo. Es entonces cuando el ingenio y la picaresca se unen de forma patética para camuflar a la vez el hambre literal y la ausencia de trabajo. Ha surgido así una nueva manera de vivir, un estilo de saber malvivir sin que se note. Las modistas caseras, confiteros callejeros, guardadoras de canarios y demás animales domésticos, prestamistas, fenicios, rebuscadores de basuras y esas mujeres de barrio barato que de nuevo se queman las pestañas cogiendo puntos a las medias. Y junto a ellos, toda una plaga de resignados, sablistas y mangantes que están aprendiendo a vivir de la nada.

El despertador ya no suena por las mañanas desde hace más de un año, pero la familia de Aquilino Pérez ha perdido la afición al sueño y a la dulce holgazanería de matar el tiempo entre las sábanas; así que, antes de las nueve, se inicia el trasiego diario de salir de la cocina con un vaso de café entre las manos. Unos minutos después,, mientras sorben pausadamente el café y mordisquean unas galletas, se miran con cierta ironía y uno de ellos dice: "Pero bueno, ¿por qué nos levantamos tan pronto? Total, tenemos todo el día para no hacer nada". "Lo que pasa", explica el padre, "es que no tenemos tranquilidad para estar quietos en un sitio media hora. Hoy nos encuentra a todos juntos y contentos, pero hay días de una agresividad muy tensa: te enfadas por cualquier cosa y casi te molesta ver que alguien lee o descansa, porque es como si no se afanara a buscar trabajo".Media hora antes se fueron a la escuela los dos hijos pequeños, y sólo quedan en la casa los tres hijos parados, el padre, también en paro, y María, la madre. Hasta hace una semana vivía en la casa otro hijo más, también en paro. "Pero por fin encontró trabajo hace un mes, como electricista, y ha aprovechado la buena racha para casarse e independizarse".

María está a punto de marcharse a echar sus horas diarias de asistenta, y les recuerda que tiene puesta la lavadora y que antes de las once pongan a cocer las lentejas, el plato del día. "Ella es la campeona", dice su marido, "porque es la única que conserva su trabajo".

Primero perdió el puesto de trabajo Julia, veintiocho años. "Trabajaba en Torrejón de Ardoz, en una industria química; pero en 1978 cerró la fábrica, después de debernos dos meses, y pasamos al Fondo de Garantías". Hace unos meses se le terminó el seguro de desempleo y su situación se mantiene precaria, con algunos intervalos felices de trabajos eventuales. "Los últimos meses en que cobraba el paro me horrorizaba pensar que muy pronto se acabaría y yo seguiría sin trabajo". Y Julia, que empezó a trabajar a los dieciséis años -y a la vez se hizo perforadora y empezó a estudiar Derecho-, ahora se dedica a cuidar niños, a hacer sustituciones en las guarderías, poner anuncios en las tiendas y acudir puntualmente a las ofertas del periódico. "Sólo que cuando llegas ya hay diez personas haciendo cola, aunque seas de lo más puntual. Así que todo se reduce a llenar instancias".

Volver a las partituras

La casa forma parte de un bloque vecinal construido en Vallecas hace algo más de treinta años, y hasta hace muy poco- han estado pagándola. Ocupa una planta baja y hay que entrar en ella a través de un patio inmenso repleto de geranios. Al fondo, en una de las ventanas que dan a la calle, casi a medio metro de la acera, hay un gran letrero bien sujeto a los cristales El texto, escueto, dice así: "Se dan clases de solfeo". Aquilino Pérez, 56 años, es músico, "pero yo siempre había dejado la música en segundo lugar, porque me parecía un trabajo inseguro; así que he estado trabajando durante quince años en industrias Ripolín". Hasta que a principios del año pasado, Ripolín decidió cerrar su fábrica de Madrid y Aquilino Pérez ha tenido que volver otra vez a las partituras. "Pero todavía no he encontrado suficientes alumnos para la clase, porque, claro, aquí, en Vallecas, no puedes clavar a la gente, tienes que cobrar muy por lo bajo".

Durante el verano, las fiestas de los pueblos le dan a Aquilino Pérez una buena ocasión para tocar el trombón y ganar un dinero con su afición musical. "Estoy por ahí unos cuatro días tocando con algunos compañeros y me traigo de 10.000 a 15.000 pesetas". En invierno, sin embargo, "los toques disminuyen y sólo tenemos la posibilidad de actuar las bodas". Su situación económica se apura día a día desde que se le terminó el subsidio de paro. Forzado a una jubilación temprana, Aquilino Pérez apenas tiene esperanzas de poder reinsertarse de nuevo en el mercado de trabajo.

Hace un par de meses, su hijo Aquilino, el que acaba de casarse, compartía la pesadumbre familiar de no encontrar trabajo. "A mí me despidieron en julio de 1979, al poco tiempo de regresar de la mili. Dijeron que el despido se debía a eso que llaman causas objetivas de amortización de un puesto de trabajo, pero lo cierto es que cuando yo estaba en la mili despidieron a todos los miembros del comité de empresa y yo también pertenecía al mismo". Era entonces Aquilino el más triste de la casa, el más desamparado. "No se gastaba un duro, nunca cogía el autobús, iba andando a todas partes", recuerda su padre. "Y ¿qué querías que hiciera?", le contesta, "¿ponerme a vender chocolate?".

Meses atrás, Aquilino, el hijo, se dedicó a recoger papel por las casas. "Pero, como no íbamos bien vestidos, la policía nos dio el alto y nos dijo que estaba prohibido entrar en las casas a pedir papel". La búsqueda de cartón y papel se ensancha día a día, revolviendo las basuras y desperdicios de las industrias y de barrios céntricos. No en vano Madrid recupera cada día más de 150.000 kilos de cartón.

La familia de Aquilino Pérez cuenta con otros dos parados no oficiales. Eugenia y Juanjo Pérez, veinte y dieciocho años, respectivamente, forman parte de un sector flotante de madrileños no inscritos en las oficinas de empleo, generalmente jóvenes que buscan su primer trabajo. Juanjo dejó los estudios de delineante hace dos años, "porque no valgo para estudiar y quería currar y ganarme la vida". Pero lleva dos años en blanco.Entre tanto, Juanjo se dedica a tocar rock con sus amigos del barrio".

Cerca del 60% de los parados son jóvenes menores de veinticinco años. Es una dramática curva ascendente de jóvenes que no encuentran su primer empleo y que enerva el ambiente familiar. Así, 'en San Blas y otros barrios periféricos de Madrid, mientras algunas madres hacen novenas y encienden lamparillas a los santos para que sus hijos desocupados no se hagan drogadictos, camellos (traficantes) o manguis (rateros y ladrones), otras casi les incitan a juntarse con los barandas y los vivillos del barrio, "a ver si traes algo de comer a casa, calamidad".

"Lo tremendo es que cuando un chaval que ha terminado la EGB se apunta en las oficinas de empleo, como ha hecho mi hijo, le inscriben como aprendiz, y luego, a los dieciocho años, le pasan a peón. Pero entre tanto no les dan cursillos de formación profesional ni les enseñan un oficio", señala Antonio Portolés, sindicalista del SU (Sindicato Unitario) con una larga experiencia de paro. "Yo he encontrado. por fin un trabajo de tres meses que me ha permitido pagar los recibos atrasados del piso. Pero lo que realmente me preocupa es que se me pierda mi hijo. Todavía no porrea, pero no me extrañaría que hiciera cualquier cosa si sigue mano sobre mano".

Los 'fenicios'

Son los parados una nueva casta de ociosos que, si no levantan pronto cabeza y recuperan su empleo, se convierten rápidamente en parásitos. "Haces la vida del vago", confiesa Manuel Alvarez, el Sevillano o el de los Mellizos (por que dos de sus cinco hijos son mellizos precisamente). "Te levantas tarde porque te sobra el tiempo. Luego cuidas la casa y la comida -si tu mujer se va al centro a echar unas horas, y después te vas a jugar al tute o al dominó con los parados del barrio".

Casi todos reconocen que comparativamente gastan más dinero extra estando parados. "Intentas dejar de fumar, pero no puedes; terminas fumando más que antes y, si no puedes comprarlo, lo gorroneas". Las visitas al bar, con la excusa de "a ver si te enteras de alguna chapuza", son un arma de dos filos, porque a la larga fomentan el alcoholismo en los más vulnerables. Los más osados inventan negocios de poca monta, o invierten en baratijas, se establecen de fenicios (vendedores intermediarios ambulantes), y las venden o revenden en sus puestos callejeros. Así surgen los nuevos buhoneros, que venden bocadillos, plantas, chucherías y hasta pendientes de latón hechos en casa.

Cuando se termina el seguro de desempleo, la mayoría deja de pagar el alquiler del piso y resisten, con más o menos fortuna, las amenazas de los caseros. "Yo he estado hasta veinte meses sin pagar, pero a mi no me echan de aquí", dice Manuel, el de los Mellizos. Vive en Palomeras, en la calle de Venta del Pájaro, un lugar de casas bajas enjabelgadas con huertecillos adosados y algunas de ellas con un perro de aspecto rural y flaco, atado con una soga a la ventana. "A ver a dónde voy a ir yo con mis cinco niños... Ya pagaré a la casera cuando pueda".

Control de los parados

El hambre literal se siente de una forma progresiva, a gatillazos. "Yo no sé qué pasará en el centro de Madrid, pero aquí, en Entrevías, la gente ya no pide limosna como antiguamente, sino un bocadillo o unas sobras de comida. Y aunque tú también estés parado, pues le das por lo menos un trozo de pan". En algunas familias ya no se cena más que un vaso de leche. Y en otras, la necesidad ha obligado a hacer una única comida: un bocata de pan, mantequilla y azúcar.

A muchos de los parados oficiales les llega de cuando en cuando una citación para asistir a un cursillo profesional, con la advertencia de suprimirle el subsidio si faltan al mismo. Es un método usual para controlar a los parados y para rebajar las estadísticas cuando el parado no asiste al cursillo Suponen las autoridades que si el parado no acude al cursillo sólo puede ser porque está trabajando de hecho y está cometiendo fraude, algo que en verdad ocurre con frecuencia. Pero también es cierto que asistir al cursillo significa a veces una pérdida de trabajos eventuales que podrían aliviar la frágil economía del parado. A Manuel el de los Mellizos, le enviaron esa carta el año pasado y, según dice 9o hacen para fastidiar, para que no puedas hacer ninguna

Hay en Madrid, al menos, un 45% de parados sin seguro de desempleo. Muchos de ellos son profesionales jóvenes marginados d su propio trabajo. Algunos con una situación tan escurridiza como Carlos, 32 años, un universitario al que le faltan unas asignaturas para terminar su carrera y que parece haber adoptado una resignada vocación de parado exquisito y sablista. Hasta hace un año daba clases en la facultad como colaborador (por mero acuerdo con el catedrático, ya que no tenía la carrera terminada). Una discusión con su catedrático le valió quedarse repentinamente sin trabajo. "Pero la cuestión es que yo no he podido dejar de golpe mi manera de vivir; tengo unos gastos mínimos que van desde el alquiler del piso hasta comprarme un libro o tomar una copa". Así, se ha creado una forma artificial de seguir haciendo lo mismo a fuerza de pedir préstamos que nunca pagará, dejarse invitar por sus amigos e incluso utilizar el ligue como una segura manera de disfrutar de una cena o de una copa.

Curiosamente, otros jóvenes están estudiando las carreras que siempre soñaron y que temieron no poder hacer por falta de recursos. "Yo quería estudiar Psicología, pero sabía que tenía que hacerlo trabajando, que primero tenía que ganarme la vida y luego estudiar", cuenta Eugenia, una hija de Aquilino Pérez. "Pero como trabajar es una utopía, pues resulta que estoy estudiando Psicología, y a la vez, cuando encuentro, hago lo que sale, hasta fregar portales".

Son muchos los matrimonios jóvenes que han tenido que regresar a- casa de sus padres para seguir viviendo de ellos. A veces, dos parejas se reúnen y agotan juntas los últimos meses de seguro de desempleo con la esperanza de que, entre tanto, uno de los cuatro empiece a trabajar. Así surge un contingente importante de población joven que vive de nada, aunque conserve una casa medianamente confortable. Profesionales que de cuando en cuando desaparecen y se van a la vendimia o que hacen rosquillas para la verbena de San Isidro y sacan lo justo para vegetar durante un mes.

Insólita es la forma de sobrevivir de L.A.D., 49 años (documento nacional de identidad 441.446). Aunque nació en Madrid, emigró muy joven a Perú, y su título de ingeniero civil, equivalente al de arquitectura, no tiene validez oficial en España. "Pero yo me he ofrecido como ebanista, empapelador, mecánico, chófer, jardinero, etcétera, y no he encontrado trabajo desde que regresé a Madrid, hace dos años". Duerme en un local' prestado en Palomeras y asegura que ha estado varios días sin comer en más de una ocasión. "Vivo de las amistades y de milagro. Pero hay veces, cuando me invitan a una cerveza los vecinos, que me gustaría que me dieran el dinero directamente, porque, ¿de qué te sirve una caña si llevas dos días sin comer?"'. Ahora planea su última tentativa: "Hemos creado una cooperativa de ebanistería entre diez parados y queremos pedir un préstamo de 500.000 pesetas al Fondo Nacional del Trabajo, lo que pasa es que ¿quién avala a unos parados?". Es su única salida, "porque pedir en la puerta del Metro me da vergüenza. Y he intentado dar algún golpe, pero no me ha salido nada. A veces me he acercado desesperado a los sitios donde van los barandas, con la esperanza de que me propusieran algo; pero se ve que no se fían, no me ven con pinta de mangante...".

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