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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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La educación española en el exterior / y 3

La cooperación internacional en el campo educativo ha experimentado un considerable incremento en las últimas décadas, y especialmente a partir de la segunda guerra mundial.Las formas que adopta dicha cooperación pueden ser muy diversas. Entre otras, podemos citar el progresivo aumento del número de estudiantes, especialmente de nivel universitario o de postgrado que se forman o completan sus estudios en países distintos del propio; la amplitud de la cooperación multilateral (a través de organismos regionales e internacionales) o bilateral entre países e instituciones educativas; la asistencia técnica; el intercambio de documentación e información sobre legislación, investigación y reformas ,educativas o realizaciones de diversa índole, así como los convenios de convalidaciones y homologaciones de estudios.

España no es ajena a ese incremento de la cooperación internacional en el terreno educativo, pero quizá, como en tantas otras cuestiones, predominan las posiciones individualistas y aisladas que impiden obtener beneficios que dimanarían, sin duda, de una acción más sistemática, organizada y coherente. Veamos algunos hechos objetivos que reflejan la mencionada situación para deducir algunas conclusiones referentes a nuestro país.

El progresivo aumento del número de estudiantes que completan sus estudios en países distintos del propio se refleja en las estadísticas. Según un estudio publicado recientemente por el Centro de Enseñanza Superior de Bucarest, en Europa en 1975 había 496.770 estudiantes que realizaban estudios en países distintos al suyo. De este medio millón de estudiantes, el 34,6% procedía de países europeos, entendiendo bajo este nombre a los que proceden no sólo de Europa, sino también de Estados Unidos, Canadá e Israél. En 1971 en Europa sólo había 390.000 estudiantes «extranjeros», de los cuales el 24,35% eran europeos. Con motivo de los sucesos acaecidos en Irán, se citaba en la prensa la existencia de unos 30.000 estudiantes de ese país en Estados Unidos. En España, según el último Anuario Estadístico de la Unesco, había 9.000 estudiantes extranjeros en 1975. Y así podíamos citar otros muchos ejemplos. Ese movimiento «emigratorio» estudiantil no es nuevo: la Universidad Al Azhar de El Cairo acogía ya desde el siglo X a estudiantes procedentes de Irán, Afganistán, India, Indonesia y Malasia. Las universidades de Bolonia, París o Salamanca recibían desde su fundación igualmente alumnos extranjeros, pero lo que es nuevo y asombroso es el enorme aumento del flujo emigratorio estudiantil experimentado recientemente.

Las reacciones que se producen en tomo a este fenómeno son muy encontradas y diversas. Si por un lado se alega como justificación el superior nivel de formación que se ofrece en determinados países extranjeros, se arguye en contra que ello fomenta el éxodo de cerebros de países en vías de desarrollo hacia los más desarrollados, con el consiguiente perjuicio para los primeros. Frente al argumento de la comprensión mutua que suscita la convivencia, el trato y el conocimiento directo entre nacionales de distintos países se alega la pérdida o menoscabo de la identidad cultural propia o del interés por los problemas, tan graves muchas veces y tan necesitados de la acción de profesionales de alto nivel de los países menos desarrollados e incluso el desaliento que infunde la comparación entre las posibilidades que para la investigación ofrecen las naciones más adelantadas en relación con las menos favorecidas.

Organismos internacionales

Otro indicador de la ampliación de la cooperación multilateral en el campo educativo es la creación de organismos internacionales relacionados con la educación. La acción de tales organismos es dificil de evaluar desde un punto de vista cuantitativo, pero se puede afirmar sin temor a error que tienen singular trascendencia para el progreso educativo por la difusión de principios orientadores de nuevas ideas, que contrastan con las propias experiencias nacionales.

La creación de esos organismos, específicamente dedicados a la educación, es muy reciente. El primero de ellos, la Oficina Internacional de Educación (hoy integrada en la Unesco), estuvo muy vinculado a España, por haber desempeñado en él una labor admirable un ilustre compatriota nuestro, ya fallecido, don Pedro Roselló. El Consejo de Europa, la OCDE, desarrollan igualmente actividades educativas meritorias. Pero por su carácter universal -147 Estados miembros- y la amplitud de su obra -educación, ciencia; cultura e información- merece especial atención la Unesco, que forma parte del sistema de Naciones Unidas.

Tres son las modalidades principales de acción que desarrolla la Unesco: acción ética o normativa, a través de convenciones y recomendaciones; la acción de cooperación intelectual, mediante la organización de conferencias, de reuniones de expertos y la edición de publicaciones, y la acción estrictamente operativa para asesorar a los países en la realización de reformas educativas, formar personal docente o de la administración educativa, crear centros de investigación, etcétera.

Las realizaciones en cada una de esas modalidades de acción son muy variadas. En la acción ética sobresalen las convenciones o recomendaciones en defensa del derecho a la educación y la lucha contra las discriminaciones, la de la educación para la comprensión internacional y la paz, la de enseñanza técnica y profesional, las relativas a los derechos del personal docente y a la educación de adultos. En el marco de la acción intelectual muchos de los principios y orientaciones, originales o difundidos por dicha organización, inspiran hoy las políticas educativas de numerosos países: el derecho a la igualdad de oportunidades educativas, la articulación entre la educación y el desarrollo económico y social, la relación educación-empleo, la educación permanente, el planeamiento educativo, la armonización de la educación escolar y extraescolar, entre otras. Finalmente, al referirnos a la acción operativa, sería excesivamente prolijo y desbordaría los límites razonables de este artículo referirse a hechos y cifras de la ayuda técnica, prestada especialmente a los países en vías de desarrollo. Me limito a señalar su considerable volumen y el hecho de que en ella se aúnan la acción normativa e intelectual en la medida en que se colabora en la definición y objetivos de la política educativa y de reformas, al realizarse la obra propiamente operativa y se aprecian, a través de ésta, problemas y nuevas situaciones propicias para la reflexión propia de toda actividad intelectual.

Dejando a un lado la acción específica de la Unesco, vale la pena destacar la importancia que el intercambio de la documentación e información tiene en el mundo pedagógico actual para quienes ejercen la responsabilidad de la administración y gobierno de la educación, para los investigadores y para el personal docente. Los recelos de «soberanía» nacional que antaño caracterizaban a los países, considerando que sus propios sistemas educativos debían estar a salvo de influencias ajenas, están dando paso a una creciente apertura a intercambios y al aprovechamiento mutuo de las experiencias de los demás, y cada día adquieren mayor importancia los estudios y publicaciones de educación comparada.

¿En qué medida aprovecha nuestro sistema educativo las oportunidades que ofrece para su enriquecimiento ese movimiento de acciones e intercambios en el campo de la enseñanza? Sería muy simplista y audaz pretender dar una respuesta concreta y rotunda a tal cuestión, pero parece evidente que, aunque existen relaciones individuales de centro a centro docente o entre profesionales de la educación españoles y extranjeros, falta la institucionalización de los servicios apropiados para ello. Falta la coordinación adecuada.

Igualmente se echa de menos una mejor coordinación hacia afuera en relación con los organismos internacionales o servicios nacionales de educación. Nuestras delegaciones a reuniones en el extranjero con frecuencia se improvisan; se les facilita con retraso, en el mejor de los casos, la documentación y muy raramente se les dan las orientaciones pertinentes para su actuación. Y como colofón, con frecuencia, tampoco se da la suficiente difusión a las orientaciones y resultados de las reuniones internacionales a los servicios y personal interesado.

Estas sucintas ideas y las de los artículos precedentes que publiqué en estas mismas páginas sobre la educación española y el exterior -relación educativa de España y América y educación de emigrantes- ponen de manifiesto la imperiosa necesidad de que el Ministerio de Educación consagre una atención especial a su acción en el exterior, por supuesto con el concurso y apoyo de otros ministerios y organismos a quienes afectan también tales cuestiones. Alguien podrá aducir que la magnitud de los problemas educativos internos no justifica esas preocupaciones por lo externo. Un planteamiento de esa naturaleza denotaría una visión estrecha de lo que debe ser un sistema educativo nacional en nuestra época, abierto a intercambios y al aprovechamiento de experiencias ajenas, pero, además, constituiría una discriminación injusta con aquellos compatriotas nuestros que, lejos de la Patria, desean seguir siendo españoles y, por tanto, conservar y acrecentar su identidad cultural.

Juan Manuel Ruigómez Iza es subsecretario de Educación.

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