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La llustración, bajo una nueva luz

La atención merecida por el siglo XVIII, en estos últimos años, ha sido muy considerable. Y al redes cubrimiento de la figura de Mayáns quizá se deban las mayores novedades y, con ellas, la revisión, en muchos puntos decisiva, que el estudio de la Ilustración está teniendo. La causa no es otra que la publicación, ya avanzada, del que con seguridad puede considerarse como el epistolario más rico, en cantidad y calidad, de los de aquel siglo de epístolas. A su luz no sólo se agiganta la figura de Mayáns, sino que crecen (o a veces disminuyen) las de otras figuras importantes o dignas de la época; y ésta, en sus corrientes de pensamiento o acción, se perfila y concreta con una nitidez que casi nos la descubre. Es de justicia, pues, agradecer a Antonio Mestre el que haya hecho posible tal ventura, y a cuyos estudios, junto a los de Vicente Peset, se debe principalmente lo mucho que en torno a Mayáns se nos está dando a conocer.Ya algunos coetáneos advierten cómo la misión reformadora del vulgo, admirablemente realizada por Feijoo, se correspondía en el valenciano con la misión de reformar el sector intelectual, y más minoritario, del país. Sus intentos los dejó expresos en sus obras, hoy tan dificiles de encontrar, pero es en las epístolas donde se subrayan con toda abundancia. Al centrar Mayáns todo el siglo XVIII valenciano se destaca a nueva luz el período anterior, el de los novalores, pues él se siente heredero de su talante experimental y científico, y de su apertura a Europa (a caballo de siglo encontramos al gran Martí, Tosca o Corachán); lo que se creía un desierto cultural deja así de serlo.

Hemos tocado una muy importante peculiaridad mayansiana: su intento de una Ilustración basada en la elección de una cierta tradición española; son muy necesarios al árbol los elementos exteriores: aire, agua y sol, pero la savia habrá de subir desde las propias raíces.

Mayáns es un eslabón, y de los más significados, de la línea ilberal y tolerante del pensamiento hispano. De ahí que el filojansenista del XVIII edite y dé a conocer a los erasmistas del XVI; en ellos ve reflejados un pensamiento y una conducta válidos, y, sobre todo, una manera íntimá y tolerante de religiosidad.

Para la reforma de las letras, tanto en las clásicas como en la castellana, encontrará en los humanistas y escritores del XVI el más alto magisterio. Sus ediciones de Vives y del Brocense continúan sin ser superadas. Y edita o exalta a fray Luis de León, Cervantes, Juan de Ávila, Luis de Granada, Lope, Teresa de Jesús, e imprime por vez primera el Diálogo de la lengua. En el campo histórico se siente portavoz y continuador de Nicolás Antonio y de Mondéjar, que a finales del XVII ponen las bases del criticismo histórico, y a quienes edita.

Esta voluntad de continuidad era compatible con la mayor apertura a Europa, hasta el punto de que fue el español más conocido y admirado en el continente, y con mucho el más editado fuera; descollando, sobre todo, su faceta jurídica. Dio a conocer aquí autores no sólo de Francia, sino, más aún, de las áreas culturales menos atendidas, como Alemania, Holanda, Italia, Portugal o Inglaterra. Y con la misma perseverancia hizo llegar los valores hispanos a Europa; nadie le aventajó en ello. Gracias a su esfuerzo, en las prensas europeas se imprimen los juristas y humanistas españoles. No se le agradeció, y fue uno más de los que, en nuestra historia, han hecho una constante del exilio interior. Se retiró a Oliva, en donde había nacido, y allí vivió los largos años de su madurez humana e intelectual. Escribió ese rezagado ilustrado que también fue D'Ors: «La tragedia cultural de España se plantea en el siglo XVIII: ruptura de tradición y universalidad». No, por cierto, en la clara y tenaz voluntad de Mayáns.

«¿Es que imagináis que yo no os he leído? Sabed, señor, que os he leído con gran atención, y que me habéis ilustrado mucho». Para un ilustrado español, y además católico, no es anécdota desdeñable el haber ilustrado a monsieur de Voltaire. La estimación era sincera, y los testimonios son diversos. En 1769, visitado éste por el ex jesuita Olóriz, le dirá que era Mayáns el único español del que había leído sus obras. Y a él se dirige para pedirle datos literarios. Algo sorprendido debió quedar Mayáns ante el encabezamiento de la primera carta recibida: «Voltaire, hombre líbero, besa las manos del señor, el quale merece de ser libero assi».

Recordando las aflicciones sufridas, agridulce debió de parecerle a don Gregorio la amistosa ironía. Más dificultades había en ser deficientemente libero en España (¿pensó Voltaire que el idioma, por no vivir el concepto, excusaba la palabra?) que en Francia ser el más acabado original volteriano. Hay países con destino tan adverso que sus posibilidades de disfrutar los niveles de libertad, propios de cada época son tan escasas como la de nacer con lacios y rubios cabellos en Nigeria. Queda siempre la melancólica libertad interior, y ella hermana a todos los libres. Voltaire así lo debió entender: «Los dos amamos la verdad y la libertad, y me siento cercano a usted, como si hubiera tenido el honor de conocerle durante largo tiempo».

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