_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Releyendo a Unamuno

La sangre de mi espíritu es mi lengua, y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo...Unamuno (1910)

En 1894, el bilbaino Miguel de Unamuno, hijo de un «indiano» liberal que trajo de México el retrato de Benito Juárez, inicia con su ensayo sobre el «Martín Fierro» de José Hernández (que simbólicamente está dedicado a Juan Valera) la etapa de sus críticas literarias sobre las letras hispanoamericanas, que cierra, en 1927, el texto sobre «hispanidad» (que poco o nada tiene que ver con la que popularizara más tarde Ramiro de Maeztu). El grueso de esa serie -reunida por vez primera, junto a otros textos, con el misterioso título de De estoy de aquello, pero que en la edición de las Obras completas de Manuel García Blanco recobra, en 1968, el más correcto de Letras de América y otras lecturas- fue publicado en el diario argentino La Nación desde 1899 y en la madrileña revista La Lectura, entre 1901 y 1906, en una sección fija titulada De literatura hispanoamericana.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Un segundo aspecto de la producción unamuniana sobre América es la veintena de textos publicados entre 1898 y 1935 sobre La lengua española en América, que abre un artículo de Madrid cómico, hasta una conferencia radiada en vísperas de la guerra civil. Como la mayoría de esas páginas se dieron a conocer, asimismo, en el suplemento literario de La Nación, fue recién en 1958, incluidas en el volumen La raza y la lengua, que hubo oportunidad de apreciarlas y compararlas con la línea temática unamuniana correspondiente, y a la fecha, que sepamos -igual que el volumen anterior-, sólo se puede encontrar en las Obras completas.

Fuera de éstas, en total quinientas páginas, hay algunos textos dispersos en Nuevos ensayos y Discursos y artículos, y, naturalmente, muchas frases y alusiones aisladas en otros trabajos, sin contar las cartas, esas sí, caudalosísimas, intercambiadas con personajes hispanoamericanos como Rubén Darío, José Enrique Rodó, Carlos Vaz Ferreira, Alfonso Reyes, Ricardo Rojas y tantos otros.

En todos estos textos se respira una ancha y cordial solidaridad, una inteligente curiosidad por las experiencias ajenas, y una valoración objetiva de los paralelismos posibles entre españoles de América y españoles de Europa, al servicio (son sus palabras) de «mi fe robusta, mi esperanza viva y vivificadora en el porvenir de la libertad y de la dignidad del pensamiento hispanoamericano, pensamiento justiciero » (sic).

A la fecha Unamuno es un clásico del hispanoamericanismo, o mejor dicho, El Clásico, pues es quien pulverizó definitivamente los tópicos españoles del siglo XIX, y junto con Rafael Altamira, el mejor intérprete de esa etapa estelar de las relaciones entre España y América que nace en 1898 y entierra la guerra civil.

Su crítica del concepto de raza, sus ironías sobre las ceremonias oficiales del 12 de octubre y las academias, su negación del paternalismo europeo, la conciencia de que América hispana es un mundo culturalmente fecundo, que merece estudiarse, incluso para tomar ejemplos o recoger experiencias, se une a audacias, dichas con el vigor y el estilo admirable que le caracterizaban. Así, cuando sostiene que Domingo Faustino Sarmiento y José Martí eran los mejores escritores españoles del siglo pasado, cuando intenta hacer representar en Madrid a Florencio Sánchez, cuando elogia tempranamente a Juana de Ibarbouru, o cuando reclama el monumento madrileño (en 1923) para Simón Bolívar y José Rizal.

En materia lingüística reivindicó el casticismo de la lengua popular y literaria de los hispanoamericanos, y desdeñó su pretendido afrancesamiento. «La lengua hispánica», son sus palabras en 1911, «es hoy patrimonio de una veintena de naciones, y a su vida contribuyen todas sin monopolio de ninguna de ellas. Una lengua común en la que caben los sendos patriotismos de las naciones que la hablan. Es la lengua que compartirá un día con la inglesa el predominio mundial. Y, quién sabe... Quién sabe..., digo».

El conocimiento que en América se tiene del Unamuno hispanoamericanista es considerable. No hay universidad importante que no luzca su efigie, y donde estudiantes y maestros no le consagren cursos e investigaciones, pero no es posible decir otro tanto de la misma España.

El mismo Unamuno, presa de sus contradicciones, vivió de tal manera los últimos meses de su vida que se enajenó simpatías simultáneamente de los dos bandos que dividían entonces España.

La publicación de los volúmenes citados entre 1958 y 1968 coincide con el franquismo, cuando oficialmente se había vuelto al menendezpelayismo, se adulaba al «Jaime de Andrade» de Raza, y se cultivan todos los tópicos de la «vocación de Imperio» y de la «hispanidad». En todo esto se educaron los funcionarios especializados en América hispana, y es tan explicable que acogieran en su momento en forma fraternal a los ex dictadores y otros fascistas hispanoamericanos, como que, desde finales de 1973, hostilicen a los exiliados políticos de izquierda del Cono Sur. Por ello, al releer hoy a Unamuno, no puede menos que pensarse que por lo menos ya sería un gran progreso si en España se conociese mejor su pensamiento y se recuperase la visión progresista de los años 1898 a 1936 sobre el tema de los hispanoamericanos, y sus relaciones con España.

Entendámonos. No se trata de sustituir un evangelio por otro, pues no se nos escapan los aspectos unamunianos envejecidos, ni las inconsecuencias y desinformaciones, explicables en aquel tiempo. Pero por algún punto debe recomenzarse una concienciación sobre el punto.

Del mismo modo que no se concebiría que ejerciera un maestro de gramática sin haber leído a Cervantes, se nos ocurre que frente a tantos miles de políticos, funcionarios y periodistas que leen discursos, fabrican decretos, medran en las instituciones, hablan por la radio y la televisión, o escriben en la Prensa, sobre nuestra América, habría que requerirles como condición previa: «¿Ha leído usted a Unamuno?», y a quien no hubiera llegado a las luminosas páginas del maestro salmantino, reciclarlo de urgencia, a través de su lectura, por lo menos para que llegue al nivel del primer cuarto del siglo XX.

Entre tanto, una nueva generación de latinoamericanistas españoles debe tomar el relevo, para salvar también en este terreno el bache de los desdichados cuarenta años, y también ellos, aunque seguramente en forma crítica y constructiva, tendrán que leerse y estudiarse como a un clásico a Miguel de Unamuno. Revisión de Unamuno se llama justamente un libro ejemplar de Elías Díaz dedicado al análisis crítico del pensamiento político unamuniano, y para hacer tales revisiones es menester comenzar por la relectura.¡

Carlos M. Rama es historiador uruguayo y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona; acaba de recibir el Premio de Cultura Hispánica de 1980.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_