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Reportaje:

Georges Brassens, el cultivador de la ironía

Veinte años cantando

Para muchos la espera ha sido larga. Cuatro años De silencio, aunque laborioso, habían dejado un hueco en el corazón del París bohemio.A las diez de la noche, al descorrerse las cortinas, allí estaba nuevamente él, con su guitarra, el pie en la silla y al fondo, como siempre, Pierre Nicolas acompañándole con su chelo. Los mismos gestos y el trago de agua después de cada canción. «¡Cuánto ha envejecido!» se lamentan a mi lado. Georges Brassens malicioso, irónico, tierno también, en las doce nuevas canciones presentadas en la sala Bobino a rebosar. Y para empezar una proposición, «il suffit de passer le pont, c´est tout de suite l'aventure», ese puente que casi nadie puede pasar, tras el que espera la aventura, la osadía de su vocabulario, de los temas escogidos -«c'est la latin que nous emmerde»-, de su pasíónjuvenil por la anarquía.

Georges Brassens nació en Sête hace ya muchos inviernos, y después de un largo y duro peregrinar por Francia se trasladó a París. Eran los años de la ocupación alemana. Años en los que escribía para el diario anarquista Le Libertaire, aprendiendo todo ese lenguaje que hoy canta, todo ese: mundo de viejos bistrots, de marginados, de prostitutas -«c'est ne pas tous le jours qu'elles rigolent, parole, parole» (no se ríen todos los días, palabra de honor)- por el que siente una gran ternura.

Para conmemorar su vigésimo aniversario de vida artística, la casa discográfica que tiene la exclusiva de Georges Brassens ha puesto a la venta once lujosos álbumes en los que recoge toda la introducción del cantante- poeta, desde el titulado La mala reputación hasta El auvernés, a los que sumará pronto otro con las nuevas ahora presentadas, modelo de continuidad y juventud.

Los viejos temas se mantienen intactos en la voz de Brassens, al que, a veces, alguien de entre el público acompaña coreándole en voz alta por unos instantes:

«Les sabots d'Héléne

étaient tout crottés

les trois capitaines

l'auraint apellé vilaine

et la pauvre Héléne

était comme un âme en peine.

Moi, j'ai pris la peine

de les déchausser...

moi, que je ne suis pas capitaine,

EtJ'a¡ vu ma peine

bien recompensée

Dans le sabots de la pauvre Héléne

moi, j´ai trouvé les pieds d'une reine

et je les ai gardés.

Los zuecos de Elena

estaban llenos de barro,

los tres capitanes la habrían llamado villana y la pobre Elena

estaba como un alma en pena.

Yo me he tomado la molestia de descalzarla...

yo no soy capitán.

Y he visto mi molestia

bien recompensada.

En los zuecos de la pobre Elena

he encontrado los pies de una reina

y me los he guardado.

El amor por los marginados surge una y otra vez como una constante en su obra, al lado de la crítica mordaz de las costumbres puritanas y falsas. Brassens heredero de François Villon, a varios de cuyos poemas ha puesto música, Brassens profundo admirador de Paul Valery, al que conoció personalmente, transmite en su canción un deseo de rebelión, de denuncia de la hipocresía de las «buenas costumbres» tras las que se esconde muchas veces la brutalidad y la violencia. Bajo la sordidez que a menudo describe -«elle avait la taill'fait'tour, les hanches pleines, et chassait le mále aux alentours de la Madeleine» (tenía un buen talle, las caderas llenas, y cazaba al macho en los alrededores de la Magdalena)-, siempre en un tono de burla, se esconde la vitalidad de un París que cada día se aleja un poco más de ese pasado, de una ciudad que crece en medio de la frialdad y la indiferencia, en la que ya ni los buenos burgueses mirarían con disimulo e interés a las «parejas de los bancos públicos» a las que canta Brassens. Algo queda de entonces, tal vez, en este público heterogéneo que ha venido a escucharle esta noche, a resucitar el pasado, sonriendo ante su mirada maliciosa.

De él diría Sartre «tiene una hermosa mirada, se le ve la bondad en los ojos». Otros han dicho también cosas no tan buenas, lo que en absoluto perjudica a este hombre. a este gran escéptico poco afectado por el enorme éxito de sus canciones según dicen amigos y colaboradores.

Se ha corrido el telón y el público sigue aplaudiendo, es más de medianoche. Georges Brassens vuelve a escena sonriente, todavía entona otra canción con su voz grave, casi intacta a pesar de los años: «dans Feau de la claire fontaine, elle se baignait toute nue», en el agua de la fuente clara, ella se bañaba desnuda...

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