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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En el centenario de Alcide de Gasperi

EL PASADO 3 de abril se cumplió el centenario del nacimiento de Alcide de Gasperi, fundador de la Democracia Cristiana en Italia. Este partido ha celebrado en Roma actos en su honor en los que se ha ensalzado su capacidad de constructor y su responsabilidad en la creación de la Italia moderna y de la unidad europea. Los actos -a los que ha acudido, por la identidad centrista, el presidente de UCD- no son suficientes para ocultar lo que va de la realidad al sueño. Se dice que De Gasperi murió de un ataque al corazón cuando le comunicaron -19 de agosto de 1954- la noticia de que Francia se oponía a la construcción de la comunidad europea de defensa: una de sus ilusiones rotas.De Gasperi sirvió con fe y paciencia una ideología que había comenzado a difundirse por Europa a finales del siglo XIX: un cristianismo democrático capaz de defenderse al mismo tiempo del integrismo religioso -sobre todo, católico-, ajeno a los nuevos tiempos, y del ateísmo y el materialismo en expansión desde tres fuentes principales: las resonancias de la Revolución Francesa y los enciclopedistas, el socialismo y las demostraciones, de la ciencia en auge. Con esta vocación, los partidos que se fueron formando tomaron el aspecto de centro; y Zentrum se llamó el más importante y más poderoso de ellos, el de Alemania. De Gasperi, que era italiano irredento con nacionalidad obligada austriaca, debió recibir en Viena (donde fue diputado por la minoría italiana) los ecos del Zentrum; y se iluminó, sobre todo, con la compañía de don Sturzo, fundador en Italia del Partido Popular italiano. Lo disolvió el fascismo -como el nazismo disolvió el Zentrum-, y De Gasperi , después de larga prisión, encontró refugio en el Vaticano como ayudante de bibliotecario; si hasta entences tenía clara la doctrina política del catolicismo, desde entonces -puede decirse- tuvo también la gran sensación de la maquinaria de poder que era y es la Iglesia. Al terminar la guerra mundial, De Gasperi creó -en 1944- el Partido Demócrata Cristiano con los restos del Partido Popular. La creación y la toma del poder de este partido coincidió con la de la Democracia Cristiana de Adenauer en Alemania, y, en Francia, con la de Schuman-Bidault: el MRP. Todos estos hombres, todos estos grupos, habían participado en la resistencia contra los fascismos, y habían sido perseguidos por ellos; al mismo tiempo, su fe religiosa les hacía fundamentalmente anticomunistas. Y sus antiguas raíces y su vocación eran demócratas: pluralistas, individualistas, conservadores, pero no integristas (esto es, partidarios del cambio con mesura), partidarios de una sociedad abierta...

De Gasperi, desde las primeras elecciones, supo reunir todos los votos anticomunistas de Italia (casi trece millones en 1948), alargar su propio gobierno y establecer el entramado del partido de tal forma que todavía perdura su poder.

Algunas grandes ventajas consiguió para su país y para Europa. Con la ayuda de Estados Unidos fue posible el milagro italiano, la industrialización, una apertura de costumbres... Junto a Schuman, y con Adenauer, colocó las primeras piedras de los organismos intereuropeos. Italia retomó con todo ello una representación importante en el mundo.

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Pero las leyes y sistemas electorales que debían izar al poder a la DC no llevaban al Parlamento la representación real de la opinión pública, de donde surgieron la inestabilidad y las crisis continuas que hoy perduran. El viejo y gran partido socialista pereció en la concurrencia: fue aplastado por los comunistas y por los católicos. La dependencia económica de Estados Unidos hizo que la construcción de las bases de la economía del país fueran irregulares, y que la intervención de Washington y de los organismos supranacionales europeos no permitieran grandes planes de renovación. La dependencia de la Iglesia -el vaticanismo-, que había colaborado electoralmente incluso desde los púlpitos, retrasó también las renovaciones de costumbres; y los cambios de frente de los papas sucesivos influyeron visiblemente en el desarrollo de la DC. Al mismo tiempo, la férrea maquinaría de poder del partido se prolongó demasiado en el tiempo, lo que causó la aparición de la corrupción y el desgaste de las personas. Francia y Alemania consiguieron sacudirse en su día la tutela de sus democracias cristianas y cambiar según cambiaban los tiempos; Italia, con el predominio de la Iglesia, no pudo hacerlo.

En el panorama italiano de hoy se aprecia la servidumbre del invento de De Gasperi: la obturación de nuevos caminos políticos, la insaciabilidad de poder de un partido, la falta de representatividad de los sectores jóvenes. Pero también hay mucho de su grandeza. La imagen de crisis y terrorismo de la Italia de hoy no suele permitir ver, con la objetividad necesaria, muchos de sus progresos en el campo cultural, en la, inventiva, en una dinámica de vida e incluso en considerables logros económicos. El esfuerzo de Alcide de Gasperi no es ajeno a ello, y merece el homenaje de todos los demócratas de cualquier signo político de esta vieja Europa por la que tanto luchó y a la que él soñó unida.

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