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Suárez: historia de una crisis mas política que personal

«A mí no me hacen lo que a Carlos Arias». El domingo 25 de enero, Adolfo Suárez sabe que hace meses que ha perdido el favor del Rey. Este se pronuncia desfavorablemente -en círculos restringidossobre el escaso tacto del jefe del Gobierno con los militares, sobre su atrincheramiento en la Moncloa, su falta de capacidad... Sentado tras su mesa de estilo isabelino, regalo de alguna reina a algún general del XIX, el presidente del Gobierno medita sobre su futuro. Por primera vez se siente absolutamente solo, como huérfano. Si quiere seguir en política tendrá que contar con el partido. De otro modo, antes o después, alguien acabará por descolgar el último de los símbolos franquistas que permanece en pie después de haber quitado tantos: él mismo.Los democristianos y críticos del partido exhiben una inútil pureza de pedigree democrático. Ellos solos no tienen mucha fuerza, pero no hay que despreciarles. Son el ariete, quizá inconsciente, de otras fuerzas ocultas y más poderosas. Y, claro, los hay resentidos porque ya no son ministros. Washington está impaciente por que España ingrese en la OTAN y el Rey tiene que ver a Reagan a mediados de febrero. Luego está lo del periódico de esta mañana: Marcelino Oreja ha logrado en pocos meses lo que el primer ministro iao consiguió en cinco años: que el Soberano pueda visitar Euskadi. Algunos aspectos de la visita pueden no sentar bien en determinados círculos militares. ETA Político-militar parece dispuesta a hacer en determinadas condiciones una declaración de abandono de las armas y la rama militar ha parado repentinamente, y sin explicación visible, su oleada de terror de meses anteriores. Lo peor, sin embargo, es lo de la Iglesia. Con la Iglesia no se puede uno enfrentar. Un grupo de obispos ha presionado directamente al Rey por lo de la ley de Divorcio. La tesis es sencilla: la Iglesia no se opone a que una ley así exista, pero estima que el actual proyecto ha ido demasiado lejos. Y luego está la viuda de Herrero Tejedor -un hombre al que Suárez se lo debe todo en política-. Cada poco lleva los mensajes del Opus Dei a Amparo Illana, so pretexto de tomar con ella el té en la Moncloa. De Roma ha venido un recado ambiguo: podrían surgir dificultades con la visita del Papa a España. Y eso que parece que Pujol se efitendió bien con Juan Pablo II. Este Pujol.... todavía utiliza curas como mensajeros particulares.

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El domingo 25 de enero, Adolfo Suárez sabe ya que todo se le ha vuelto en contra: no quiere presidir un Gobierno que saldrá moralmente derrotado ante la opinión, porque no será capaz de mantener sus tesis sobre la ley de Divorcio. No es la regulación legal del matrimonio lo que anda en juego, sino una reyerta de fondo entre el poder del Estado y el de Roma. El nuncio ha advertido que está dispuesto a denunciar los acuerdos España-Santa Sede firmados por Marcelino Oreja, y que son, dice, contrarios a la letra y el espíritu del actual proyecto de ley. El Gobierno no tiene fuerza para denunciar él mismo la supuesta anticonstitucionalidad de esos acuerdos. En Italia, el pequeño divorcio costó algunas crisis políticas. ¿Qué no habrá de costar en España?

Autocandidato

En el verano de 1980, Leopoldo Calvo Sotelo ya se presentaba abiertamente como candidato a la Presidencia del Gobierno. «Para eso», diría ante un grupo de periodistas: «Hace falta un entrenamiento en la vida parlamentaria, y yo lo tengo. Hay que conocer la política exterior. Y yo la conozco. Y hay que saber, como yo sé de economía». Adolfo Suárez no tenía ninguna de esas tres cosas cuando llegó al poder. En los primeros meses estudiaba economía por las noches, como un adolescente entusiasmado ante los exámenes. Ahora se ha ido sin haber logrado aprender casi nada. Por las mismas fechas que lo de Leopoldo, Landelino Lavilla está en condiciones de anunciar que Suárez no será el candidato de UCD para las elecciones de 1983 -«si es que se llega a 1983»-. Pero es obvio, añade, que no se podrá cambiar a Suárez justo antes de las elecciones, si para entonces es primer ministro. Será preciso echarle antes o provocar su dimisión. Después del verano, un democristiano de corte y temple reaccionarios, Miguel Herrero de Miñón, ariete de José Luis Alvarez en el Ayuntamiento, cinco sueldos del erario público, comenzaría a instrumentar la operación de los críticos contra el presidente. Era difícil suponer que podía echársele en el congreso del partido, pero al menos había que dañarle seriamente. Y comenzaron a llegar recados a la Zarzuela: Suárez debe dimitir. Y visitas al Rey: Suárez está quemado. Ha perdido las elecciones en Cataluña, el País Vasco y Andalucía. El voto de censura socialista ha sido un fracaso moral para UCD. Sus intervenciones parlamentarias son desoladoras. La crisis de mayo fue un cambalache entre amiguetes que no ha arreglado nada.Coincidiendo con el comienzo de la ofensiva, Suárez reorganiza otra vez su Gabinete, y en septiembre se desprende de quien durante años parecía el estorbo principal de la concordia en el partido: Fernando Abril. Llama a los barones, le da la Justicia a Fernández Ordóñez, se rodea de tecnócratas y castiga a los democristianos por la audacia de Landelino de querer disputarle el puesto. A uno no le puede castigar del todo. Marcelino Oreja parece que tiene bula en toda esta historia. Ha venido estorbándole de continuo en su política exterior, porque tiene hilo directo con la Zarzuela. Ahora le estorbará en el País Vasco, pero no le puede dejar en la calle. Le nombra gobernador general y ministro a título personal. Para mayor abundancia, le pone un despacho en la Moncloa.

Ha iniciado con el Gobierno de septiembre lo que en términos políticos se llama una «fuga hacia delante»: quiere darle una apariencia más modernizadora al programa de UCD, volver a robarle imagen a Felipe. El PSOE se dará cuenta y tratará de promover desde fuera la derechización de UCD. Suárez piensa que no claudicará como en la ley de Centros Docentes y sacará adelante una ley de Autonomía Universitaria y otra del Divorcio aceptables, cuando menos, para los laicos.

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En las autonomías no sabe qué hacer. Nadie sabe qué hacer, Rodolfo Martín Villa, que lo fue todo con Franco, no despertará, por lo menos, sospechas respecto a eventuales deseos de desmembrar la unidad del Estado. El Gabinete es bien recibido por la Prensa. La cosa dura escasos días. La ofensiva de los críticos es menos preocupante que la escalada terrorista de ETA en el Norte y que la batalla abierta que la Iglesia comienza a plantear en el tema del divorcio. En diciembre, el Estado compra por 1.600 millones un edificio de un amigo de Suárez sobre el que pesa una sentencia de demolición del Tribunal Supremo. En otras circunstancias sería un escándalo y el ala crítica lo hubiera utilizado para echarle. No quieren echarle todavía. Es demasiado pronto. Y además esos escándalos no convienen. Hay expedientes, vuelan informes por las mesas oficiales, con la vida y milagros de tanta gente... En este país se ha investigado a jueces, parlamentarios, periodistas, militares... Todo el mundo ha investigado a todo el mundo. Cuando el día 26 de enero se pidió a la jerarquía eclesiástica que desmintiera que han recibido unos informes anónimos sobre algunas personas del ala crítica de UCD, la jerarquía no lo desmiente. Pero esto de los informes ya se sabía.

La decisión

Adolfo Suárez, el domingo 25 de enero, sabe muy bien lo que tiene que hacer. No es capaz de enfrentarse a la Iglesia en el tema de la ley del Divorcio, pero no quiere sacar una ley que le inhabilite para esa imagen reformadora y progresista que tanto le gusta. Además, para qué, ¿para que le hagan lo que a Carlos Arias? Cuatro días antes había decidido dar la batalla a los críticos en el Congreso mediante el invento de las listas abiertas. Ahora sigue decidido a ello, pero necesita reorganizar sus bases de poder. El martes 27 le dirá al Rey que dimite, y lo dejará todo atado y bien atado: Leopoldo Calvo Sotelo será el nuevo jefe de Gobierno. Tranquilizará al mundo de las finanzas, sacará el divorcio que la Iglesia quiere, ofrecerá un par de carteras a los críticos y procurará mantener a Fernández Ordóñez en el Ejecutivo, pero no en Justicia, claro. Y con Fraga las cosas irán mucho mejor. Para el partido habrá que poner un presidente y un secretario general suficientemente fieles. Nadie muy nombrado, gente de segunda fila y que Rodolfo y Pío queden en el Gabinete. Todo el mundo quedará atónito. ¡Suárez se va! Hasta hace dos semanas se había hartado de repetir en público y en privado: no dimitiré nunca. Todas las estrategias previstas para el Congreso de UCD se desmoronarán el día de su inauguración con este solo. anuncio. Y no le harán lo que a Carlos Arias. UCD podrá girar a la derecha, como quieren los verdaderos padrinos de UCD. Pero no Suárez. Suárez será la reserva de futuro, para cuando no esté Reagan al Oeste y Wojtyla al Este, o para cuando haya que sacar un candidato como es debido frente a Felipe González. Nada menos que un candidato que supo renunciar al poder con todas sus pompas.El día 27, martes, por la mañana, el Rey le pide a Suárez que recapacite sobre su dimisión. Probablemente no lo hace con mucha insistencia, porque cualquiera se le ocurre que en este momento una cosa así no le viene bien a nadie. A nadie, salvo a Suárez. Mientras el presidente despacha con el Rey, la huelga de controladores paraliza los aeropuertos españoles. El ya le ha dicho al Monarca, a tres o cuatro ministros, a su mujer, a su cuñado, a algunos fontaneros de la Moncloa, que va a dimitir irrevocablemente. Ha pactado el nombre de Leopoldo como sucesor, ha convenido todo o casi todo. Es difícil echarse para atrás. Puede hacer pro a emente que se monte un dispositivo especial para llevar a los compromisarios a Palma, pero ¿cómo montar semejante asunto para luego dimitir en la primera sesión del Congreso? ¿Y cómo esperar a que éste se celebre Dios sabe cuándo, si su dimisión ya está presentada? La noticia antes o después transcendería. Habrá entonces que comunicar el tema al país y por televisión, y garantizar que todo sucede muy rápidamente. El Rey no debe aplazar el viaje al País Vasco. En definitiva: si él es el presidente de UCD y preside la ejecutiva, lo de sacar a Leopoldo como candidato está hecho. El mismo llevará las consultas con el Jefe del Estado cara a la formación de nuevo Gobierno. El factor sorpresa será definitivo para los críticos.

Sólo le preocupan dos cosas: que Leopoldo sea aceptado y que no se origine tal zapatiesta que acaben convocando elecciones generales. Por cierto que hasta esto de las elecciones generales -que era su gran arma frente al descontento del partido- le habría fallado. El, precisamente él, no podría hacer una cosa así contra la voluntad del Rey. Y la voluntad del Rey no ampara la de Adolfo Suárez salvo en lo estrictamente constitucional. «Pero a mí no me hacen lo que a Carlos Arias».

A las cinco de la tarde del jueves dimite ante el Consejo de Ministros. Ha habido una filtración, y la agencia Europa Press, que es el portavoz oficioso de sus enemigos en el partido, ha dado la noticia antes que el propio presidente se lo dijera a sus colaboradores. A las cinco y media reúne a tres diputados centristas del sector crítico. Les dice que es preciso distinguir entre el cargo de presidente del partido y de presidente del Gobierno -él, que tanto los había querido unificar cara al congreso-, y les pide el voto en la ejecutiva para Calvo Sotelo. Sólo obtiene una solicitud de tiempo para reflexionar.

Poco antes ha estado grabando su discurso en Televisión. Ha habido que repetirlo un par de veces. No dará las gracias al Rey en él. Una mano anónima pone un retrato de don Juan Carlos detrás de su mesa para que salga en la pantalla. El no lo ha puesto. Se va, se va. No puede decir por qué. No puede decir: «Me voy porque estoy solo. Toda la derecha institucional del país me combate y he perdido la confianza del Soberano. Me voy porque no tengo el poder». Eso no lo puede decir. Tampoco puede decir que no está tan solo, que el aparato del partido sigue en su mano, que ha pactado su sucesión y que Leopoldo -el mismo Leopoldo que un día le hiciera las primeras listas para presentarse a unas elecciones generales- dará el golpe de timón a la derecha que esto necesita. Porque, en realidad, él conoce bien el tema, y esto necesita un golpe de timón a la derecha. Pero no lo va a dar para abrasarse definitivamente, para dejara UCD sin respuesta en las próximas elecciones generales. El es un profesional de la política.

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