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Tribuna:TEMAS PARA DEBATELos médicos y las incompatibilidades
Tribuna
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Estamos perdiendo la paciencia

Mientras en el Congreso han sido aprobados uno tras otro los artículos de la ley de Incompatibilidades de UCD, crece la convicción de que las cosas continuarán como estaban. La ley sólo va a servir para legalizar situaciones anteriores irregulares. El antiguo entramado de intereses heredado del régimen anterior sale inalterado de este nuevo asalto. Los altos cuerpos de la Administración del Estado perpetuarán el inmovilismo social, que dura ya un siglo. Seguiremos contemplando la designación digital, el nepotismo, las oposiciones restringidas y la mezcla de intereses entre los sectores público y privado.Seguirá igualmente el espectáculo de la ineficacia administrativa, la dispersión administrativa sanitaria y la mala calidad de la asistencia médica. Continuará en aumento el paro de licenciados, que entre los médicos se cifra entre 15.000 y 20.000, al no poderse optar en las actuales estructuras ni por el sector público ni por el privado. Pero pasemos ya a los médicos que, con escasas excepciones, acaban de ser excluidos de incompatibilidades en el proyecto antes citado. Evidentemente, nada tienen que ver con esto los médicos en paro. Tampoco existe clara homogeneidad entre el resto del colectivo médico sobre el tema. Mejor será hacer algo de historia para explicarlo.

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Es un lugar común hablar de la dispersión administrativa que ha existido y existe en materia sanitaria. No obstante, hay que volver a señalarlo, ya que la creación de un Ministerio de Sanidad (en sus distintas denominaciones) ha oscurecido el hecho sin resolver ninguno de los problemas.

En este momento, la sanidad española depende de numerosos organismos (Seguridad Social, AISNA, mutuas laborales y patronales, diputaciones, ayuntamientos, sociedades de seguro libre, Instituto Social de la Mar¡na, etcétera) sin coordinación, sin normativa común, con distintos reglamentos, distintos tipos de contratación y diferentes regímenes internos dentro de cada uno de ellos.

Este caos administrativo ha permitido (cuando no propiciado) la creación desde antiguo de una complicada trama de intereses, donde el pluriempleo, el nepotismo, el favoritismo y la irregularidad han tenido campo abonado.

Cuando en 1942 se crea el seguro de enfermedad "se invitó a los médicos que quisieran pertenecer a él a que lo solicitaran y con ello se formaron unas escalas... que terminarán de hacerse definitivas en 1946 y que eran locales o provinciales" (Piédrola y otros- Medicina preventiva). A partir de estas escalas, el seguro incorporó a los médicos. Al no absorberlos a todos, en 1950 se crea una escala nacional a la que se ingresó por concurso de méritos (uno de ellos consistía en residir dos años en la localidad). En años sucesivos hasta la década de los setenta, el seguro (y posteriormente la Seguridad Social) absorbieron prácticamente a todos los médicos y, desde luego, a todos los que quisieron ingresar.

No se estableció ningún tipo de incompatibilidad entre este y otros servicios sanitarios ya existentes o de posterior creación. Nadie dijo nada, el número de médicos era suficientemente escaso para que todos pudieran tener trabajo, uno o varios, según el gusto y la influencia social. Había que esperar a la década de los setenta y a la crisis política y económica pata que los problemas se plantearan con crudeza.

Ante la presión de las circunstancias el establishment médico producto de una situación anterior de autorreproducción de elites y aislamiento social sigue empleando las palancas de poder que alcanzó para perpetuar su estatus. La sola mención de la necesidad de una reforma sanitaria y de unas incompatibilidades en el sector público sanitario desencadenó la respuesta del sector más retrógrado, interesado en que siguiera la eterna confusión: presiones sobre los políticos conservadores y centristas (procedentes en buena medida de cuerpos burocráticos), carta del presidente del Consejo General de Colegios de Médicos, creación de conflictos artificiales y amenazas de huelga médica. La contraofensiva recogió todo tipo de argumentos: derechos adquiridos, naturaleza liberal de la profesión médica, el presunto abandono de la sanidad pública por parte de los "mejores profesionales", que pasarían a la medicina privada, con el consiguiente deterioro de la asistencia pública, la "alternativa" de una liberalización del ejercicio médico pagado con fondos públicos, etcétera. A la vista está su éxito: ni reforma sanitaria, ni incompatibilidades.

El triunfo del individualismo

La vacuidad de las propuestas no ha impedido el triunfo del individualismo posesivo. He aquí triunfante la misma ideología que ha probado numerosas veces su incapacidad, al menos en nuestro país, para dar respuesta a la mal organizada sanidad pública. A estos efectos, bástenos señalar dos; ejemplos, ya de los años setenta: uno, el fracaso del intento de igualatorios médico-colegiales cooperativos preconizados por los colegios de médicos. Otro, el intento, en 1972, de crear una red de sanatorios privados, en cuya junta promotora estaban personalidades médicas como Botella, Zúmel, Ortega Núñez, Ortiz de Landázuri y Pérez Llorca, y económicas como Alfaro Polanco, Narciso de Carreras, Marañón Moya o Ignacio de Satrústegui. A pesar de estos significativos apoyos, no pasó del intento.

La realidad de la asistencia sanitaria privada es que en buena medida vive parasitariamente de la pública. La pretensión, últimamente expresada, de que el Estado cargue con el costo de la organización de la Seguridad Social y pague a cada facultativo según el número de pacientes por el sistema de "cheque médico", es una confesión de esta incapacidad y arcaísmo. Ni qué decir tiene que un tal sistema encarecería el costo de la asistencia sanitaria, ya de por sí excesivo, crearía las condiciones para cobrar al paciente parte del "cheque" y no mejoraría la asistencia. No es de recibo esta "alternativa" a una Seguridad Social cuyos costos se han disparado. Una última palabra sobre el "desastre" de la presunta huida de médicos del sector público al privado si hubiera incompatibilidades. Primero, no habría tal huida por las razones antes apuntadas. Segundo, los especialistas y médicos generales en paro, y los que ya trabajan en el sector público y no están dispuestos a abandonarlo, no tenemos inconveniente en aceptar la responsabilidad de que el sector no se hunda.

Sólo resta señalar que las ideologías antes citadas responden a una concepción de la medicina que explicitó meridianamente el presidente del colegio americano de médicos en su conferencia inaugural de 1967: "La medicina es un privilegio y no un derecho". He aquí una espléndida muestra del individualismo posesivo de la elite médica que se siente poseedora y depositaria de una ciencia y un arte que hay que pagar caro.

Pero frente a esta concepción también existe otra, que considera la sanidad como un derecho de toda la población por el mero hecho de vivir en sociedad.

Para que esto sea posible, es necesaria, en primer lugar, la voluntad política de garantizar un nivel básico de asistencia a toda la población. Definir este nivel básico y configurar un sistema sanitario público unitario serían los primeros pasos. Además, habría que deslindar claramente los sectores público y privado, plan¡ficar las necesidades de salud y metas de los servicios, establecer unos horarios adecuados terminando con el anacronismo de los actuales, que se adaptan a un tipo de ejercicio privado ya periclitado. Creación de órganos de control democrático de la gestión, adecuación de centros asistenciales a los mapas sanitarios ya aprobados, clarificar la situación del personal como funcionario o con contrato laboral, desapareciendo la actual situación estatutaria que ha generado todo tipo de rigideces y corruptelas.

Estas, entre otras, son algunas de las medidas necesarias para ir encaminando la asistencia sanitaria a una racionalización y transparencia que permita optar a las nuevas promociones por cualquiera de las vías que hoy permanecen cerradas para la mayoría.

Los legisladores, que han prestado oídos y aquiescencia a una parte de los médicos, deben empezar a escuchar a la otra parte: estamos perdiendo la paciencia.

Félix Fernández y Javier Descalzo médicos parados, del Comité de Médicos en Paro de Madrid.

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