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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Cooperación en busca de trabajo y solidaridad

Los más recientes estudios sobre el paro, en particular los publicados en el número 8 de Papeles de Economía Española, de la FIES, concluyen en señalarlo como "primer problema nacional" y centro de las preocupaciones políticas del país". El cooperativismo puede ser una solución eficaz si su potenciación y organización es concebida como una verdadera salida a la crisis y no como una mera respuesta a las quiebras empresariales.

Si nos encontramos con que se estima "en 500.000 puestos de trabajo la pérdida anual de empleos, a consecuencia de las variaciones técnicas incorporadas al proceso de producción" (FIES), no es difícil atisbar lo paradójico de una sociedad en la que, cuanto más debería abrir las puertas para reivindicar el "derecho a la pereza" (armonizar trabajo y ocio), más aparecen sus ciudadanos viviendo angustiosamente su relación con el trabajo: unos, en el afán de encontrarlo; otros, en el de no perderlo, y casi ninguno apreciándolo (desde esta traumática situación hay que contemplar que la población española refleje estar "interesada en trabajar más para ganar más, antes que en tener más tiempo libre" y que revele rasgos ciertos de insolidaridad a la hora de repartir los puestos de trabajo disponibles).No es precisamente la palabra cooperación la que puede aplicarse a la forma en que se está afrontando la crisis, a nivel nacional e internacional; pero la cooperación se va haciendo obligada para cuantos tienen el más particular interés en que no sean sacrificados recursos humanos a la hora de trazar la política económica de su país: no pueden ofrecer a éste más que su capacidad de trabajo, pero esto sólo debe bastar para reivindicar todos los derechos que una sociedad moderna ha de garantizar a quienes la integran.

Es previsible que, al igual que ocurrió en torno a 1929, sean muchas las personas que vuelvan sus ojos hacia esa forma de cooperación que es el cooperativismo. En nuestro país ya está ocurriendo. Crece el número de cooperativas, y entre ellas, las de quienes buscan trabajo.

Tal como fue en sus orígenes, localizados allá por la llamada revolución industrial, las cooperativas siguen siendo "hijas de la necesidad", enfrentadas desde su nacimiento a situaciones de ardua solución. Según datos de la fuente ya citada, en España, el 80% de las pérdidas de empleo son el resultado de quiebras de empresa. Y no es infrecuente ya que los trabajadores afectados, obsesionados por el problema del paro, huyendo de él como del infierno, no encuentren otra salida que la de formar una cooperativa y tratar de sacar a flote la empresa quebrada.

Las más de las veces, los estudios sobre la viabilidad económica de la cooperativa, previos a su constitución, brillan por su ausencia; añadido a lo anterior, la falta de asesoramiento jurídico y de aprendizaje y experiencia comunitaria y democrática hace más difícil y deficiente el funcionamiento societario. Todo junto (incluida la normal carencia de adecuada financiación) conlleva al fracaso. Más doloroso aún cuantos más esfuerzos han hecho todos, alimentando de rechazo en algunos una desconfianza completa.

Sin embargo, de lo anterior no podría deducirse sin más que el cooperativismo de trabajo asociado no pueda hacer una aportación a la resolución del problema del paro. Por el contrario, el solo dato sociológico de la tendencia espontánea hacia él exige que se le tenga en cuenta a la hora de trazar las diversas políticas de fomento del empleo. Nadie presenta el cooperativismo como varita mágica (sus éxitos concretos dependen de circunstancias y requisitos que han de darse o crearse), pero es cierto que ya ahora pueden ofrecerse experiencias que hablan a favor del cooperativismo.

Resistencia a la crisis

Es un dato el que señala a las empresas cooperativas preexistentes a la crisis como más capaces de resistencia a la misma a la hora de mantener el empleo; lo es que una diversidad de profesionales encuentran en su asociación cooperativa la ocasión de trabajar y, repercutir sus conocimientos y servicios sobre la comunidad, rebajando, de paso, las excesivas cotas de individualismo que han sido propias de algunas profesiones; es una razonable esperanza (que está siendo, lamentablemente, defraudada y desaprovechada) la que ofrece el cooperativismo juvenil, etcétera.

Lo extraño no es que haya cooperativas que fracasen en las actuales circunstancias, sino que no lo hagan en un número mayor cuando muchas nacen con casi todas las condiciones adversas y en medio de una casi completa falta de racionalización .

Lo anterior plantea la urgente necesidad de promover estudios rigurosos y de conjunto sobre lo que puede aportar el cooperativismo a la solución de los problemas nacionales y, particularmente, al del paro; al menos resulta obligado, ya que en los análisis que se hacen de esta cuestión (como el citado de la FIES) no fuera dejado en el olvido.

Existe una compleja problemática que requiere análisis; valga sólo a título de ejemplo, ¿por qué no introducir en el debate sobre el papel que han de jugar los sectores público y privado el que puede cumplir el sector cooperativo? ¿Acaso no es este último una vía de iniciativa privada, y precisamente de iniciativa de los más interesados directamente en solucionar el problema del paro, ejerciendo su deber y su derecho al trabajo? ¿Acaso no ofrece el sector cooperativo posibilidades de colaboración con el sector público, más provechosas para la economía nacional que la que demandan poderosos grupos particulares vinculados al capital extranjero?

Falta de organización

En el mundo, el cooperativismo ha alcanzado una conciencia de su propio valer tal como para poder ofrecer (desde la autorizada tribuna del congreso de la Alianza Cooperativa Internacional) una formula sencilla y rigurosa, como posible contribución del cooperativismo a la conquista de un nuevo orden económico internacional: "Promoción de cooperativas para los que pasan hambre, acrecentar el número de cooperativas obreras, promover cooperativas de consumo para una sociedad ahorrativa y construir aldeas cooperativas y barrios cooperativos en las ciudades".

En España, el cooperativismo tiene una considerable importancia, al menos cuantitativa. Quizá su falta de comparecencia pública y el menosprecio en que se le tiene se deba principalmente a causas internas al propio cooperativismo. Por un lado, la casi completa falta de organización del movimiento: ni siquiera se ha llegado a celebrar un congreso que fuera foro de debate y elucidación sobre los problemas con que hoy se encuentra el mundo cooperativo. Por otro lado sucede que "el cooperativismo español adolece claramente de una doctrina, así como de un programa a llevar a cabo, y no se ha realizado una reflexión sobre sí mismo, sobre sus objetivos y fines", tal como concluía el estudio que en junio de 1979 hizo el gabinete de estudios cooperativos del CES.

Solventar esta situación es tarea propia de los cooperativistas, mas no por ello está de más que el Parlamento saque del sueño de los justos el proyecto de ley de sociedades cooperativas; que cualquier Gobierno que defina como prioritaria la tarea de hacer frente al paro contara con la existencia del cooperativismo, facilitara su organización y diera muestras de voluntad favorable, elevando el rango administrativo de los organismos que se ocupan del cooperativismo (¿por qué no una secretaría de Estado para la cooperación, dada la coyuntura actual?); tampoco estaría de más que los sindicatos que tomen como eje de su estrategia sindical la lucha contra el paro presten una atención y apoyo mayores a esta experiencia, a la que muchos acuden en busca de trabajo y solidaridad.

En fin, si el cooperativismo, realidad creciente, necesita hacerse notar y ser tenido en cuenta, ha de salir de la clandestinidad en la que parece haberse recluido en el nuevo régimen político.

José Sanroma Aldea, abogado, fue secretario general de la ORT.

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