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Tribuna
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¡Se acabó la aventura!

Alguien o «álguienes» parecen muy empeñados en convencernos de que... ¡se acabó la aventura! ¿O es que, acaso, no estamos asistiendo a una derechización en todos los sectores? ¡Se acabó la aventura izquierdosa, los desvergonzados aires de libertad mal entendida! La humanidad vuelve página en el mamotreto de su historia.Señores catedráticos del inconformismo, profetas del desquiciamiento e imberbes jovenzuelos insurrectos: ¡se acabó la aventura! El huracán-Castro es un harapo de viento, el mayo (le 1968 es pura sepia de álbum familiar, el Islam ha vuelto por s as fueros de «lunada» (porque no vamos a llamar «cruzada» a los embates de la media luna), el catolicismo está dominando el delirium tremens de los anárquicos, posconciliaristas, el arte hisopea las ensoñaciones abstractas con el, nuevo realismo, y la música concreta y demás musicamemeces no logran desahogar sus túneles. ¡Se acabó la aventura, hermanos! Vamos a ser sensatos y a restablecer el orden establecido. Todo ha sido un sueño. Las revoluciones han degenerado en crimen vulgar y la pena de muerte vuelve por sus fúnebres fueros. De ahora en adelante, cuando a los jerarcas del inconformismo les entren ínfulas de protesta, que se tienten bien la ropa y, como solución, que se vayan a silbar a la vía. Eso desahoga mucho y no hace daño a nadie. Sobre todo si se sabe silbar bien. Pero, de verdad, ¿se acabó la aventura? ¿Todo lo pasado era una aventura insensata, un agujero negro de simple vaciedad iconoclasta?

Los «álguienes», estos ángeles de la serenidad, están remozando, sin saberlo -¿o lo saben?-, el naturalismo positivista de la historia tal como lo enunciaron Spengler o Toynbee. La vieja teoría de los cielos históricos, del devenir histórico en bloques independientes -ahora vivimos una época clásica de equilibrio y razón.... ahora una época romántica de desenfreno-, tan abrumadora y concienzudamente estudiada por el positivismo, renace con formas mucho menos ci,entíficas, pero más eficaces. Ahora no vienen dictadas por sesudos laborantes de bibliotecas, sino por rectores de batuta que inarcan el ritmo y marcan la historia a su gusto. iSe acabó la época interregno del desasosiego y ha empezado la era racional del equilibrio! Como mayor signo de ciencia basta una sociología barata de análisis de encuesta sobre el desencanto del personal.

Menos mal que la historia se escapa a los quirurgos de la historiografía y sigue su propio ritmo de libertad, con aquella autonomía que cantó Croce y que vieron en sueños los idealistas alemanes. Ya en su momento (1936), Collingwoel vapuleó las dictaduras toynbianas y spenglerianas porque la historia es un proceso sucesorio y no una permanente ruptura. La historia no tiene leyes artificiales inventadas por sabios que pretenden manejar a la gente como se manejan colores de paleta o mezclas de laboratorio. Sin llegar al optimismo de Teilhard y su magnífico sueño del punto ornega, del progreso constante y en avance de mejora, se puede mantener un realismo bien fundamentado en la propia historia: nada ocurre impunemente y todo progreso es semilla de progreso. Ninguna conquista muere del todo. Puede diluirse, pero no muere. En eso es en lo que naturaleza e historia coinciden: nadase aniquila, todo pervive. Habrá bandazos, oscurecimientos, alternancias, disoluciones, pero no aniquilamientos. Ninguna aventura se acaba cuando es aventura de verdad, es decir, intento ilusionado de nuevos caminos. Acaban losaventurerismos y demás frivolidades, pero no las aventuras.

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Por muchas ganas que nuestros líderes de lo establecido -pero ¿establecido por quién?- tengan de volver la página de la historia turbulenta hacia el capítulo del dominio razonable, no lograran matar el gallo de la veleta: es de hierro.

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